martes, 14 de diciembre de 2010

Riba Roja-Calles

Suena el despertador aún de noche. Segunda parte de la trilogía que cerrará el triángulo Riba Roja-Calles-Requena. La ruta de hoy es más corta que la de ayer y con muchísimo menos desnivel, pero prefiero ir con tiempo para asegurarme de estar allí a hora de comer. Me asomo a la ventana con el desayuno en la mano y a punto está de sentarme mal. Está lloviendo. Corrijo, no está en este momento pero el suelo está mojado. Es una faena. Esto aportará un plus de peso, cansancio, frío e incomodidad, que a fuerza de kilómetros y tras las durísimas jornadas de ayer y la de hace dos días, amenazan con dejarme molido. Ayer a última hora ya no sabía donde ni como sentarme. Decido hacer un cambio de última hora e ir por el río, por el camino del parque fluvial del Turia hasta el puente que cruza el río allá por La Pea. Allí ya estaré sobre el track y evitaré algunos charcos que me incomoden el inicio de la ruta.
Hasta allí nada nuevo, solo el deleite que supone pasear a orillas del río con los preciosos paisajes otoñales que jalonan cada rincón del parque. Cruzo el río por el puente planeado y giro a la izquierda en la cantera. Unas enormes piedras cortan el paso, las supero bajando de la bicicleta, que digo yo que para que no pasen coches, con separar un poco estas moles nos facilitarían el paseo a los senderistas y ciclistas. Los naranjos son los dueños de la mayoría de campos de cultivo de la zona. Un poco más allá giraré a la derecha y comenzaré la parte nueva de la ruta. Hasta aquí era terreno conocido. Luego cruzo la carretera de Llíria a Pedralba. Compruebo con alegría como el asfalto no está demasiado mojado y apenas salpica agua y barro, de momento estoy saliendo mejor librado que ayer. El calor generado con el pedaleo me obliga a parar y quitarme el chubasquero con el que había salido de casa en previsión de peores condiciones meteorológicas. El nuboso día de momento no amenaza lluvia, y la luz solar intenta abrirse paso a través del manto de nubes, pero de momento no lo consigue. Nada destacable de esta zona intermedia de la ruta. Caminos asfaltados serpenteando entre cultivos variados y campos de naranjos principalmente. Es la parte más alta de esta zona, luego un suave descenso hasta cruzar la carretera de Pedralba a Casinos. Es una zona de regadío, de pozos, de reconversión del antiguo secano al próspero regadío, que en los últimos 30 años ha cambiado la fisonomía de estos campos del interior para anegar estas tierras de agua entre naranjo y naranjo. Por fortuna el riego por goteo sigue creciendo y está volviendo a transformar el paisaje, al menos con un consumo más moderado de agua. Pero queda mucho por hacer, tanto aquí como en otras zonas. A ver si poco a poco lo conseguimos.
Llego a una pronunciadísima bajada, corta pero muy intensa, abajo los naranjos crecen sobre un manto de césped que colorea el entorno. Subo la pendiente por el otro lado y decido que es hora de almorzar. Paro junto a una caseta de labranza, nada singular o artesanal. Una caseta cuadrada de bloques, lucida, simple y funcional. El rato del almuerzo me está dejando helado. El calor solar no logra atravesar la capa de nubes, incluso si me fijo bien veo partículas de agua de la vaporosa niebla que por momentos me acompaña a lo largo del viaje. Vuelvo a plastificarme por fuera con el chubasquero, al menos retendrá el calor corporal. Almuerzo rápido y me pongo otra vez a dar pedales. Necesito calor. Lo encontraré en la siguiente subida, esta vez saliendo del asfalto, que me lleva hacia el alto de La Cruz Quebrada.
Desde aquí la montaña de las antenas de Bugarra se ve entre la bruma en las montañas más cercanas. El camino sigue subiendo y pronto se adentra en el monte. Pierde anchura y se convierte en senda. La humedad aquí, en medio del pinar, es espectacular y los colores de las plantas mojadas elevan sus tonos hasta lo increíble. Los aromas también son abrumadores. Una mezcla de tierra mojada y plantas aromáticas se agolpan en la nariz y me sorprendo olisqueando el aire para captar las últimas esencias escondidas en los confines del monte. Luego la senda baja, un tramo corto y técnico entre piedras, a modo de escalón, y plantas invadiendo el angosto espacio para pasar. Llego a un cruce de caminos y sigo lo más recto posible, creyendo ciegamente las instrucciones de "treki". A estas alturas estoy más que despistado y, podría guiarme y seguir un rumbo aunque, realmente no se donde estoy. El camino sigue bajando hasta llegar a una carretera.
Antes de cruzarla paro a ver el aljibe que, abandonado, ve pasar a su lado los coches a la velocidad de la vida, o viceversa. Lo mismo le da a un monumento del pasado. Un fósil que más pronto que tarde molestará más que otra cosa y derribarán para hacer más ancha la carretera, o para poner una señal que no puede desplazarse unos metros más allá. Vete tú a saber, alguna molestia le encontrarán al pobre desgraciado. Ya cruzada la carretera el camino sube hacia un campo, tras un momento de vacilación consigo seguir el trazado marcado sobre la pantallita. Luego el camino se hace piedra en medio de una subida. La portentosa pendiente y el mal estado del firme me obligan a bajar de la bici. Me interno así, otra vez, en mitad del bosque, arriba pasaré junto a una madriguera artificial para conejos. Estas madrigueras o majanos, se vallan a su alrededor para evitar que los depredadores puedan acceder a ellas y facilitar así la repoblación de animales en la zona. Luego salgo a un camino asfaltado que vuelve a discurrir entre naranjos. Al final de este camino a la derecha, y luego a la izquierda en dirección a las Bodegas Vanacloig. Antes pasaré junto a un cercado de madera blanco.
