miércoles, 31 de julio de 2013

Riba Roja-Beniferri-Burjassot-Godella


La ruta que nos ocupa es casi más una ruta turístico-cultural que ciclista, aunque sea con la gorda. Tenía la intención de conocer algo de historia a través de algunos monumentos interesantes entre los poblados del oeste de Valencia y Burjassot y de paso aderezarlo con la híper modernidad que rodea la entrada a Valencia por la CV-35, la vieja pista de Ademúz que de vieja ya no tiene nada. Esta ruta servirá como lanzadera para otra que se adentrará algo más hacia el noreste, pero de eso ya nos encargaremos en su momento.

Tomaba nuevamente el conocido camino del parque fluvial del Turia. Voy por el camino rememorando aquellos viejos tiempos en que no existía este camino que ahora disfrutamos y había que hacer mil y una peripecia para llegar hasta el cauce viejo del Turia, pues el parque de cabecera tampoco existía, eso lo hemos contado por activa y por pasiva en las primeras rutas del blog de Roda i Pedal, aquellas que en diciembre del 2007 daban cuenta de las primeras actuaciones sobre el parque fluvial, que hemos visto crecer casi día a día mientras nuestras rutas nos llevaban hacia Vilamarxant, Benaguacil, Llíria o Pedralba por esos caminos solitarios e inconexos a los que luego cariñosamente les llamaríamos “el riíto” y que teníamos que sortear como podíamos. 

Voy a buen ritmo mientras admiro la imponente arboleda, este jardín botánico en que se ha convertido el río. Cada día trae nuevas perspectivas, nuevos colores, una nueva frondosidad o un ocaso de la hojarasca previo paso por la paleta de colores del otoño. El fluir del río al lado reporta frescor bajo el sol veraniego que aún tiene que acabar de desperezarse. 

Tradicionales sistemas de regadío asoman aquí y allá, unos en ruinas, otros aún en pleno uso dando razón de ser al que desde septiembre de 2009 es designado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, El Tribunal de las Aguas. Los muchos azudes existentes en el río desvían el cada vez más escaso caudal de agua hacia la fértil huerta valenciana, el contrasentido es que: si cada vez queda menos huerta que regar porque ha desaparecido bajo el hormigón y el ladrillo, ¿qué estamos haciendo con el agua? Al final, de tanto robarle agua al río este desaparece. 

No solo desaparece prácticamente el caudal allá en el azud del Repartiment en Quart de Poblet, sino que el propio río, ante el codo hacia el noreste que aquí dibujaba su cauce, sucumbe ante la monumental obra que es el Plan Sur. Este tramo del río hacia el parque de cabecera, donde ya vuelve a ser reconocible el antiguo cauce, es un tramo muy desconocido y resulta difícil imaginar este antiguo trazado bajo las autovías y canales; mucha gente transita este nuevo camino, pero muchos desconocen que ese es el verdadero y autóctono cauce del río y que este no pasaba por el plan sur. El camino del parque fluvial también desaparece para cruzar el maremágnum de carreteras y solo una pasarela une estos dos tramos de camino. 

Pasado el campo de tiro el camino deja a la izquierda, oculto tras la selvática y confusa vegetación, el azud de la acequia de Rascanya; hoy es una monumental ruina en desuso y la acequia tiene su toma en el azud del Repartiment al otro lado del río. Una serie de viejos molinos se levantan en ese tramo de huerta en la antigua margen izquierda del antiguo río junto al camí del Pouet. A la derecha el parque de la Canaleta de Mislata casi se une con el Bioparc. Junto al parque se llega al molí del Sol, reconstruido y convertido hoy en comisaría de policía, allí arranca el parque de Cabecera con un pequeño cauce de agua dando vida a este hermoso parque que se une al tradicional jardín del cauce viejo del Turia. Alguna vez he oído hablar de volver a dejar fluir al viejo río por el cauce, un pequeño río que daría más vida a este fantástico espacio natural dentro de Valencia. 

Paseo con calma por el parque hasta subir a la montaña artificial junto al estanque. Las vistas desde esta pequeña atalaya son magníficas, con la sierra Calderona rematando el horizonte. Aquí arriba hago la parada del  almuerzo disfrutando de las vistas, luego saldré al terrible calor que me machacará hasta el final de la ruta.
Vuelvo hasta el molino del Sol y tomo el camino que arranca al frente, en el cruce a la derecha hasta el cementerio de Campanar. Un camino de tierra se ha formado a este lado de la carretera de 4 carriles que antes teníamos que cruzar pues este camino no se había formado por el tránsito; esta zona de huerta esperaba su inclusión en “la city” para darle el golpe definitivo a la huerta oeste de Valencia. La crisis ha dejado este espacio casi en un limbo, el ladrillo no llega y la huerta se dejó casi abandonada a la espera de los cimientos. Sigo este camino;  que en el futuro será una acera o un carril bici o el carril de aparcamiento de los edificios que crecerán a mi izquierda, hasta la rotonda, sigo bordeando  y cruzo hasta el paseo central  en la avenida del Maestro Rodrigo. 

