miércoles, 25 de agosto de 2010

Balneario Chulilla-Sot de Chera (por camino la Pera)

Me levanté pronto con intención de demostrarle a los caminos que el hecho de cumplir 41 no iba a ser un lastre. Quería regalarme en este día una de estas rutas que tanto me gustan. Después de prepararlo todo me puse en camino hacia el Balneario de Chulilla que era principio y final de la ruta. Llego allí en poco más de 20 minutos desde Calles y hago los estiramientos oportunos antes de iniciar la ruta. Me pongo en marcha con el Sol queriendo despuntar por encima del alto de la Bandera.

La inmensa mole sumida en la sombra muestra todo su encanto antes de ser quemada por la abrasadora luz solar de finales de agosto. Miro hacia arriba intentando identificar el lugar donde estuve hace dos semanas. Vuelvo por el camino de entrada al balneario, hacia atrás, hasta la presa. Un PR está indicado por allí por lo que intuyo un paso al otro lado. Después de acarrear con la bici por encima del tinglado de tuberías y demás obstáculos llego al final para comprobar que cargado con la bici no hay salida posible. Vuelvo atrás y sigo por la carretera cruzando el puente sobre el Turia y disfrutando de las vistas que antes comentaba. Ya al otro lado un camino hacia la derecha me lleva en pocos metros a la fuente de la rinconada. Acabo de empezar y aún no necesito agua pero la umbría de la que sale promete frescor al plateado chorro que mana de la montaña. Sigo adelante por el camino que llega hasta la presa Molina. Allí se corta pero quiero llegar al final de este camino que es lo más cerca de Gestalgar que se puede llegar pegado al río por aquí. El camino encajonado entre la montaña y el río ofrece vistas de las erosionadas montañas a un lado y otro del curso fluvial. Llego a una antigua fábrica de luz en estado ruinoso y emprendo una ligera subida. Ya arriba se ve el sinuoso dibujo del río abriéndose paso entre las onduladas lomas que se desploman hacia el río. La bajada del otro lado no tiene desperdicio y decido echar pie a tierra antes de tener una caída, no está el camino para muchas alegrías entre la pronunciada pendiente y la gravilla y las roderas producidas por la corriente de las lluvias. Al poco el camino se acaba.

En efecto, allí está la presa, aquí nace el canal que pasa por la peña María de Gestalgar y que se mete por dentro de la montaña para emerger al otro lado de esta mole. Vuelvo por el mismo camino hasta la fábrica de luz y allí me desvío hacia el río para ver la zona del refugio. Luego continúo para llegar a la carretera y emprender la subida del puerto de las muelas. En la primera curva de herradura un camino sale a la izquierda. Lo tomaré sin que me haya pasado ningún coche, no es una carretera muy transitada y además este tramo es bastante ancho. El camino biker está en muy buenas condiciones y el paisaje que domina es impresionante. Enseguida se pega al curso del río Reatillo o río Sot que se une al Turia poco antes del refugio que he visitado hace un momento. La altura de este camino con respecto al lecho fluvial es considerable y permite unas panorámicas deliciosas del río encañonado entre las altas montañas. El Sol que aún no ha alcanzado la perpendicular no puede con las sombras que se aferran a las montañas en su parte occidental.

Es un juego de luces y sombras que poco a poco perderán estas últimas para más tarde volverlo a ganar en una eterna lucha sin vencedores ni vencidos. A nosotros solo nos queda contemplar esta extraordinaria lucha de fuerzas cósmicas que nos dejan imágenes imborrables. Emprendo un loco descenso que me llevará a cruzar el Reatillo por primera vez. Un giro del camino me llevará hasta un pequeño ensanchamiento a modo de parking que está junto a las Toscas. Un precioso surtidor de agua que se desploma en cascadas hasta el río. La pena es que el camino para llegar hasta el agua está muy empinado y no se puede bajar la bicicleta, y algunos coches por allí desaconsejan dejar la bici sola y aventurarse hasta el río. Me conformaré con verlas de lejos en la siguiente curva del camino.

Dejo atrás la entrada a un enorme campo de naranjos y poco después una plantación de kiwis. Desde allí tendré la vista que estaba esperando de las Toscas. Continúo hacia la hoya Cherales. Una formación geológica que esculpe la montaña en forma de anfiteatro.

