miércoles, 11 de mayo de 2011

Requena-Riba Roja

 
Cerraba el círculo, o mejor dicho el triángulo con esta 3ª etapa entre Requena y Riba Roja. Lo bueno de las etapas circulares (principio y final en el mismo sitio) es que puede comenzar desde donde quieras. Con esta serie de etapas se abre un amplio abanico de rutas por etapas haciendo pequeñas variaciones entre el punto de salida y el de llegada, así que vamos a explorar caminos. Pero primero os contaré las peripecias de esta ruta que ha tenido de todo. Comenzaré diciendo que a pesar de cerrar el círculo no estoy del todo satisfecho ya que el camino seguido no es factible por ser un camino (al menos una parte) privado, y me he tenido que saltar algunas restricciones en forma de valla, pero eso os lo contaré en su momento. Vamos al principio.
El principio se remonta al verano pasado cuando pensé en una ruta que me llevara por las estribaciones de la sierra del Negrete desde Calles. Claro, el viaje de ida y vuelta suponía una paliza de no te menees, o buscar un lugar de salida para llegar hasta allí con el coche, o bien terminar en Requena/Utiel y volver en tren. Luego pensé en subir hasta Calles desde Riba Roja, y claro, con dos laterales ¿por qué no cerrar el recorrido? Me puse a diseñar los caminos y encontré las rutas que hice en la primera etapa Calles-Riba Roja, volví en tren y al día siguiente hice Riba Roja-Calles. Hoy tenía que subir en tren desde Loriguilla y volver pedaleando desde Requena hasta Riba Roja.

Así que a las 7 de la mañana me levanto y tras los estiramientos me pongo en marcha hacia la estación del tren de Loriguilla-Reva. A las 8:30 tomo el tren y me relajo durante la hora y cuarto de trayecto con el suave vaivén y el “cha cha cha” del tren.
Desayuno un par de zumos y barritas durante el viaje y llego a la estación de Requena con 12Km. en las piernas que no contaran para el total de la ruta ni para el IBP, pero que ya estarán sumando o, mejor dicho, restando energías de las piernas. Un sol de justicia se eleva en el cielo despejado, aunque leves ráfagas de viento refrescan a esta altitud. Solo será hasta que me ponga en marcha y caliente motores. Paso por detrás del hospital en busca del puente que cruza la A-3 y me encamina hacia el alto del Telégrafo. La rampa en un principio asequible tiene su punto culminante en una subida casi de escalón insuperable, por lo que me obligará a bajar de la bici por primera vez en la jornada, después de este trámite continuo pedaleando con la torre y el V.G. a la vista.
La torre del Telégrafo, en estado de abandono, presenta signos de un deterioro que parece ir condenándola a su fin. Forma parte de una red de torres que a mitad del siglo XIX comunicaban, a través de telégrafo óptico, Madrid con Barcelona a través de Valencia. Hay numerosas torres de similar o idéntica planta cada aproximadamente 15Km. Una de ellas ya la visité, aunque entonces no sabía lo que era, en la muela de Pota, al sur del circuito de Cheste. Las vistas desde esta atalaya son impresionantes. Tanto que decido almorzar aquí mismo para ir haciendo la digestión en la bajada hacia el Reatillo y antes de comenzar la subida fuerte del día. Casi hacia el norte la mole del Cinco Pinos eleva sus 1177 metros de altitud antes de desplomarse hacia el embalse de Buseo. Al otro lado del valle otro coloso rivaliza en altitud superando su cota; los 1250 del pico Tejo son la mayor altitud de la zona.
A sus pies, un mosaico de campos de cultivos alterna, el verdor de las plantaciones, con los rojizos terrenos que esperan la siembra. Es un terreno de bellos contrastes multicolor, aunque el otoño es la estación que dota esta zona de una explosión de color difícil de explicar. Almuerzo inquieto ante los mordiscos de las enfurecidas hormigas que defienden despiadadamente su terreno ante mi involuntaria invasión, me disculpo retirándome a otro lugar menos provocativo, pero allí hay otro ejército, otra colonia que sacrificará algunos efectivos para proteger el hormiguero, así que termino rápido el almuerzo y me dispongo a bajar hacia el paso sobre la vía del tren y del AVE que discurren paralelas en este tramo.
Ya al otro lado ruedo por la vereda Real, luego un cartel indica el camino del Tejo sobre la abandonada y desmantelada línea del tren. Este camino lo seguiré hacia la casa Cárcel, unas bonitas ruinas de lo que antaño debiera ser una masía o unas casas de labranza. El caso es que estoy a punto de iniciar la bajada junto a la rambla de los Tocares. El primer contacto con el camino de bajada se hace a través de un tupido bosque de pinos. El camino baja haciendo eses, en pronunciado descenso, por un firme en buen estado aunque de tacto terroso debido a las lluvias de las últimas semanas y al arrastre de terreno arcilloso hacia el camino.