Cuatro carriles en cada dirección y una nueva ciudad que ha crecido entre Beniferri y la avenida Gral. Avilés. En la siguiente rotonda derecha y ya cruzo la calle para adentrarme en el antiguo pueblo de Beniferri que hoy es un barrio más de Valencia. Una alquería y la iglesia de Santiago Apóstol son lo más representativo de este pequeño pueblo que hoy se ahoga entre autovías, un casino y la más vanguardista arquitectura que da la bienvenida a la Valencia del siglo XXI, presentada al mundo a base de faraónicas obras y fastuosos “sobres” que han ido cayendo fortuitamente en manos de algunos afortunados.
Recuerdo que no hace tantos años Beniferri quedaba a las afueras de Valencia, luego estaba el hospital Arnau de Vilanova allá metido casi en la huerta, y la pista de Ademúz dejaba de ser carretera para convertirse en calle tras un semáforo junto a las escuelas San José; el hospital la Fé, o antigua la Fé quedaba a unas manzanas de la carretera, hoy está casi en medio de la ciudad de tanto que esta ha crecido, al igual que lo han hecho las ciudades limítrofes hasta no haber solución de discontinuidad desde casi la A-7. Al otro lado de la CV-35 el palacio de Congresos estira su estilizada ala bajo las torres blancas y negras del ajedrez moderno convertidas en hoteles de lujo. 

Una arquitectura colosal y modernista que, si bien no merece la pena venir hasta aquí solo para verla, ya que está ahí llama la atención y merece entretenerse un poco en observarla, no es ni de lejos la CAC pero sus formas curvilíneas rompen la estética de las fachadas uniformes de edificios que parecen bunkers a los que llamamos casas. Luego me adentro hacia el parque de Benicalap para ver dos antiguas alquerías que aún sobreviven en esta zona. 

Posiblemente acabarán demoliéndolas para hacer edificios, o se adentrarán en ese estado de no retorno de la ruina más pura y cruel, si no lo son ya. Son las alquerías dels Moros y la de la Torre. Rodeo todo el parque ya que este no es accesible para bicicletas, o sea que si quieres ir al parque te dejas la bici en la calle que la seguridad en nuestras ciudades es de total confianza. Luego regreso hasta la parte trasera de los rascacielos y cruzo por un puente sobre la ronda norte para adentrarme en Burjassot. 

Al cruzar el puente, entre este y la estación de metro del Empalme, están Les Llengües del Raig, un partidor de aguas situado en la acequia de Tormos y que datado en los siglos X-XI, el dibujo y la información sobre este excepcional monumento están extraídas de http://llenguesdelraig.blogspot.com.es/ a cuyo autor he pedido permiso mediante comentario en su blog pero sin respuesta, espero no causar ninguna molestia con la utilización del dibujo. Este maravilloso trozo de historia se encuentra arrinconado entre vías de tren y autovías, tan cerca del paso de miles de personas que a diario ignoran su existencia que parece una broma de mal gusto cuando no una pesadilla. Qué sentido tiene rescatar una obra de este calibre, gastar un dineral en su recuperación y no ser capaces de poner un panel informativo en una estación de metro para indicar que, ¡¡¡a solo 20 metros!!!, hay un pedazo de nuestra más ancestral cultura. 

El abandono del monumento es lo que mejor define su estado actual, tras él la valla pretende recrear la huerta, pero nuestros modernos ojos parecen imantados hacia todo aquello que pueda tener wifi  y los altos edificios de hoteles ganan la batalla visual. El entramado de vías y los trenes de superficie me hacen estar muy atento en este tramo que resulta algo peligroso para ir en bici. Al cruzar las vías veo al otro lado de la valla una antigua casona, imagino será alguna vieja alquería que se resiste a ser demolida y se integra en un espacio radicalmente distinto a su hábitat natural. Paralelo al metro me adentro hacia el castillo de Burjassot. De origen musulmán parece que poco tiene que ver hoy con lo que en su día llegó a ser. 

El conjunto del Castillo-Palacio, con sus magníficos jardines cerrados tras un muro perimetral y una alta verja, se conjunta magníficamente con la iglesia de san Miguel para engrandecerse mutuamente. 

La lástima es que el ayuntamiento no tenga otro sitio donde poner los contenedores más que delante de la fachada de uno de sus monumentos que además pone en primera línea en su propia web como patrimonio del pueblo, será por falta de sitio en las calles que hay que sacar los contenedores en la foto y llevárselos de recuerdo “hostia, en Burjassot tienen los mismos contenedores que nosotros” dirán los turistas de medio mundo al comparar las fotos de sus vacaciones. 

Desde las administraciones se gastan autenticas barbaridades de dinero para restaurar y adecentar monumentos, pero la estética más elemental y que no cuesta dinero (o igual es por eso: sin dinero no hay comisiones rondando y entonces a nadie le importa) se olvida, quitar los contenedores, o el laberinto de señales o los coches aparcados de delante de la puerta de los monumentos restaurados para que el visitante pueda admirar en su totalidad el edificio. Recorriendo las calles llego hasta el mercado municipal, un espacio emblemático con una arquitectura muy singular que recuerda a la del mercado central de Valencia. 