Allí descarto un camino que, hacia la derecha, sube la montaña y enlaza con la carretera poco antes de Sot. Yo en cambio subiré la montaña opuesta en dirección al camino de Siete Aguas y enlazaré con la ruta que hicimos del pantano de Buseo. Llego enseguida al desvío. A la izquierda empieza el camino de ascensión a esta montaña. Estoy a menos de 300 metros de altitud y subiré por encima de los 600 en poco más de 3 Km. solo espero que el camino sea ciclable. Enseguida vienen a mi encuentro las rampas que no me abandonarán en un largo trecho. Meto toda la multiplicación que puedo y el pulsador de los piñones se queda sin recorrido ascendente, eso significa que tendré que ascender yo todo lo demás. El desnivel crece por momentos y la gravilla en el camino no me permite zigzaguear para suavizar la pendiente. Es más, la lentísima velocidad de ascensión me obliga a hacer equilibrios sobre la bici y en más de una ocasión esta lentitud me hace perder la verticalidad, así que pie a tierra y a subir arrastrando la bici hasta un “descansillo” que me permita arrancar de nuevo con tracción. El Sol sube imparable y castiga, desplomando unos crueles y achicharrantes rayos que me queman la piel. El protector solar casi hierve sobre mis castigados brazos. Esta dinámica de arrancar y parar se prolongará casi toda la subida. Aunque bien es cierto que iré más rato montado que otra cosa, pero el hecho de bajar de la bici mina mi moral y mis fuerzas más que una rampa que pueda subir por dura que sea. Las paradas para hacer fotos no me molestan, estas las marco y las programo yo a mi gusto y conveniencia. A la entrada de un barranco veo allá arriba lo que creo que es el lugar al que llega este camino. Está muy lejos. Muy alto.

Sigo subiendo y cuando gano un poco de altura y perspectiva veo que casi no he subido nada. Llego a un tramo con unos porcentajes bestiales. El análisis de los datos mientras escribo esta crónica me dice de tramos del 15% por terreno de tierra y grava. En las condiciones del terreno y sobre todo con este calor asfixiante echar pie a tierra es casi obligatorio. Pero antes de darme cuenta estoy en una zona que me indica que esto se está acabando. No era tan fiero como pintaba, y es que estaba viendo la montaña hasta su cumbre, que no es otra que nuestro conocido Tarrac, y no hasta donde el camino planea a mitad de la ladera. Ahora estoy en la parte alta del barranco y veo el desnivel que he salvado.

Parece mentira, pero si te pones a ritmo y solo piensas en dar pedales y te apoyas en las magnificas vistas de las que se disfruta desde aquí, las distancias parecen desaparecer bajo las ruedas. El alto de la bandera es como un muro que cierra este valle del Reatillo y es visible en todo momento y desde todos los sitios. Llego a otro refugio, este al contrario del anterior que solo era una techumbre con tres paredes es una casa en condiciones. Las caídas del tejado alimentan un depósito contra incendios y la puerta cerrada con un pestillo permite el paso al interior de la casa sin restricciones.

El paraje domina visualmente toda la vertiente hacia el Norte. El Remedio de Chelva, el Castellano, la muela de Alpuente, por detrás Javalambre y el Toro hacia la derecha, más aún, hacia la Calderona que se desdibuja en la distancia. Detrás de mí solo es visible la inmensa muralla de la sierra de Enmedio.



Tras el almuerzo y el deleite visual me pongo en marcha para llegar al camino de Siete Agua. Por fin he enlazado aquella ruta que se quedó solitaria ahí en medio del mapa. Llego al lugar donde aparcamos el coche para iniciar aquella impresionante ruta y me dispongo a iniciar el descenso que me llevará a Sot de Chera. La bajada es una locura en toda regla. El camino no presenta baches ni agujeros ni roderas, tan solo la gravilla en la pronunciada pendiente puede suponer un problema.