Apuro los frenos antes de las curvas cerradas y dejo volar la bici a la vista de las curvas abiertas, pero en ningún caso llego cerca del límite y corto gas mucho antes de lo que me gustaría. Algún charco y lodazal me obligan a bajar de la bici o a intentar cruzar por un terreno pantanoso que no sé hasta dónde cubrirá la rueda, pero seguro que me atasco y me clavo en mitad del barro por lo que esta tónica será la más repetida en el siguiente tramo. Terminado este tramo de pronunciada bajada el camino sigue descendiendo de forma moderada. El bosque se abre y, ya paralelo al curso de la rambla, la vegetación ribereña gana terreno. Los pinos a partir de aquí se hacen más escasos y se dejan ver plantones jóvenes que se apretujan unos contra otros. La montaña sube vertiginosa hacia la cumbre del Tejo que pronto desaparecerá tapada por otros picachos más cercanos y verticales sobre mi posición. El arroyo baja tranquilo y sosegado a mi derecha, poco caudal para lo que esperaba, y menos mal, porque en ciertos tramos el riachuelo y el camino comparten espacio, y como decían en la película “solo puede quedar uno” y ya sabemos, en estos casos, quien gana. Varias veces me bajo de la bici para sortear las aguas, mejor dicho el barrizal que supondría meterme en el cauce.
El silencio en lo profundo del valle es casi sobrenatural. La sensación de profundidad que infunden las verticales montañas ponen una carga de soledad y de inhabitabilidad que por un momento me hace pensar si no seré el único habitante del mundo, al menos lo soy de esta parte y en este momento. Un camino se desvía a la derecha subiendo la ladera hacia lo que el mapa indica como corral de Paula. Sigo el suave descenso junto a la corriente para toparme, poco después, con el primer incidente serio de la jornada. Una valla se levanta delante de mí. Una puerta giratoria y un cartel permite, el paso de peatones pero no de bicicletas.
Literal; la puerta está hecha con la idea de que pase el peatón encajado entre unos barrotes pero no la bici. Que digo yo, que qué hay de malo en permitir el tránsito de bicicletas; a una mala las bicis solo podemos ir por los caminos, un senderista puede “inventar” caminos nuevos, trepar por una ladera y salirse de los caminos. Ojo, no es que esté en contra de que se les permita el paso a los senderistas ni mucho menos, solo digo que nosotros no hacemos tampoco ningún daño. Pues aquí tengo el primer gran dilema de la jornada. Volver atrás 15Km. hasta Requena en brutal subida y coger el tren (sin dinero), o pasar la bici por encima de la valla y seguir adelante a ver que me encuentro en el otro lado. Pues eso, sigo adelante. El caudal de agua se ve acrecentado por la unión de otro barranco y ahora sí que trae abundante agua que borbotea entre las rocas. El camino ha ido acercándose a la base del Cinco Pinos y ahora esta mole se ve muy cerca al frente. El camino hace un giro hacia la derecha con el barranco para salvar los cimientos de la montaña; intuyo que estoy cerca del Reatillo y que esto debe estar a punto de empezar a subir. Llego a una explanada abierta en el valle. Un cruce de caminos y la carretera de Requena a Chera a mi derecha, arriba de la ladera. Mi vista topa con el cercado y una puerta cerrada pero sin la puerta giratoria, como para querer salir. El track me lleva hacia la derecha, hacia arriba, por fin. Otra puerta en medio del camino. A su izquierda la valla se interrumpe un par de metros más allá por lo que no tengo que saltarla. Intuyo que es una puerta por un camino interior dentro de este recinto vallado, y que el camino este, que es el del Reatillo a Siete Aguas tendrá una salida como “la entrada” anterior.
Inicio la subida. Pronto me veo obligado a meterlo todo. Cierro las suspensiones para evitar el balanceo e incluso el rebote de la suspensión delantera que podría encabritar la bici en algún bache. Sin embargo el camino no da tregua, las rampas son terribles. Gano altura con rapidez ante un porcentaje vertiginoso. Las panorámicas se engrandecen como premio a tanto esfuerzo.
El Cinco Pinos a mi espalda se alarga hacia la derecha y deja ver, en la otra punta de la cordillera, la corona del pico Ropé. Ese es el faro que siempre me sitúa. Enfrente de él la sierra de Enmedio y el Burgal se estira hacia el pico Santa María, y en medio una mancha azul cubre el fondo del valle.
¡El embalse de Buseo es visible desde aquí! Ante la sorpresa me entrego un poco más en la contemplación de las excelsas panorámicas. La aldea de el Reatillo se deja ver precedida de una extensa arboleda. Disfruto del momento antes de ponerme nuevamente en marcha. Ésta pronto se verá interrumpida por una rampa brutal que me obliga a echar pie a tierra una vez más. Cuando la rampa suaviza un poco vuelvo a encontrar tracción y vuelvo a pedalear. Será solo un espejismo. Se repite la misma historia ante otra rampa criminal. Será un tramo de continuo arrastrar la bicicleta hacia arriba patinando incluso a pie, sin poder encontrar un apoyo sobre el que coger impulso. El cansancio es descomunal, y mirar lo que me queda por subir no ayuda en nada, al contrario. Cada mirada es un suplicio pensando en lo que se me viene encima.