Siguiendo adelante llego hasta la plaza del ayuntamiento; a la izquierda de su fachada una escalinata sube hasta el patio de Los Silos. Una autentica preciosidad que alberga las tapas de los 41 silos que desde 1573 fueron el granero de Valencia, debido a que este montículo aseguraba la correcta conservación del trigo por su escasa humedad. Además de las tapas esféricas hay una cruz en medio de la enorme plaza y la ermita de san Roque, anterior a los propios silos en un lateral, y un hermoso pozo delante de la ermita. 

La estética y armonía de las edificaciones dotan de gran fuerza a este conjunto, que bajo el tórrido sol veraniego parecen alejarse a lo largo de la plaza como si de un espejismo se tratase. Tras esta visita, que también se lleva su tiempo bajo una sombra, sigo camino buscando otra vez la vía del metro para, por una calle paralela, adentrarme en Godella hacia la ermita. 

Ésta corona una pequeña elevación donde a ambos lados de la calle se yerguen magníficos ejemplos de casonas señoriales de principio del siglo pasado, una de las muestras de las preciosas casas es Villa Eugenia, reconvertida en Centro de arte multidisciplinar destinado a exposiciones pictóricas, escultóricas, fotográficas, audiciones... Rodeo la ermita para verla desde todos los ángulos, luego sigo la calle por la parte de atrás para seguir admirando las casas, ya mucho más modernas en algunos casos. Sigo callejeando entre esta zona residencial hasta la carretera de Burjassot al centro comercial Herón City, para adentrarme en el parque científico pasando por detrás de TVV y tomando un carril bici que junto al tranvía se adentra en Valterna. 

Una rampa me sube hacia las calles de la urbanización-isla rodeada de autopistas, espero que tengan buen aislante acústico. Luego una pasarela hacia Terramelar, donde la enorme feria de muestras se hace visible a poco que te muevas. 

Otra pasarela me saca de estas urbanizaciones-islas para adentrarme en Paterna por la parte norte del cuartel militar. En la rotonda me salgo de la carretera para, ya siempre bajo la arboleda, llegar hasta al parque de Alborgí; en él una fuente alimenta un pequeño riachuelo que ofrece la plácida y refrescante estampa del agua corriendo. 

Al final del parque una casa cueva es la escuela de alfarería; la apreciada cerámica de Paterna siempre estuvo en competencia con la de Manises… pero que va a decir un Manisero, jeje. Al final del parque tomo una calle pegada a la carretera que separa el pueblo del parque empresarial, un poco después me adentro en lo que antaño fue el campo de tiro; hoy es un grandioso parque con un poco de todo para uso y disfrute del pueblo, un lugar donde hacer deporte o pasear, descansar o hacer un picnic bajo una bonita pinada y junto a centenares de árboles plantados. Cruzo todo el parque de este a oeste para salir en busca de la estación de metro de Santa Rita. Allí nace el carril bici que cruza el P.I. Fuente del Jarro. El carril bici muere en el puente que cruza la A-7 para renacer después y adentrarse en La Cañada; ¿es tan difícil pintar un carril bici dentro del carril para coches? Aunque no nos separe del tráfico, que sería lo suyo, al menos crea un nuevo elemento de atención que a los conductores les “nos” haría pensar que hay algo extraño y que hay que extremar la precaución. Antes me molestaban mucho los arcenes-bicis porque pensaba que eran un engañabobos; con el tiempo, y viendo que cada vez hay más arcenes-bici y menos carriles-bici, cada vez los echo más de menos. Atravesar La Cañada es como una pequeña clase de historia que se va modernizando, las antiguas casas señoriales van dejando paso cada vez más a chalets modernos, aunque aún hay una nutrida representación de aquel esplendoroso pasado. Y por fin llego al bosque de La Vallesa. 

Siempre es un placer rodar por esta pinada. El camino, o los caminos, están cada vez más rotos y con más piedras, pero es que esto es BTT, esto es lo suyo y no lo que llevo haciendo todo el día entre asfalto y edificios con un rodar fino y fácil. Por fin hay baches en los que meter las ruedas, raíces que hay que superar y buscar trazadas entre pedrolos. Aunque la auténtica pinada está al otro lado de las vías del metro y es privada, al menos está ahí aportando su colorido y su aroma, casi intacta, no como esta parte “publica” en la que cada vez hay más chalets y torres de alta tensión y menos árboles, no sé si será mejor dejarla en manos privadas. Voy acabando el camino y llegando a la última zona de expansión de las urbanizaciones, una cicatriz abierta en el extremo de la pinada en la que  se talaron centenares de pinos para dar lugar a casas que aún no han llegado. Cruzo la carretera y giro a la izquierda para bajar hasta la parada de metro de El Clot, allí cruzo la vía y por una senda a la izquierda, pegado a la vía, bajo hacia el barranco de la Granolera. El acueducto hoy no pierde agua y el camino de bajada está seco y menos roto que la última vez que pasé por aquí. 