Y vaya si lo es si te dejar caer a tumba abierta. Hay que ir dando toques de freno para ajustar la velocidad y tener ese punto de control que te permita hacerte con la bicicleta. Cuando apuro la frenada un poco más de la cuenta la bici derrapa de atrás cuando intento pararla. Eso me hace volver a atarla en corto. Aun así bajo a una considerable velocidad. Llego al pueblo y me dirijo hacia el charco del bruñidor. Una playa fluvial acondicionada sobre el río que constituye un paraje de gran belleza paisajística y un fantástico ejemplo de aprovechamiento de un recurso natural para uso y disfrute de los ciudadanos.

Lo cuidado del entorno y las instalaciones son un merecido premio para el pueblo y una envidia para los que no lo disfrutamos a diario. Recorro todo este tramo con la precaución de estar circulando junto a mucha gente que está más pendiente de disfrutar de un buen chapuzón que de no ser atropellados por una bici. Pondré toda la precaución mientras paso por este lugar y me iré parando para disfrutar de las vistas. Al final llego a una senda que se dirige, salvando unos escalones, a otro paraje de baño: la canal. Es una zona más natural, no está acondicionada aunque muestra restos de actividad humana en lo que parece un azud para desviar agua hacia las acequias de riego de la zona. Los saltos de agua y las pozas hacen de este rincón una autentica joya paisajística. Vuelvo sobre mis pasos y me adentro en el pueblo en busca del camino de la fuente del tío Fausto.

Es una zona recreativa con mesas junto al río a la sombra de una inmensa chopera. Este tramo de río también está acondicionado para el baño de una forma fantástica. Una fuente junto a las mesas me servirá de aprovisionamiento ahora que empiezo a agotar las reservas hídricas de mi mochila. Continúo hacia el paso del río. El camino se interna en el curso de agua en una ligera pendiente. Cuando estoy a mitad del paso la rueda de atrás pierde tracción y se desliza sin control haciéndome caer en mitad del agua. Ya en el suelo no será tan fácil levantarme ya que el verdín que se hace en el asfalto por el continuo paso del agua hará que no tenga sustentación con las plataformas metálicas de los anclajes de los pedales. Tendré que ponerme de rodillas para poder levantarme. Los cuatro dedos de agua y el musgo han servido de colchón para que no me haya hecho ni un solo rasguño, ni tan siquiera me he hecho daño. Ha sido más el apuro de caerme cuando pasaba un coche que ha podido ver toda escena y que, a buen seguro, contará entre risas a todos sus amigos. Tampoco me he librado yo de la risa floja y también será una buena anécdota que contar al resto del grupo. Menos mal que el calor invitaba a un baño pues voy completamente mojado. Con 4 kilos de agua empapando mi ropa y zapatillas menos mal que no me quedan subidas duras. Continúo hasta el cruce y topo de frente con el sinclinal. Una curiosísima formación geológica debida a un plegamiento de la corteza terrestre que se eleva como una tienda de campaña o como una barraca que es más nuestro.

No olvidemos que estamos en un paraje que conforma el parque natural geológico de Chera-Sot de Chera. Vuelvo al encuentro del río. El camino lo cruza otra vez. Ahora lo cruzo por encima de unas piedras, pero esta vez, las piedras sobresalen medio metro por encima del agua. Este será el primero de otros tres pasos de este tipo.

Pedaleo unas veces junto al río y otras el camino se aleja de él. La montaña de la izquierda según la marcha está salpicada de diferentes curiosidades y plegamientos que aportan espectacularidad a una ruta cargada de hitos dignos de recordar. Hasta la fauna se une a este poupourrí de sensaciones. Llego a un cruce de caminos en el que reconozco el tramo de ascensión hacia el camino de Pera. Acabo de cerrar la ruta y me toca volver por un tramo conocido. La espectacularidad del entorno no hace aburrido este tramo repetido. Al contrario. Sirve de recordatorio y otorga la posibilidad de ver el paisaje al revés sin tener que volver la cabeza y permitiendo descubrir aquellos rincones que me pasaron inadvertidos en el tramo de ida.