El camino que sube la montaña es una pared que dan ganas de llorar ante su sola visión. Paro cada pocos metros agotado por el esfuerzo de empujar la bici. Aprovecho cada parada para disfrutar de las vistas mientras recupero el aliento y el coraje para seguir empujando. Un ruido a mi espalda me hace girarme para comprobar que no estoy solo. De entre la vegetación sale una cabra montesa.
Ante mi sorpresa se para unos metros más allá en el camino y me mira intrigada, será el manillar de la bici, o el casco y la estrafalaria indumentaria de biker lo que la hace pararse a observarme más intrigada que asustada. El caso es que ahora puedo pedalear e intentar seguirla. La alegría me durará poco: la valla perimetral de esta finca cinegética se eleva ante mí como el mayor muro de la jornada. Ni puerta giratoria ni puerta de Alcalá ni nada de nada. Solo una valla de alambre sujeta a unos hierros clavados en el suelo. Ahora sí que se ha presentado un problema. Aquella puerta de “entrada” que encontré intuía que también la encontraría en este lado ya que esto es un camino, pero no. Miro hacia lo alto de la montaña, aquel camino que antes me parecía una muerte ahora pagaría por poder subirlo y escapar de esta prisión. El camino está ahí a mi derecha, pero la valla continúa subiendo, por lo que tampoco sería una solución, hasta llegar a la cima de esta montaña que tengo junto a mí y que me tapa la visión directa del pico Tejo. Me planteo volver atrás pero tengo el mismo problema que tenía antes: no puedo coger el tren y no tengo caminos alternativos, de todos modos vete a saber que me encuentro en esos caminos alternativos. Miro incrédulo el mapa en la pantalla del GPS. El camino está ahí, la ruta estaba trazada por el camino, no es que me lo haya inventado yo, en Google Earth, en la cartografía del GPS y en el Sigpac estaba el camino, pero no la puerta ni el letrero que decía que el camino era privado; como saber eso si no vienes hasta aquí o no has podido encontrar la información necesaria. El caso es que las lamentaciones ahora no me sirven de nada. Hay que saltar sí o sí, ahora mismo estoy encerrado. Lo que parece fácil se complica por el hecho de tener que pasar la bicicleta. A diferencia de la primera valla que era más bajita y me permitía subir a una puerta de hierro, aquí solo hay alambres sin la consistencia necesaria para aguantar mi peso con la contundencia necesaria que me permita elevar la bici por encima. No tengo un punto de apoyo ni mucho menos de agarre que me permita trepar y subir la bici al mismo tiempo.
Con uno poste de hierro por allí suelto se me ocurre “izar” la bici, lo más arriba posible, para luego recogerla desde el otro lado y acabar de pasarla. Aun así tengo problemas para pasar yo solo al otro lado, luego vendrá lo de "descolgar el jamón" y acabar de subir la bici y volver a bajarla sin dejarla caer. Al final, y después de más de media hora invertida en encontrar una solución y llevarla a cabo, consigo salir de este coto de caza, según reza el cartel que ahora, desde este lado, puedo leer. He perdido mucho tiempo y sobre todo muchas energías en poder salir de esta trampa en la que, de alguna manera, me he metido yo solito. Ante mí otra rampa que tengo que subir andando, ahora, una vez libre, me parece una bendición. Dicho esto no querría seguir sin pedir disculpas por el hecho de haber saltado unas vallas y haberme saltado la restricción de permitir el paso "solo a peatones" pero es que no tenía otra salida. Estoy en la cumbre de esta parte de la ruta. Un último vistazo al valle y a la cordillera del otro lado, donde el Negrete se deja ver en la distancia asomando entra las montañas.