Ya solo me queda llegar al río, vuelvo a cruzar el puente viejo, del que ya hay referencias en 1548, remontar hasta casa por  la rampa del barranco de la Monjas y ver el fastuoso y absurdo puente peatonal, a 20 metros de otro puente peatonal, que utilizan 20 personas en época de colegio pero que habrá dejado unas comisiones de escándalo; o eso o es que alguien es tonto profundo para poder pensar y ejecutar una obra de tal calibre. Cada día subo la cuesta  con estos dos calentones… ¡¡¡que ganas tengo de una cerveza!!!




miércoles, 24 de julio de 2013

Almardá-Alfara de la Baronía (Palancia-Povitxol)


La ruta de hoy remonta el río Palancia, lo de río es por decir algo, puesto que desde Sot de Ferrer el caudal de agua desaparece entre acequias y azudes para regar las huertas a ambos márgenes del río. El cauce solo trae agua en épocas de lluvias hasta que las pozas se secan. Remontaré el cauce en otra ruta que aportará gran valor paisajístico e interés cultural a una zona plagada de arte romano e islámico que no hace más que engrandecer el legado cultural de la zona valenciana del río Palancia. Si bien el río está seco no sucede lo mismo con la gran acequia mayor de Sagunto, que será, en muchos tramos del camino, el ´”verdadero” río y eje vertebrador de la ruta.


Salgo de Almardá en dirección sur viendo la playa entre las casas viejas que aún aguantan a pie de playa. Luego el paseo marítimo de Canet toma el relevo y la playa es el jardín de los hoteles y apartamentos turísticos que han tomado el relevo de las antiguas casitas de pescadores. Al final del paseo el club náutico releva a los hoteles con su perímetro vallado, al final de este giro a la derecha, bajando hasta la rotonda y adentrándome en la carretera que remonta el estuario del río, ahora oculto por una pinada y una serie de casas construidas en lo que yo llamaría “terreno del río”, para ir a buscar un camino a la izquierda que se adentra bajo la pinada. 

El sendero está delimitado por piedras que lo encauzan entre los pinos. A la derecha crece la estilizada figura del faro de Canet entre los huecos de los árboles. Este camino es una pequeña maravilla, con su sombra y su curveo entre pinos parece que no va a acabar nunca, pero en realidad es menos de medio kilómetro. Salgo de la pinada para cruzar la carretera que vadea el río; aquí los coches tienen preferencia, no es que lo diga yo, es la ley del más fuerte, más grande y más veloz. Al otro lado el paisaje ha cambiado y ahora transito por un camino ancho bajo la protección de enormes eucaliptos que refrescan el ambiente. Poco después llego a la vista de la carretera que une El Puerto de Sagunto con Canet, es una carretera bastante transitada y a veces cruzarla te hace esperar un buen rato, así que bajo hasta el cauce del río para pasar por debajo del puente trazando una amplia curva pero que, sin embargo, evita que tenga que parar. Bajo del puente podría haber optado por cualquiera de las dos márgenes del río que me llevarán hasta la entrada de Sagunto, la margen derecha (en el sentido del río) tiene el inconveniente que, al llegar al pueblo, el camino se acaba y hay un gran escalón para acceder a la carretera, una chapuza que por un par de metros el ayuntamiento no tiene arrestos para acondicionar un acceso decente a lo que podría ser otro parque fluvial a imagen y semejanza de lo acontecido en el vecino Turia. Así que trazo la susodicha curva y vuelvo a la ribera izquierda. 

Este camino deja bonitas imágenes con el castillo de Sagunto aupándose a las cumbres de La Calderona que, por detrás de éste, culmina el cielo del encuadre. Entro en la antigua Saguntum bajo la vía del tren, donde tengo que cruzar una carretera que vadea el río, y luego de la N-340 que pasa sobre mí. Me interno en el encauzado cauce para ver las almenas del castillo tras las murallas que presenta la ciudad, con edificios de hasta 8 plantas; a este lado del río el reto es todavía mayor y los edificios se alzan hasta alturas incomprensibles a juzgar por el terreno libre alrededor. Tras cruzar casi todo el pueblo de este a oeste por dentro del cauce salgo, bajo el último puente, a la derecha por el camino que sube hacia la ermita de san Cristóbal. Tomo el camino que hacia la izquierda remonta el río y pasa por delante del polideportivo municipal. Luego tendré que pasar bajo la autovía y continuar el camino para, junto a la nueva carretera que entra a Petrés, entrar en el pueblo. 

Me da la bienvenida el castillo, que podría datar del siglo XIV y que tenía más de conjunto residencial que de fortaleza militar. Enfrente, alimentado por la acequia mayor de Sagunto, el aljibe medieval es otra obra digna de admiración. Continúo calle adentro hasta el otro aljibe, cerrado tras sus tres ventanas enrejadas y convertido en museo detrás del ayuntamiento. Me adentro en el pueblo; la plaza de la iglesia es lugar de paso y me acerco a ver la pintoresca y colorida fachada en contraposición al viejo y descolorido campanario. Callejeo un poco para llegar a la ermita de santo Domingo. 

Los cipreses custodian el camino hasta la escalinata final donde la pequeña y blanca ermita ofrece un punto de pausa a orillas de la ciudad. Desde su puerta veo, a mi derecha, mi siguiente objetivo: una montaña que se eleva hasta cerca de los 200 metros de altitud entre la carretera de Albalat y el río. Tomo la carretera unos metros y luego un camino a la izquierda que se adentra en la pinada. El asfalto facilita la tarea de subir pues la pendiente va ganando fuerza casi a cada pedalada. Paso a la cara sur de la misma para encontrar que el asfalto desaparece y el camino de piedra se convierte en una penitencia, por suerte la pendiente suaviza, pero los pedrolos son considerables y obligan a tirar de potencia y buscar trazadas menos agresivas. 