Desde el paso del río inicio la subida hacia la carretera. Es una subida tendida y no presenta mayores problemas. Vuelvo a parar en la parte de arriba para ver el desfiladero por el cual se unen los dos ríos. Justo en esa perpendicular allá arriba en la montaña es donde está el corral de Javier y aquel “mirador” que me busqué para disfrutar de estas vistas en la ruta anterior. Llego a la carretera e inicio el descenso por asfalto hacia el balneario. La emoción de la velocidad la sentiré en este pequeño trayecto hasta el giro a la derecha que me llevará hasta la puerta del balneario. El lleno del parking indica que hay mucha gente en el hotel y otros muchos bañistas que han venido a pasar el día. Llama mi atención un inmenso eucalipto de proporciones bíblicas.

Y que será la última foto de esta jornada de feliz pedaleo por estas montañas que tanto me gustan y que no dejan en ninguna de las rutas de sorprenderme y entregarme paisajes para el recuerdo. Ya tengo alguna ruta más preparada para las próximas semanas. De momento voy a llegar a casa a disfrutar de otra de las obligaciones después de cada ruta. Con uno de los sonidos más bellos del mundo, al abrir una lata de cerveza, me doy por felicitado y hasta pronto.






jueves, 12 de agosto de 2010

Chulilla-AltoBandera-CruzMuela

Había planeado una plácida y tranquila ruta por los alrededores de Chulilla. Quería conocer los cañones del Turia a su paso por el pueblo y recorrer el profundo desfiladero que rodea este pueblo amurallado. Pero la belleza del paisaje y los obstáculos ralentizaron la marcha hasta que no quedo más remedio que acortar la ruta. Aun así la jornada no desmereció en absoluto y llegué roto a casa por el cansancio y la acumulación de sensaciones.

No tenía demasiadas ganas de madrugar, por eso la jornada de pedaleo comenzó sobre las 09.15 desde el parking a la entrada del pueblo. Desde allí bajo callejeando hasta encontrar las señales que indican el charco azul, mi primer objetivo del día. La bajada, rota de piedras y con escalones no es del todo ciclable pero tampoco se lo pone fácil a los caminantes atraídos por la colosal belleza del lugar. Son esas cosas que no entiendo, si tienes un reclamo turístico de primer orden y te molestas en señalizarlo al menos pon un camino en condiciones para que la gente pueda venir a visitar el lugar. Bueno, a lo que iba. A veces montado en la bici y otras llevándola para salvar los escalones, llego a la parte baja donde empieza la senda. Una enorme calavera petrificada parece mirarme, amenazante, desde la altura.

A su lado una cueva se adentra en las pétreas paredes del cañón buscando sus entrañas. El sendero se pega a esta granítica mole buscando su protección. Luego se bifurca el camino; uno baja hacia el río, lo cruzará a la derecha unos metros más allá, el otro se eleva un poco por unos escalones bordeados de una cuerda de seguridad. Vuelvo a cargar con la bici puesto que la corriente me impide el paso por el camino, mucho caudal y mucha fuerza lleva el río aquí y he tenido que remontar. Al continuar hacia arriba voy pegado al canal y el sendero se adentra entre un pasillo de barandillas a ambos lados. Al final una antigua central eléctrica es testigo mudo del abandono al que se ha visto abocada. Continuo hasta bajar unos escalones y voila!!! De repente entre los árboles se abre un inmenso lago. El río surge de la parte opuesta por medio de una boca en la montaña.



A su derecha parece que está el angosto cañón por el que debería de surgir de forma natural. Imagino que el canal se nutre de desviar el agua del río. La pared de la derecha está adornada con una pasarela en precario estado y equilibrio sobre las aguas. Más que una pasarela semeja una cárcel alargada y claustrofóbica. Un breve paseo por ella para sacar la foto de rigor me hace darme la vuelta suplicándole a los amarres hundidos en la pared que aguanten un par de segundos a que descargue mi peso en la sólida tierra. La altura de las paredes de las montañas que encierran este pequeño tesoro es colosal. El corte a cuchillo imposible por naturaleza. Labor de titanes entretenerse en cincelar las paredes, pero este Turia nuestro no para de sorprender al visitante en todo su recorrido, albergando joyas paisajísticas que quizá no tengas otros ríos más grandes, más poderosos y de mayor alcurnia. Saboreo el paisaje y el penetrante olor de agua de río, de piedra húmeda y de tierra y vegetación saturadas del líquido vital. El charco azul, visto desde mi posición y a estas horas casi parece verde al reflejar en su superficie el verdor de las montañas circundantes. Vuelvo sobre mis pasos para bajar hasta el río, ahora sí, y girar a la izquierda siguiendo su curso. El camino se ve, una vez más, cortado por el caudal de las rápidas aguas. A la izquierda unas piedras apenas cubiertas me animan a “andar sobre las aguas”. La engañosa poca profundidad me hará empaparme los pies, la bici se sumerge hasta media rueda, este hecho hará que en el siguiente vadeo me meta de lleno sin miramientos en el río, el calor de agosto invita a refrescarse, pero en invierno creo que será conveniente remontar la cuesta de bajada y volver al pueblo por el mismo sitio.