El descenso también lo hago andando ya que la rampa es brutal y la rodera en mitad del camino no ayuda demasiado. Unos “men in White” me llaman la atención en medio del bosque. Sus sombreros de rejilla en lugar de cucuruchos en la cabeza me tranquilizan. No lo harán las miles de abejas que me rodearán en pocos instantes. Vuelvo atrás más rápido de lo que he avanzado hasta sentirme, otra vez, a salvo, lejos de la zona de influencia de la colmena. Tengo un problema y este sí que es serio. Me río ahora del problema de la valla que tan solo hace dos minutos era todo un mundo. Hacia delante las miles de “espadas” que, si cometo un desliz, me van a hinchar. A mi espalda la “pared” de la valla y todo el camino atrás. Llamo desesperadamente a los apicultores para ver si pueden, con humo o algo así, ahuyentarlas mientras paso, o ver que solución podemos buscar. Mientras me hago oír me entretengo dando manotazos al aire para ahuyentar a las atrevidas exploradoras que me están poniendo los pelos de punta zumbando a mi alrededor, enredándose por los agujeritos del casco o quedándose enganchadas en los guantes y el maillot. Cuando consigo que me oigan y tras una conversación que no me tranquiliza en absoluto, consigo que me dejen un mono de trabajo para protegerme y pasar esa zona, pero para la cara no tengo protección, me tendré que enrollar algo de ropa y probar suerte. O puedo esperar a que terminen de trabajar y dejar que se tranquilice la colmena e intentar pasar entonces, más o menos esta noche. Protegido lo mejor que puedo me meto en un torbellino de zumbidos y revoloteos a mi alrededor que me dispara las pulsaciones y la adrenalina más que ninguna rampa de las que he subido. Paso andando despacio, a cámara lenta, aparentando ante ellas una calma que no tengo; casi hablándoles, mimándolas, diciéndoles lo guapas y lo buenas que son. Ya me vale que se lo crean. En un momento dado uno de los trabajadores me insta a salir corriendo ya que si sigo así me van a inflar. Le dejo la bici al otro y paso a la carrera. Es como una provocación para ellas que buscan el menor resquicio en la ropa, o es que de tantas que hay simplemente chocan con él y se meten dentro de la ropa. Un par de picotazos en la cabeza a través de la braga que me servía para taparme la cara será el balance final de la “aventura”. Un centenar de metros más allá me paro y me doy por satisfecho. Los picotazos ya ni me duelen, o eso o la adrenalina los ha neutralizado, o bien los picotazos que he sentido eran más de miedo que otra cosa, el caso es que estoy sano y salvo, sin hinchazones ni dolor. No me puedo creer mi buena suerte. Recupero la bici y me alejo de aquel avispero tras agradecerles a los apicultores el traje y el acompañarme llevándome la bici. Un par de Km. más allá paro a recuperar el pulso y tranquilizarme un poco. Por lógica los caminos cerrados se tienen que haber acabado una vez pasados la verja de entrada y de salida, y abejas espero no encontrarme más, así que lo que me queda tiene que ser ya la parte fácil de la ruta. Inicio un suave pero rápido descenso hacia Siete Aguas por una pista en perfectas condiciones.
El pico Hierbas, con su inconfundible silueta, se deja ver a la izquierda entre las montañas que hay delante. La perspectiva engaña y da la sensación de estar más próximo, pero está lejísimos. Ahora mismo estoy más o menos a mitad de ruta. El camino gira a la derecha para pasar entre el Peña Rubia con V. G. y el cerro Pantanillo con las antenas de T.V. Una bifurcación y encuentro el camino asfaltado que sube hacia la Vallesa. Yo seguiré bajando hacia el pueblo. Llegado a fuente Pina decido que es hora de parar a comer y disfrutar de la sombra y el agua fresquísima de la fuente.
La pista de aterrizaje de la Loma se muestra por delante de los molinos eólicos de Buñol. Después de comer sigo bajando hacia el pueblo, giro a la izquierda y enfilo la subida hacia el aeródromo pasando antes por la fuente del Garbanzo. La subida de asfalto facilita mucho la labor de pedalear. El asfalto nuevo agarra de lo lindo pero me permite subir rápido. Las vistas son en todo momento espectaculares.
La sierra de Malacara con el pico Nevera queda a mi derecha o a mi espalda según gira la carretera.
El Tejo sigue sobresaliendo por encima de todo a la izquierda, detrás de las montañas más próximas. Paso el aeródromo y sigo subiendo hasta el desvío junto al refugio. Allí dejo la carreterita que va hacia la Vallesa por este lado y giro a la derecha.
Me interno en la montaña. Hacia delante la sierra de los bosques con el pico de los Ajos.  El camino no es malo y me lleva, primero en fuerte y técnica bajada, hacia la subida final de Parapetos. Este tramo ya conocido lo subo rápido hasta el desvío de Oratillos. Allí a la izquierda y encaro la subida final.
La loma del Cuco marcará la parte más elevada de toda la ruta. Último vistazo a las montañas que me han acompañado durante la ruta de hoy y me adentro en la sierra. Luego viene el desvío hacia fuente Umbría que será el camino a seguir en el siguiente cruce. Comienza el descenso. La pista, en perfectas condiciones me hace ganar velocidad, pero las impresionantes vistas me hacen detenerme a cada momento para empaparme de paisaje. No por ser conocida esta parte me hace seguir adelante sin parar, sería imperdonable perderse estas panorámicas.
Llego a la nevera y al inicio del grandioso barranco de la Parra. Espectacular con sus vistas sobre la Cazoleta, el Hierbas y la Carrasquilla, amén de los cortados en la Charnera y el Caballo Sánchez. A la salida de una curva veo un ave bebiendo en un charco, ante el crepitar de las ruedas agarrándose al suelo levanta el vuelo y veo que es un águila. La enorme envergadura de sus alas abiertas cubre todo el ancho del camino. Parece mentira lo grandes que son cuando están en vuelo y no hay ninguna referencia con la que compararlas.
Recorro el camino sobre la cresta de la montaña entre los dos barrancos. A la derecha el grandioso barranco de Ballesteros compite en espectacularidad con el otro valle.
La enormidad de los espacios abiertos está reñida con el lugar en que nos encontramos. Nadie diría que estamos a escasos Km. de Valencia, parece más un paisaje alpino al que solo le faltan los árboles. Esos árboles, o lo que queda de ellos los encontraré más adelante. Cada día alucino más con esta sierra que hace empequeñecer todo en su interior. Llego al desvío y empiezo a recorrer otro de los caminos que quería conocer. La bajada me llevará a descender 600 metros en 15 Km. de pura adrenalina.