Llego arriba para comprobar que las vistas están bastante tapadas por la pinada, aunque con un poco de suerte consigo otear un poco el horizonte con Sagunto a medio camino y Petrés a mis pies. Hacia el otro lado el Garbí es el rey indiscutible del panorama, bajando la cordillera hacia Estivella. Un breve descanso y bajada rápida hasta el aljibe donde giro a la derecha y transito junto a la acequia mayor de Sagunto. Luego bajo hasta el río donde un camino remonta hacia Albalat. El polvoriento firme se convertirá en asfalto e irá subiendo hasta la carretera, ya en ella a la izquierda para llegar rápidamente hasta el siguiente pueblo. 

Albalat dels Tarongers presenta, como ofrenda de bienvenida el castillo-palacio fundiendo sus almenas con el campanario y la cúpula de la iglesia, frente a este monumental díptico el lavadero del pueblo, una refrescante y colorida joya de este tipo de arquitectura rural. Sigo el camino entre el pueblo y el río en dirección a Estivella por camino asfaltado que solo dejaré para bajar hasta el río, cruzarlo y subir por una calle que va de frente a la iglesia parroquial. 

La elaborada filigrana que decora su campanario es digna de admiración, tanto como el esplendido reloj de sol del lateral del campanario. En la plaza giro a la derecha y llego a la Cisterna Nova. Ya busco la bajada al río por su orilla derecha para remontarla y llegar hasta el acueducto romano de Els Arcs. Me llama la atención el desuso del camino para llegar hasta aquí, las cañas casi se comen el camino en algún tramo y las adelfas y árboles casi tapan el conjunto ya que no hay un mirador con un poco de perspectiva desde el que admirar esta impresionante obra hidráulica. 

Deshago el camino para volver al vado por el que entré en Estivella y volver a la otra orilla del río. Por este lado llegaré hasta el Molí de Nelo, que es el final del acueducto, pero ni desde aquí ni desde el camino hay vistas sobre los ojos del trasvase. El caudal de agua es un potente torrente que rompe contra las paredes elevando un estruendo comparable a su frescor. Sigo adelante para llegar a la carretera de Torres Torres a Quart, sobre ella a la izquierda y pegadito lo máximo posible a la orilla sin dejarme arañar por la vegetación que intenta adentrarse en el asfalto. Poco más de 1Km. después paso junto a una abandonada fábrica y allí un camino arranca a la derecha dejando la carretera, al poco paso por la parte de atrás de otra fábrica abandonada, hay aquí un salto de agua de la acequia, no sé qué clase de fábrica sería pero parece ser que aprovechaba la fuerza hidráulica. El camino sigue y llego a una bifurcación, giro a la derecha y después izquierda, y el próximo camino a la izquierda me sube hacia la entrada de Torres Torres. 

Los restos del castillo, de origen musulmán, son visibles desde bastante lejos y es difícil perderse si se toman como referencia, siempre y cuando las enormes hojas de las nuevas plantaciones de Kiris nos permitan verlo. Lo de estos “nuevos” árboles, que empiezan a extenderse por la zona, es otra controversia a tener en cuenta: por un lado está su gran capacidad de crecimiento que podría ser una solución en aquellas áreas con poca floresta, por otro lado está el tema de que no es una especie autóctona con todos los problemas que ello conlleva, hay muchos artículos en internet con opiniones a favor y en contra, como en todo en esta vida. A la entrada del pueblo a la izquierda, encuentro los baños árabes, restaurados y cerrados igual que la caseta donde se venden los tickets para la visita. 

En la parte derecha encuentro el lavadero sobre las aguas de la acequia, y al frente la iglesia y el palacio señorial. Me adentro por la carretera para tener una frente a la otra. Sigo la carretera N-234 que cruza el pueblo, ahora apenas sin tráfico desde que se inaugurara la autovía mudéjar, y tras las últimas casas giro a la derecha para volver a bajar hasta la huerta. Pronto encontraré la acequia y la seguiré hacia Algímia de Alfara. Callejeo un poco por sus calles estrechas y largas disfrutando de ese aroma de calles de pueblo encaladas y tranquilas. Llego al polideportivo y luego a la ermita de los Desamparados, una blanca joya entre el verde de los cipreses y el azul del cielo a espaldas de la vía del tren. 

Salgo del pueblo buscando la huerta y el eje vertebrador de la acequia. Paso una gran balsa de riego y enseguida giro a la izquierda para encontrar la acequia cubierta junto al camino. Este “doble” camino me lleva a la entrada de Alfara de la Baronía, anteriormente conocido como Alfara de Algímia. Paso junto a la piscina municipal y luego me adentro en el pueblo. La iglesia parroquial contrasta su lateral de cruda piedra con su fachada colorista y de líneas rectas. Sigo la calle adelante para llegar a la cisterna y lavadero justo antes de volver a bajar al río. 