Llego a la peña Judía, un precioso prado rodeado de arboleda a la orilla del río y con un imponente peñasco detrás, la perspectiva se pierde aquí abajo, pero intuyo que se trata de la peña que alberga el castillo sobre el pueblo. Todo este sendero está salpicado de paneles informativos sobre la vegetación que vamos encontrando a nuestro paso. Después vuelvo a cruzar el río por un curioso puente; a favor de la corriente una serie de canales de hormigón permiten circular el agua, por encima unos tablones cruzan de lado a lado permitiendo que se pueda cruzar incluso si la crecida corriente pasara por encima del puente. Aún cruzaré otro puente igual, pero ¿¿porqué no lo había en los anteriores vadeos? Misterios sin resolver para los que no encuentro explicación. Al poco de pasar el segundo puente me encuentro de bruces con la cueva del Gollisno, el nombre quizá no sea el correcto, pero en cada mapa consultado tiene un nombre diferente. Es como una enorme herida abierta en la piel de la montaña.



Intento trazar una línea recta mentalmente a través suya que me llevaría, al otro lado de la montaña, al embalse de Loriguilla, tan cerca estamos de allí. Es abrumador, al mirar alrededor, lo pequeño que me siento en este profundo cañón rodeado de montañas. Pedaleo pegado al peñasco, sobre el que se levanta el pueblo, hacia la izquierda; poco después el desfiladero se abre a un valle y se ensancha la ribera del río que ya empieza a mostrar signos de cultivos. El camino conecta con el pueblo, a la derecha un camino cruza un puente sobre el río y me devuelve a la orilla Oeste. Este tramo de camino coincide con la vereda de castilla y se interna por el barranco de Vallfigueras, un sendero no ciclable que se adentra en la montaña hasta unas pinturas rupestres, luego, de seguir esta senda, se podría conectar con el camino que baja hacia Sot de Chera o en sentido contrario hacia el embalse de Loriguilla. Tenía trazada una ruta por este camino pero las precisas explicaciones de Oscar de http://www.barrancobike.com/  sobre la no ciclabilidad del camino me hicieron desistir y buscar otras alternativas que hoy estoy explorando. Yo en cambio sigo el curso de río y busco un camino que sube hacia el polideportivo de La Ermita. El camino vuelve a cruzar, literalmente, el río. Ya no hay contemplaciones que valgan, esta vez levanto la bici y metiéndome en el agua hasta las rodillas lo cruzo a pesar del gran caudal y la fuerza con la que empuja la tumultuosa corriente. Al otro lado el camino parece bastante abandonado en algunos tramos cubiertos de vegetación. Ya junto al polideportivo, las azules y tranquilas aguas de la piscina invitan a un chapuzón más sereno y relajado que las rápidas aguas fluviales. Lo lento de esta visita me hace recortar la visita al balneario, así que me voy directamente hacia el alto de la bandera; una montaña que asoma justo encima del balneario de Fuencaliente un mirador.