Bajada técnica hasta el mismo fondo del barranco, luego el camino pasa junto a fuente Umbría y los restos del bosque. Poco después sale del bosque para internarse en la zona de cultivos previa a Chiva y Cheste. Un último vistazo a la sierra y sigo volando hacia casa. Lástima del viento en contra, aun así la pendiente a favor me hace rodar a buen ritmo a pesar de la distancia que llevo en las piernas.
El Portillo de San Roque me indica que estoy cerca de casa y aún pongo más empeño en que no decaiga el ritmo de las bielas. Vuelo rasante por la senda hacia Horquera y luego camino de los Yesares, les Plantaes y la entrada a Riba Roja, donde el velocímetro me dice que llevo 90Km. en las piernas y 7 horas de pedaleo. La llegada a casa, bien merece hoy una coca cola que me reponga un poco de energía rápida mientras rememoro las mil y una anécdotas de una ruta impresionante que ha tenido de todo, pero que me ha dejado el sabor amargo de un camino cerrado. Me siento un poco como si hubiera hecho trampa, como si el triángulo no estuviera del todo bien cerrado. Ya tengo pensada otra ruta alternativa que me traerá por la parte sur de la A-3, por la sierra de Malacara y que cerrará el triángulo con todas las de la ley. Esa ruta ya os la contaré.




TRACK DE LA RUTA: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=1699137 

miércoles, 4 de mayo de 2011

Zagra-Charco Negro-Laguna Talayuelas

Hoy más que nunca quería hacer una enérgica llamada a favor del año internacional de los bosques. Tal como encabeza el logotipo cada crónica de este año. El bosque que he recorrido hoy bien merece la pena.

También podría haber titulado esta ruta como la ruta del agua, y es que con las lluvias de las últimas semanas el paisaje y el camino estaban rebosantes del líquido vital. O la de las 7 maravillas, hay, a lo largo de la ruta, siete hitos que marcan el desarrollo de la ruta en uno u otro momento: el Río, el Embalse, el Bosque, el Charco Negro, la Laguna, el Mirador y el Barranco de Bercolón. Lo iré contando despacio para comprender a qué me refiero.

Otra semana más la lluvia me respeta en el último momento, aunque hasta ayer a última hora estuviera lloviendo. Llego en coche hasta el puente de Zagra viendo como el camino está mejor de lo que pensaba a pesar de algún charco y de pequeños lodazales. El camino que voy a seguir en la ruta de hoy intuyo que es muy similar y por lo tanto cuento con encontrarme lo mismo. Dejo el coche bajo la tupida chopera y hago los estiramientos oportunos oyendo el rugir del río a escasos metros. Aquí a la sombra, una manguita no me vendría nada mal, pero en unos metros voy a estar rodando al sol y el día muestra un cielo radiante. Me pongo en marcha rodando por las huellas que dejé la semana pasada en este mismo lugar y cruzo el puente. No me extraña el rugido del río; trae más caudal y el agua mucho más roja que el miércoles pasado. La pista rodea una inmensa peña a mi izquierda y luego se acerca al río para seguir pegada a él. Es la zona del vado del Zafra, al otro lado del río hay una bonita zona de recreo con un refugio y bancos y mesas. Se supone que la cueva de Zagra también está por aquí, pero hasta la fecha su búsqueda ha sido infructuosa. La humedad es tan brutal que cuando no estoy al sol tengo un frío terrible, así que acelero el paso para llegar a los baños de sol que se filtran entre los chopos y entre los altos de las montañas que subí la semana pasada. Muy pronto el camino comienza a ganar altura y la soleada mañana vence, de una vez por todas, el reinado de las sombras. El río se asoma entre la inmensa pinada para poner un toque de color a las radiografías verdes de los pinos.  
Gano altura para ir admirando el cerro Campana, la montaña desnuda que queda a mi derecha. Es la única de toda la ruta, de toda la zona que no tiene pinos. El río allá abajo se encañona entre las paredes de barrancos y se empieza a formar la cola del embalse de Benageber. 
Este mar azul apenas se ve afectado por el inmenso caudal que lo tiñe de rojo, aunque esta primera barrera de agua embalsada sí que notará la dureza de esta agua terrosa. Ya al otro lado del cañón el cauce se ensancha y contempla como en la ladera de la montaña se asientan los restos de un caserío.
La Olmedilla apenas conserva, piedra sobre piedra, los restos de un asentamiento del cual la construcción mejor parada es la antigua ermita, que fue trasladada aquí desde la aldea de Los Felipes al otro lado del río, y que quedo semianegada por las aguas del embalse.                           
Hubo numerosas aldeas y caseríos por toda la zona, pero el embalse se tragó a muchos de ellos y dejo o los demás aislados, despejando el camino para la despoblación y posterior abandono. Sigo subiendo extasiado por las panorámicas que se presentan a cada pedalada y que reclaman su merecida foto.