Cruzo el seco cauce para llegar al camino de Alfara a los Valles; desde aquí tengo una estupenda vista del pueblo con la ermita de los Afligidos coronando la atalaya que protege al pueblo de los vientos de mistral. Al este de Algímia el camino se aleja un poco del río, y al este de Torres Torres dejaré este camino para dibujar, junto al río, el último tramo antes de llegar a la carretera CV-320 que tomaré hacia la izquierda. Poco más de mil metros después giro a la derecha por el camino del Povitxol, este pasa por el área recreativa y sigue, en ligero ascenso, hacia un cruce de caminos. A la izquierda hacia la Creu de Quart y en pocos metros corono un pequeño repecho. Ya es terreno conocido de la ruta: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2012/12/ribaroja-almarda.html  la pista, que venía siendo pedregosa y polvorienta se convierte, bajo el amparo de la frondosa pinada, en una pista de rojiza tierra compactada. Bajada rápida y divertida junto al barranco de Codoval hacia Quart de les Valls. La pista se convertirá en algún momento en camino asfaltado con algunos toboganes y una curva algo peligrosa al final debido a la velocidad y poca visibilidad. Llego a la rotonda y me adentro en el pueblo. El lavadero, con la fresca agua del manantial del paraje de les Fonts de Quart, será un lugar estupendo donde lavarme y refrescarme a conciencia intentando dejar un poco del tremendo sofoco que arrastro tanto ayer como hoy. 

Sigo el camino y este llega hasta aquel paso estrecho que llega al molí de la Font junto a la propia acequia de Quart. Sobre el camino giro a la derecha, a la izquierda y a escasos metros está la Font de Quart pero hoy no me acerco a este hermoso lugar. Sigo el camino y en el siguiente cruce a la izquierda, a la derecha se llega a Quartell y Benavites. Paso el vado sobre el barranc de L’Arquet y transito junto al molí de Pedro, el restaurante cerrado habrá conocido tiempos mejores, igual que el molino. Tras él el camino del azagador de Benavites se pega al barranco que acabo de cruzar y siguen juntos hasta cruzar la A-7, sobre la que encuentro un curioso obelisco, y la N-340. Sobre esta giro a la izquierda hasta llegar a la rotonda, pasando por un enorme plano turístico cerámico de Castellón, en esta a la derecha, sobre el mismo camino que no varía su nomenclatura, así cruzo las vías del tren y la AP-7; un curioso maremágnum de vías de comunicación de larga distancia que, sin embargo, nos alejan del entorno más cercano rompiendo antiguos caminos que conectaban pueblos y alquerías de la zona. 

Tras esto sigo el recto camino hasta encontrarme con la acequia de Noguera, momento en que giro a la derecha para entrar en un camino de tierra que pasa junto y entre unos corrales de caballos entre la marjal y la urbanización Malvarrosa de Corinto. El camino desemboca en una carretera que a la derecha llega hasta Quartell y a la izquierda hasta el molino de Perinya, de ahí a la Av. Europa que recorreré a buen ritmo para llegar a casa, donde las dos maratonianas jornadas de pedaleo y sobre todo el intenso calor hacen que no vea el momento de darme un respiro, al menos un par de días. La cerveza fresquita le indicará a mis piernas el momento de dejar de pedalear mientras en mi cabeza ya se está forjando la siguiente ruta.



martes, 23 de julio de 2013

Sot de Ferrer-Emb.Regajo-Algimia de Almonacid-Castellnovo


La ruta de hoy seguía remontando el río Palancia hasta el embalse del Regajo, desde ahí me adentro hacia la Serra D’Espadán para llegar hasta Algimia de Almonacid, luego hacia Castellnovo y de vuelta buscando otra vez el río. La ruta tiene un montón de lugares interesantes que visitar pero el calor, a pesar de haber mucha agua, pesa demasiado y se hace muy pesada. Vamos por partes.

En coche hasta Sot de Ferrer, allí dejo al grandote esperándome en una calle hasta mi vuelta unas horas más tarde. Tras la calle del palacio encuentro otra que se acerca al río, allí encuentro el lavadero del Inchidor junto a la acequia que alimentaba al antiguo molino, esta misma acequia riega los otros dos lavaderos del pueblo, el de la Rocha la Escuela, que vi en mi anterior ruta por la zona http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/07/alfara-de-la-baronia-sot-de-ferrer.html  y el lavadero de la Luz que veré esta misma tarde poco antes de terminar la ruta. 

Tras la breve visita me dirijo a la carretera que cruza el puente de salida hacia Soneja. Sobre el río veo el caudal que este aún trae y las distintas pozas que forma entre las rocas: al salir del pueblo el caudal del río es prácticamente nulo tras la toma de la acequia Mayor de Sagunto. Giro a la izquierda con la carretera en leve subida. Tras la curva a la derecha se presentan unas hermosas pozas en el fondo de una cantera abandonada, el erosionado paisaje no volverá a ser el mismo pero el efecto del agua y la vegetación ayudan a suavizar el terrible impacto visual de una cantera. 