Unas banderas ondeando sobre unos mástiles me llaman la atención y me acerco a curiosear. Es un pequeño campo de aterrizaje... Allí mismo me desvío de este camino a la izquierda, luego a la derecha para llegar a la pedanía. Una hilera de casas flanquean la carretera que llega desde Gestalgar y Bugarra. Luego, en el cruce lo tomo a la izquierda para pasar el resto de casas y el restaurante La Bodega, excelente restaurante que he tenido la satisfacción de probar. Un poco más adelante veo el letrero de otro restaurante que indica está a 100 metros, allá que voy a ver que pinta tiene. Llego a un aparcamiento cerrado que intuyo como el restaurante aunque no hay nada con que pueda verificarlo y además está cerrado, así que doy la vuelta y continúo camino.
Ya al final de la aldea veo una antigua casona de piedra, es lo único de este lugar digno de destacar, arquitectónicamente hablando. Es un tremendo chasco, tal como me pasó ayer en Villar de Tejas. Aldeas perdidas en mitad de la nada. Sitios que, por su lejanía o aislamiento, esperaba con un entorno más cuidado, más homogéneo en las construcciones, más rurales, más piedra y menos paredes de cemento. Pero no, de aquellos pueblos cada vez quedan menos, sobre todo en la zona en la que estamos. A partir de aquí se hará cada vez más visible el tipo de canal que sirve de regadío en esta zona. A diferencia de las acequias de la zona de Manises y Riba Roja, aquí son medias tuberías casi aéreas en algunos tramos y que surcan los campos en todas direcciones. Luego, casi de repente, los naranjos dejan de ser el cultivo principal y las oliveras se adueñan momentáneamente del paisaje. También los algarrobos tienen su cuota de protagonismo, al menos en el interior de una finca con caballos en libertad. Una finca grande donde los animales pueden moverse con soltura y correr a sus anchas sin tener que estar dando vueltas a una pista. Ya desde aquí, la mole montañosa de la muela de Chulilla se va agrandando con la cercanía.
Me dirijo hacia ella. Pasaré justo por debajo junto a las canteras en el alto del Salobrar. Las pozas en las zonas abandonadas de las canteras se llenan de agua con las lluvias y aportan un plus de color y exotismo junto a la pinada cercana.
Cruzo la carretera de Losa a Chulilla y bajo hacia el barranco donde se juntan el de La Cava y el Tarragón. El camino desaparece bajo las aguas. Y es que en este punto el camino y el barranco comparten el mismo espacio. Cuando no baja agua gana el camino, pero si trae agua...
Como el agua no ocupa todo el ancho del camino me muevo por un lateral enganchándome en las zarzas que bordean el camino-barranco. La alternativa a este camino acuático sería coger la carretera hacia la izquierda, hacia Chulilla y luego a la derecha por el camino del eco parque para llegar hasta la carretera del embalse. Es un pequeño rodeo pero te aseguras el paso sin depender de si hay o no hay agua en este camino ni preocuparte por el caudal. En cuanto a la carretera; tampoco es mucho el tramo a recorrer y la carretera no tiene mucho tráfico. Hoy ha habido suerte y he podido pasar, pero siempre está bien tener una alternativa a mano. Además, mejor esta carretera que no la CV 35, todo el rato de subida desde Losa hasta el empalme con la carretera del embalse. Con la bici por dentro del agua, me apoyo en ella para poder sortear las ramas que se adentran aún más en el camino. Por suerte son unos 50 metros hasta que el barranco encuentra una escapatoria a la izquierda y se dirige hacia el Turia después que este deja las aguas del embalse de Loriguilla. Luego remonto el camino y llego a un mirador sobre el meandro y cañón del río, entre el embalse y la entrada a Chulilla.
Es un encajonamiento espectacular. La muela de enfrente se inclina hacia el paso del agua como si no quisiera perderse este soberbio paisaje. Tras esta visita ya entro en la zona conocida pedaleada otras veces. Sigo ascendiendo hasta la CV 35 y ya en ella de bajada hasta la cabecera del pantano allá en Domeño. Como voy muy bien de hora hago un alto en las ruinas de La Venta de Mariano.
Muros de piedra, de esos que reclamaba antes se desmoronan en soledad, con la tristeza de ser olvidados e inútiles testigos del pasado. Ya cerca del final de la ruta me deleito en pasear por este rincón que, como tantos otros, perderemos para siempre a no tardar muchos años. Desde aquí hay unas vistas privilegiadas sobre la cabecera del embalse y la conjunción de los dos ríos que lo alimentan.
También del mutilado castillo de Domeño que agoniza encaramado en su altozano al otro lado de los ríos. Por fin vuelvo a ver el Pico del Remedio; ayer entre la bruma cuando me alejaba, hoy bajo un sol que alegra el día conforme me acerco. Ya solo me queda rematar la ruta paseando junto al río Tuejar, remontando su corriente hacia Calles y deleitarme bajo el otoño que cubre de hojas el camino aunque estemos en invierno.
Una pequeña rozadura en el trasero harán más que insoportables los últimos kilómetros de esta segunda jornada que estoy deseando terminar. La trilogía la cerraré pasadas las fiestas navideñas, al volver a casa. El tren me llevará en sentido contrario al de ayer y bajaré desde Requena a Riba Roja. Aquella historia también os la contaré.




Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=1388115

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