Está a punto de llegar el disgusto del día que casi da al traste con las expectativas de la ruta. “No hay espacio suficiente en la memoria interna”… pues yo creía haber borrado las fotos de la semana pasada, ¿o no? Pues no lo sé pero el problema es que la tarjeta de memoria no está metida en la cámara, me la he dejado en casa. Con un “mecagüentoloquesemenea” que me sale del alma me pregunto qué puedo hacer. Pues nada.
O sigo adelante con la ruta o la anulo porque no puedo hacer fotos. De anular nada, aquí no se va hacia atrás ni para coger impulso, además me caben unas treinta fotos en la memoria interna. Será como cuando antes llevaba un carrete de 36, habrá que elegir muy bien las fotos que haga. Sigo subiendo mientras intento asimilar el golpe, medio noqueado, tan decepcionado por mi torpeza que me viene a la memoria aquello de que “si lloras por no haber visto el sol las lágrimas te impedirán ver las estrellas”; pues eso mismo ha estado a punto de pasarme con el bosque.
Voy parando a cada momento pero en lugar de hacer las fotos entorno los ojos como si así fuera a capturar más detalles de lo que veo, a memorizarlo mejor. El abrumador paisaje pronto hace que se me pase el enfado. Estoy pensando en mandarme a casa castigado sin ruta, pero en lugar de volver atrás me castigo por el camino largo… hacia delante.  

Llego a la parte más alta de esta parte de la ruta y me equivoco de camino, tras corregir el error comienzo una bajada intensa por una pista en perfectas condiciones. Llego así a un desvío que indica el refugio de H. Ibáñez. Paro en el camino a comprobar si es accesible o si está cerrado. Un cerrojo es lo único que impide entrar, una vez dentro, una doble litera de obra y un hogar es toda la decoración de este lugar que nos puede sacar de un apuro en la montaña. Sigo bajando rápido pero sin locuras. El camino baja hasta el mismo pie del embalse donde enormes peces saltan para atrapar incautos insertos que revolotean sobre la quieta superficie.  
El espejo plateado funde en la distancia el azul del cielo y el azul de las aguas embalsadas. Es un chapoteo constante aquí y allá de peces saltarines. Hay una especie de acceso para botar embarcaciones al agua. A partir de aquí el camino vuelve a subir progresivamente. En ciertos momentos el camino se reblandece atrapando las ruedas, cuesta pedalear y en más de una ocasión miro hacia abajo para comprobar la presión. El hambre aprieta y decido parar a almorzar con la excepcional vista del pantano como telón de fondo.  
Las casas de la Tartalona se escabullen, ilocalizables, entra la pinada de enfrente. Me deleito en cada bocado de paisaje, recreado en el imponente silencio que se oye en este espacio abierto, tanto que ni siquiera las abejas se atreven a romper. Pongo rumbo hacia el Charco Negro, aún me queda un buen tramo de subida que me tomaré con calma con el estomago lleno. El camino inicia un giro a la derecha que bordea la zona oeste del embalse. Paso junto a la fuente de las Lentiscosas pero no me detengo. Varios caminos surgen a derecha e izquierda de este camino principal que por su envergadura y estado de conservación no presenta pérdida en poder continuarlo. Aun así la ayuda del “Treki” es fundamental para seguir la ruta prevista. No son demasiado exigentes las subidas que plantea el camino, con todo y con eso voy con todo metido, no es cuestión de quemar las piernas en arrancadas inútiles. Además el ritmo lento que me he impuesto me permite deleitarme más en el enorme bosque que aún tenemos en esta zona.


Este tesoro de incalculable valor tenemos que conservarlo a toda costa, a cualquier precio; creo que es de las pocas cosas donde el fin justificaría los medios.
El sol se deja notar en el zenit de su recorrido, por suerte hay numerosas sombras en el camino al amparo de los pinos. A la derecha del camino el alto de Valdesierra deja ver la caseta de vigilancia forestal junto al V.G. y pronto llego al camino de acceso hacia allí, pero hoy no es el día. Sigo recto para tener las últimas vistas sobre el embalse y poco después, entre un bosque más tupido, inicio la bajada hacia el Charco Negro.
La pista se hace aérea sobre el barranco del Regajo que se desploma a mi izquierda, un pequeño riachuelo nutre la pequeña piscina de este idílico rincón antes de abocar sus turbulentas aguas en el lado más occidental del embalse, aquella misma zona que recorrimos en la ruta: http://rodaipedal.blogspot.com/search?updated-min=2007-11-01T00%3A00%3A00-07%3A00&updated-max=2007-12-01T00%3A00%3A00-08%3A00&max-results=4
Paso junto a las casas y veo el camino, a la derecha, que he de coger después de esta visita. Llego abajo y dejo a la derecha el puente que cruza el arroyo y que continúa hacia Benageber y Sinarcas. Sigo el curso de agua junto a una chopera impresionante y luego bajo una pinada que llega hasta la fuente del Cuerno, lugar donde muere el camino para convertirse en senda marcada con las líneas blanca y amarilla. Vuelvo hacia atrás, cruzo el cauce por un pasillo de piedras elevadas y visito la zona con bancos y mesas y un merendero cubierto junto a la piscina.