Paso una rotonda y bajo hacia el P.I. de Soneja, otra rotonda y derecha para bajar hacia el pueblo. Una zona urbanizada y parcelada espera ladrillos a poco que se recupere esta crisis inducida por algunos para llenarse más los bolsillos. Horribles fincas y/o adosados compartirán vecindad con las viejas casas del interior del pueblo, casas que aunque en su conjunto ya no guardan una estética si mantienen su propósito de calles de pueblo, de vecindad, de armonía, de silencio, de personalidad no vendida al absurdo crecimiento urbanístico que nos ahoga más que nos libera. Un poco más adelante en la calle encuentro la pequeña ermita de San Francisco Javier, una pequeña construcción enclavada en pleno pueblo. 

Continúo siempre por la calle más exterior del pueblo y paso, primero por el lavadero municipal y luego por el museo del Yeso, mineral que representa una de las mayores fuentes económicas del pueblo y luego por el Allenador, el sitio donde venían antiguamente los vecinos a llenar agua de la acequia. Salgo del pueblo bajando hacia el río por el abrevadero de Las Fuentes, mitad abrevadero y mitad lavadero. Abajo hay un área de recreo cercana al pueblo y al río. Giro a la izquierda y tengo otra vez las aguas del río como compañía. El frondoso bosque es una constante en casi todo el recorrido del río y la abundancia de agua parece imposible que pueda desaparecer en el siguiente pueblo. El rumor del agua se confunde con el suave rozar de las hojas de los árboles y cañaverales que saturan el espacio, el río se encajona entre laderas quemadas en la orilla opuesta. Me dirijo hacia Villatorcas, una pequeña pedanía de Segorbe, esta se deja ver entre la vegetación encaramada en una loma mirando la salida del sol. 

Cruzar la aldea es cuestión de segundos, aunque merece la pena detenerse a observar la fachada de la iglesia y el lavadero. A la salida me alejo un poco del río pasando una zona de cultivo de olivos, luego llego a una bifurcación que tomo a la izquierda entre un pinar para ir, poco a poco, bajando hasta el río por un estrecho pasillo entre las cañas. Me acerco hasta el puente para ver el paso del agua. Allí mismo está el polideportivo bajo una increíble sombra con mesas para picnic, es el paraje de la fuente de San Gil. Es una bonita área recreativa y un pequeño paseo desde el pueblo de Geldo. Llego hasta el pueblo y me dirijo, también por la calle más exterior hacia la fuente del Santísimo Cristo de la Luz y al lavadero junto a ella. Están en un parque bajo una bonita arboleda que refresca en este día de tremendo calor. Continúo por un camino ganado a la acequia y que pasa junto a las ruinas del molino.

Pasado este giro a la izquierda en una corta pero intensa rampa y giro otra vez a la derecha para salir del pueblo. Esta carretera me lleva hacia Segorbe, yo abandonaré esta carretera a la altura de un camino que baja recto hacia el río. Cruzo un puente y tras 150 metros un camino a la derecha, este sube un poco y me deja ver en perspectiva Segorbe que queda al frente. Llego hasta una rotonda y la zona de expansión de un P. I. junto a la carretera de Segorbe a Castellnovo. Llego a la rotonda sobre esa carretera y giro a la izquierda para bajar hasta el río, cruzarlo y girar inmediatamente a la derecha por un camino entre cultivos. Es un camino asfaltado que queda a los pies del pueblo encaramado en su atalaya y dominado por su castillo. Giro a la derecha para cruzar el río y llegar a la fuente de la Teja, tras refrescarme vuelvo a la otra orilla y continúo camino. En el siguiente puente sigo recto y me enfrento a una subida monumental que me lleva junto a las vías del tren. La rotundidad de la subida me hace agradecer la bajada a continuación y llegado al cruce, un error, me hace cometer la torpeza del día: la fuente de los 50 caños está allí abajo a escasos metros, pero el cansancio de la subida y el calor no me dejan ver con claridad las indicaciones del “Treki” que me dice obstinadamente que es para abajo, sigo de frente y cuando me quiera dar cuenta ya será tarde para volver atrás. Que digo yo que un cartel indicando este paraje natural no estaría de más… El camino continúa y, llegado a una bifurcación, giro a la derecha por un camino rural perfectamente señalizado con dos enormes carteles: uno, a mayor gloria de la Generalitat, indicando el acondicionamiento del camino rural, otro, a modo de señalización de una autovía o una nacional muy transitada, indicando la limitación de velocidad y el tonelaje máximo permitido, como si viendo el camino por donde te vas a meter no fuera suficiente. El camino irá girando lentamente con la curva del río entre cultivos que intercalan naranjos, perales y nísperos. Este camino me conduce sin pérdida hasta cruzar nuevamente el río, allí a la izquierda para tomar una senda junto a una cadena. La senda salva un pequeño desnivel en un ribazo, nada preocupante, luego unas piedras a modo de escalones y tras esto se hace perfectamente ciclable, solo la vegetación que ahoga el camino pone alguna dificultad. Es una zona bastante encañonada y el sonido del agua rompiendo entre las rocas y el murmullo de la vegetación inundan el valle. Llego a una rampa y al otro lado ya se puede ver la catarata. 