Tomo la carretera CV- 395 hacia Villar del Arzobispo, poco tráfico y pocos Km. de rodar por carretera, pero es que no hay otra, bueno sí pero el rodeo es de aquella manera. Ligera pendiente hacia arriba hasta llegar al desvío. Lo tomo a la derecha y me meto por un camino que me recibe con un charco de fango, está visto que este es mi sino en esta ruta. La pendiente no es matadora pero es constante, pero el “camino”… Una lamina de roca “asfalta” el camino, es por toda lógica irregular, la pendiente unida a los escalones que hace la propia roca invita a la rueda delantera a encabritarse continuamente, si cuando baja no tienes la suerte de ponerla en sitio “plano”, el rebote hace que se vuelva a encabritar… y así continuamente. Es cuestión de tiempo echar pie a tierra y tener suerte de no doblarte un tobillo. Total que la sudada que estoy cogiendo en este tramo es de las que hacen afición. A esto se une que desde que salí del río, el frescor que me estaba acompañando ha desaparecido por completo y el Sol castiga de lo lindo, no en vano estamos a mediados de agosto. Lastima no haber parado a hacerle una foto al caminito de marras, tanta piedra y tanto bache hicieron que se me atravesara el camino y viera en él un peligro inminente para bajar. Haciendo buenos tramos a pie llego arriba y el camino se hace algo más ciclable. Así llego al desvío hacia el mirador. Pero este tampoco será fácil, me quedan por delante más de 600 metros de un camino erosionado, casi un paisaje lunar donde no puedo dar ni una sola pedalada. Cargo por enésima vez con la bici y enfilo este monte pelado de árboles hasta el mirador. Bueno, en un momento dado, viendo que la senda empieza a bajar y sin saber realmente si hay mirador o no, me invento un “mirador” acercándome al cortado ya que no tengo ganas de descender ni un solo metro, que luego habrá que subirlo por esta tortuosa senda. La vista es espectacular pero, en honor a la verdad, menos de lo que esperaba, o será que el esfuerzo y el cansancio exigían una recompensa mucho mayor. Hay otro mirador que me había marcado por la proximidad del camino al borde del barranco, pero que no sé si será o no como yo imagino. Está junto al corral de Javier, no tiene pérdida ya que está indicado. Llego al lugar marcado y me adentro en la frondosa muralla vegetal que delimita el camino. Me voy abriendo paso entre aliagas, ramas de romero y otros arbusto, el resultado es un montón de arañazos en las piernas y algún que otro pinchazo con hojas de coscollas y demás arbustos espinosos. El cortado en la montaña no tarda en presentarse. Justo donde lo había calculado, debajo está el lugar donde se junta el río Sot o Reatillo al Turia. Veo abajo un edificio en ruinas que imagino como una antigua central eléctrica.



Los meandros del Turia a mi izquierda, dirigiéndose hacia Gestalgar, se adentran en los montes antes de desencajonarse junto a la presa de Gestalgar, aquella que duró en pie el tiempo justo para ser inaugurada. La peña María no se ve desde aquí por poco. Hacia la derecha, junto al río asoma algún vestigio del balneario. Enfrente la carretera que sube serpenteando el puerto de las muelas para luego bajar hasta Sot de Chera. Y junto al edificio en ruinas el camino que se adentra para ir al encuentro del río Sot, ese camino queda pendiente para otra ruta. Ahora quiero adentrarme un poco más en esta montaña a ver si puedo llegar a ver la peña María. Lo consigo llegando hasta el final de este camino, la continuación es una senda en sentido descendente por el que es imposible bajar en bici. Contemplo el paisaje alrededor. La sierra de Enmedio se muestra altiva al otro lado del valle. El pico Tarrac crece en su parte izquierda desde mi posición. Más a su izquierda la sierra de Chiva escalona sus cumbres hasta llegar a la Carrasquilla, esta cumbre tampoco es ciclable por lo que, al igual que Tarrac se pueden permitir el lujo de permanecer inéditas ante nuestras pedaladas. Inicio el regreso. Cuando venía he visto un camino de bajada que intuyo llegará a la carretera, una vez allí amplio el mapa en pantalla y efectivamente llega hasta la carretera que tengo que tomar. La inseguridad que me ha dado el camino por el que he subido me decide a tomar este, además es apenas un poco más largo. Tenía la sensación que de haber bajado por donde he subido me hubiera caído. Aquí en el cruce aún estoy tentado de intentar bajarlo, más que nada por aquello de no quedar como un cobardica, pero, ¿Quién se va a enterar? Al final el sentido común gana la batalla a la osadía y decido no arriesgar nada, que bastante sufrimiento hay en esto de pedalear. El camino que he tomado está en perfectas condiciones, camino de tierra compactada, sin piedras y todo de bajada. Curvas amplias y con bastante visibilidad. En general todo el rato así. Llego en un suspiro a la sorpresa del día. El área recreativa de Pelma. La había oído nombrar o bien la había visto en algún mapa pero no me imaginaba llegar aquí, al menos hoy. El paraje esta en el hondo de un pequeño barranco y conserva una humedad que mantiene la pinada que aquí crece. Sombra, frescor y aromas de mil y una plantas se entremezclan en este acogedor vergel a los pies de un monte desnudo de árboles.