El paraje en medio del valle es simplemente alucinante. Una risa floja asoma a mis labios, incrédula ante tanta belleza. Pero no es solo por este lugar. A lo largo de toda la ruta he disfrutado de rincones inolvidables, increíbles, y ahora se une esto. No puedo creer todo lo que está ofreciéndome esta ruta, y yo sin poder hacer fotos a manos llenas, y solo llevo la mitad de la ruta. Vuelvo a enlazar con el camino, remonto hasta las casas y dejo la pista principal.
El camino en estado de abandono me hace preguntarme si no me encontraré alguna sorpresa desagradable. Las piedras reventadas alfombran el camino que se ha puesto bravo. El desnivel se une al lamentable firme para hacer insostenible el esfuerzo. El corazón asomando por la boca y la rampa sin aflojar. Tirando de potencia y esquivando piedras no puedo estar todo el rato, así que decido echar pie a tierra y subir el resto del tramo andando hasta que esto mejore. Serán unos 200 metros pero que en subida se hacen eternos. Luego el camino mejora y la rampa afloja, ya puedo volver a pedalear aunque por un camino lleno de restos de deslindes y limpieza forestal. Absorto en la contemplación de la naturaleza que me rodea me salgo de track. Por un momento pienso en continuar y enlazar más adelante con un camino que me lleve otra vez al track, pero tras consultar el mapa veo que este camino es muy probable que solo lleve a los campos de cultivo de más adelante. Decido volver atrás hasta el camino marcado sobre el mapa, pero sobre el terreno el camino se desdibuja y se pierde entre la maleza y los árboles. Otra vez el mapa me dará la solución. Retrocedo un poco más y giro a la derecha en el cruce que dejé antes atrás, un poco más adelante otra vez derecha para seguir el camino que enlaza otra vez con el track previsto. Luego me uno con una pista mucho más ancha que es el camino de Talayuelas a Chelva o camino de Zafra, que iría a parar al camino que tomé por error mientras me lamentaba del olvido de la tarjeta.
Estoy sobre una pista que discurre por un altiplano, una meseta a unos 850 metros de altitud y con innumerables picos y cerros. Enormes latifundios se alternan con la pinada firmemente asentada en este terreno rojizo, arcilloso y poroso que filtra rápidamente el agua de lluvias y nutre a la vegetación, ya sea autóctona o cultivada, de la zona. A mi derecha surge la sierra que cierra mi campo de visión por el norte, por encima de los 1300 metros de altitud el Picarcho es la mole que tendré que rodear para bajar hacia Bercolón. Otro refugio queda a mi izquierda en el cruce de caminos de Sinarcas hacia Bercolón y este por el que vengo transitando. A la derecha indica Las Blancas, yo sigo recto por el camino Real.
De frente, por encima de la pinada, el pico Ranera eleva sus 1424 metros como un gigante suspendido en el aire y dominando todo el entorno. Llego al lugar donde se supone estaba la primera de las lagunas, allí  hay un viñedo que no podría estar plantado en medio de la laguna, así que “agua”.
Sigo adelante deseando no fallar el siguiente tiro. Giro a la derecha y encaro un camino fangoso y cruzado por mil y un hilos de agua que se desprenden de la montaña; la tierra escupe agua bajo la presión de las ruedas. Es como una esponja que al apretarla rebosa por todos sus poros.
El Picarcho es ahora otro gigante que lo llena todo con su cercanía. A sus pies una deliciosa arboleda llena el valle. Eso huele a laguna. No tarda en hacerse oír la sinfonía animal: el croar de miles de ranas, el canto de centenares de aves, garcetas, pollas de agua, patos, etc. El camino llega hasta un cartel a modo de centro de interpretación del hábitat, de la flora y la fauna que se arraciman en este humedal de serena y frágil belleza.
Una delicia suspendida en medio de la montaña como una lágrima que no quisiera derramarse nunca. Las nubes que han ido oscureciendo el cielo todavía ponen una carga más melancólica y sentimental a este idílico entorno.
Disfruto del lugar un momento y sigo camino hacia el oeste. Llego a un cruce, miro a la izquierda antes de girar a la derecha y veo allí un área de recreo. Decido acercarme ya que está a escasos 50 metros. Luego veo la barandilla que la separa del barranco. Las piedras de rodeno se sostienen en equilibrio asomadas al precipicio. Es un pequeño Garbí.
El merendero cubierto está adosado a un refugio en el que unos troncos esperan, preparados sobre la chimenea, al siguiente invierno, hasta que alguien los necesite. Me asomo al balcón para ver, unos metros más abajo, las pozas y cataratas que forma el agua en las piedras redondeadas por la fuerza de la corriente. Esta ruta no deja de darme sorpresas. Decido parar a comer ante la gratificante sorpresa que ha supuesto el lugar, que sean las tres de la tarde y calcular que pronto me meteré en el barranco de bajada hacia Bercolón, también ayuda a tomar la decisión. Es el barranco de la Chapedilla, luego irá cambiando de nombre hasta convertirse en el barranco del Regajo que alberga el paraje del Charco Negro, donde he estado antes.
El área de recreo está especialmente cuidada al igual que toda la zona. Se intuye el ambiente rural de la gente que vive que los recursos y la explotación sostenible del entorno natural. Lejos de las explosiones demográficas que asfixian y sobreexplotan todo a su alrededor, donde un mal gesto de unos pocos se convierte en mal ejemplo para muchos. Hoy no me siento con ganas de cargar las tintas y dejaré el momento protesta para otro día. Disfruto de la comida descansando bajo la techumbre y paseando por la orilla del barranco y la pinada. Me pongo nuevamente en marcha más resignado que convencido de abandonar el lugar, pero tengo que seguir. Llego otra vez al cruce y sigo recto. Dejo la pista de asfalto que me llevaría a Talayuelas y giro a la derecha remontando el curso del barranco. La ladera norte del Picarcho es un inmenso bosque desbrozado que deja ver la erguida figura de los pinos elevándose en busca de un sol necesario en invierno para sobrellevar las frías temperaturas, pero que abrasa en la otra mitad del año.
En contra de lo que pensaba queda más subida de la que me gustaría después de comer. No es muy exigente pero castiga las piernas. Lo peor son los mosquitillos que sobrevuelan dejante de la cara y que me acompañan durante kilómetros, haciéndome dar manotazos al aire y resoplar como un búfalo cabreado. La pista muestra restos del antiguo asfaltado sobre un lecho de adoquines de rodeno.
Ya en la parte alta del camino una bifurcación. En realidad es el mismo camino que hace un giro de 180º: a mí derecha el camino de Bercolón, que rodea la parte este de la mole montañosa, y que es el que encontré junto al refugio, la indicación de Las Blancas no permite interpretación. A mi izquierda el camino de Bercolón que baja hacia el barranco junto a Zagra y que será el final de mi ruta. Inicio la bajada. Un tramo delicioso por un camino en buen estado pero que presenta los típicos badenes para sacar el agua del camino. Pequeños saltos que me hacen volar por unos instantes. El barranco a mi derecha me hará poner un toque de sensatez sobre los frenos y limitarme a disfrutar del paisaje. Y de pronto llega el susto del día. La bajada termina junto a una bifurcación. A la izquierda, cerrándome el paso al camino marcado en el track una puerta de hierro y una valla perimetral que pierdo de vista hacia lo alto de la montaña. Los caminos de la derecha se pierden, sin salida, en las montañas. Recto mi única salida. Pero eso es salirme del track marcado y las líneas de nivel acojonan en la pantallita del GPS.

La valla no deja ningún resquicio por el que colarse y la considerable altura no permite pasar la bici saltando por encima. No queda más que seguir adelante. Si la unión con el track más adelante no es posible tendré un gran problema: volver atrás es una locura a estas horas. Allá voy. El camino empieza a descender tragando líneas de nivel como el auténtico “comecocos” hacía con los puntitos. La portentosa rampa que estoy bajando de repente se hace cemento bajo mis ruedas. Ya sé lo que eso significa: como tenga que volver a subir esto lo tengo claro. Y cuando estoy a punto de perder toda esperanza se abre ante mí una puerta canadiense que me permite enlazar con el trazado original. El camino sigue bajando hacia la Dehesa de Bercolón. Un caserío en medio de un valle y rodeado de cultivos. Ante la emoción me he vuelto a salir de la ruta. Retrocedo y llego a una cadena entre dos árboles que indica camino particular, es un pequeño tramo que enlaza con la bifurcación que me había pasado. Ya en la pista correcta el camino se desploma en una pendiente importante. El barranco gana altura a mi derecha y el agua se oye caer y fluir por el fondo. Cruzo el cauce principal del barranco, que discurre por encima del camino, haciéndome meter casi media rueda en el agua.
Las caídas de agua y las pozas quedan allá abajo, ocultas por las paredes de piedra que protegen este santuario. La naturaleza, celosa de su intimidad se ha encargado de encarcelar su propio tesoro. No veré los saltos de agua que ahora sé que solo son visibles accediendo a la ruta por los senderos que se internan por el cañón. No por ello el barranco pierde encanto. Las rojas paredes, casi verticales, ocultan recovecos y picos de difícil descripción empequeñecidos por el inmenso espectáculo del barranco, que aquí abajo es un cañón entre las montañas.
Acabo de bajar las últimas rampas en zigzag que conozco de haber iniciado alguna vez esta subida. El Turia vuelve a rugir en las aguas bravas justo antes del puente. Cruzo otra puerta canadiense y llego al puente sobre el río. Me detengo a contemplar la corriente, el rojo fluir de unas aguas que en su torbellino de movimiento y temerarias olas hipnotiza al espectador. Me dejo embaucar por el estruendo líquido, mirando sin contemplar, viendo con la mente que se remonta a cada uno de los intensos momentos de la ruta. Recordando aquella foto que no hice, reviviendo aquel instante que para siempre atrapé en mi memoria. Hasta la próxima ruta. 




TRACK DE LA RUTA: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=1671244