Tomo la carretera hacia La Ermita en sentido descendente. Antes de entrar tomo un desvío a la derecha que me hará recortar carretera y me lleva hacia Chulilla. Justo en el cruce de la piscina me incorporo a la carretera y llego a la entrada del pueblo. En seguida una calle se abre a mano derecha, es la calle de la cruz, como no podía ser de otra manera me pone mirando hacia arriba. Paso una fuente y llego al cementerio. La subida de verdad de la buena empieza ahora. La primera rampa es colosal. Conforme crees estar acabando de subirla aparece tras la cresta del camino la continuación de la subida. Se acaba el asfalto y con él este tramo duro. Voy pensando que debe de haber sido lo peor. Otro tramo de asfalto. Esto pinta mal pues miro hacia arriba y de montaña queda un rato. Después de 3 tramos así el tío del mazo no tiene ni que venir a darme, me bajo de la bici fundido. Lo llevaba todo puesto, el desarrollo no se podía reducir más. Arrastro la bici unos metros mientras seco la camel. El agua caliente ya no me refresca y la sudo casi instantáneamente. Acumulo un poco de fuerzas y me pongo otra vez a pedalear, a la segunda pedalada noto como los gemelos se vacían y pierdo toda la fuerza de golpe. Miro hacia arriba pensando que esto no se acaba nunca. Otro descansillo y lo vuelvo a intentar. Avanzo cansinamente al borde de la verticalidad. He subido rampas peores pero creo que tanto arrastrar hoy la bici y la subida de la bandera por aquel terreno machacado me han fundido más de la cuenta, a esto hay que unir el desgaste mental. Prefiero ir siempre subido en la bici por dura que sea la cuesta que echar pie a tierra. Y eso me está pasando factura. Me animo diciéndome que ya no bajo más. Parece que surte efecto y la pendiente ya no puede conmigo. O eso, o es que ha suavizado. No del todo porque llego a la pared del día. Pedazo de rampa. Parece sacada directamente del Montdúver para ilustrar la peor de mis pesadillas. De lado a lado del camino le quito algún decimal de porcentaje y me voy acabando la montaña que hay a mi izquierda. Por fin llego al desvío y me dirijo al depósito de incendios (que por cierto está vacío) y a la cruz. La vista es espectacular. El pueblo es un laberinto de calles allá abajo donde las personas parecen hormiguitas. El castillo sigue mandando desde su altozano sobre el pueblo, y, el cañón del Turia dibuja su quebrado paseo por estas tierras a golpe de agua sobre la roca hasta abrirse paso.



Disfruto de la panorámica como merecido premio a tanto esfuerzo. O mucho me engañan los sentidos o esta ruta se ha convertido en algo mucho más duro de lo que tenía previsto hacer hoy. Luego me acerco al alto de la muela hasta el V.G. pero no hay camino para llegar hasta él. Lo veré a unos 100 metros, protegido por un mar de arbustos que no tengo intención de surcar. Le hago una foto con el pico Ropé asomando a su lado y me despido de esta montaña que, con su altitud, me servirá de faro y punto de referencia vista desde otras montañas. Toca bajar. La pronunciada pendiente y el continuo curveo no dejan lanzar la bici, de todas formas las brutales frenadas a que obligan las curvas tampoco aconsejan dejarse llevar demasiado. Ya en la puerta del cementerio acerco la mano a los frenos para comprobar el calor que desprenden, se han tenido que emplear a fondo en su lucha con la fuerza de la gravedad. Llego al parking cruzando el pueblo y paro a refrescarme en la fuente justo delante del coche que es más una sauna que un coche. Camino a casa para encontrarme con la siempre refrescante cervecita que me repondrá de los minerales perdidos en esta cruenta batalla de hoy.