Inmensa, sorprendente, magnífica. El agua se derrama en una fina lluvia rompiendo contra las rocas del fondo y creando un musgo que llena de vida la paciente y tranquila roca. A su lado el río tampoco se mantiene del todo quieto y corretea entre las rocas creando pozas antes de embalsarse en una depresión del terreno junto a un desmantelado puente que une esta orilla con la orilla de la catarata. En aquel lado también está la fuente, pero sin puente y sin la ropa adecuada para la ocasión lo veo todo desde la distancia mientras me siento a almorzar en el césped a la sombra de la arboleda. Las rojas paredes derraman restos de retorcidas estalactitas milenarias dando una enorme fuerza visual al conjunto. Tras el almuerzo continúo camino. Enseguida me encuentro con una fuente con múltiples caños, no es la de Segorbe pero hace su papel. Sigo el asfalto subiendo para encontrar otra pequeña catarata que se derrama por la pared y las escaleras que bajan desde el pueblo. Arriba de esta cuesta está la zona de aparcamiento junto a las casas del pueblo. Callejeo un poco por el pueblo acercándome a un mirador sobre el río, abajo un gran árbol tapona el paso sobre un puente, por ahí abajo hay otra fuente y me pongo en marcha para buscar la forma de llegar hasta allí. Abajo veo un camino que gira a la derecha y por él llego hasta la fuente y el puente, también veo que el camino continúa y deduzco que rodeará el pueblo por abajo y llegará hasta el Salto de la Novia, pero al no saberlo con seguridad no voy a acercarme. Sigo remontando el río tras pasar la calle por la que he bajado. Este camino asfaltado transita junto al río y es tranquilo, en un momento dado se incorpora a la carretera de Navajas a Gaibiel aunque la tranquilidad apenas se ve alterada por el tráfico. 

Tomo el desvío a la derecha a la urbanización Fuente de los Baños, allí un monumental puente une ambas orillas y permite bajar hasta las pozas del río que son un lugar ideal para el baño. Una breve visita y continúo por la carretera hacia el embalse del Regajo. La presa está coronada con una pasarela para cruzarla, esta pasarela no está habilitada para el paso de coches así que no presenta ningún problema. La mancha de agua se extiende como un espejo entre la verde vegetación de las orillas y alguna conquista extra del fondo del lago. El pequeño embalse está casi lleno y ofrece una vista de relax y tranquilidad, de frescor en medio de este caluroso día. 

A partir de aquí termina la parte “fresca” de la ruta, me adentro hacia el interior de la Serra D’Espadán aunque no llegaré hasta el corazón del mismo ni de sus cumbres. Vuelvo a la carretera y giro a la izquierda siguiendo la fila de cipreses que acompañan al camino. Junto a un frontón sale un camino de tierra a la derecha en ligera subida, lo tomo y la ligera subida me hace subir algo más de 100 metros de desnivel. Arriba un cruce de caminos, sigo recto por pista asfaltada para llegar a otro camino pavimentado que baja a la izquierda. La bajada es monumental por un camino estrecho y serpenteante. Mejor encontrarlo de bajada pues las rampas son brutales. Este camino me lleva a la carretera de la Vall de Almonacid que tomo a la izquierda. Poquísimo tráfico y un arcén ancho y limpio me permiten rodar sin preocupaciones. El pueblo está casi desierto y sigo por la carretera intentando localizar, si lo hay, el lavadero. No tengo esa suerte y se me acaba el pueblo. A la salida encuentro un estupendo carril bici-acera alejado de la carretera por un guarda rail, también encuentro a los habitantes del pueblo en la piscina municipal. Casi 1Km. y medio después me desvío para entrar en Algimia de Almonacid en busca de una fuente donde meter la cabeza y los brazos. La fuente de Alcodorí será ese oasis que andaba buscando, luego sigo disfrutando del acogedor estar por las calles del pueblo; calles largas y estrechas, con pocas calles trasversales, con casas de una o de dos alturas la gran mayoría. Calles sin tráfico, sin coches aparcados, sin ruidos, sin contaminación, calles limpias y cuidadas en contraposición a las mierdas en las calles de las grandes ciudades, de la peste a meados de perros con la que convivimos, y lo peor de todo, a la que nos hemos acostumbrado como si fuera normal, ciudades modernas que quisieron dejar de ser pueblos, de pueblos “que fueron gaviota por querer ser gavilán” por unas aspiraciones totalmente fuera de lugar. Atravieso el pueblo encontrándome con gente que saluda a sus vecinos e incluso a los que no lo somos, un buenos días o un gesto con la cabeza o una sonrisa amable que detectan que te ha visto y reconocido, que no eres “algo” que pasaba junto a mí y que he hecho como si no te viera o no existieras, no sea que me vayas a pedir algo. Sigo hasta el final del pueblo, hasta el lavadero que emana frescor con el correr del agua y la sombra de su tejado. Más allá el polideportivo con la piscina municipal. 

Sigo por la carretera que sale del pueblo hacia Alcudia de Veo. Al poco me encuentro con la ermita de la Cueva Santa, un poco más allá un camino a la derecha me saca de la carretera y me lleva hasta el acueducto de la Alfándiga de origen islámico. Tras el acueducto el camino sigue por el barranco del Agua Negra, que recibe las aguas de la vertiente oeste del pico Espadán, luego se convertirá en la rambla de Algimia y luego en el río Chico, para desembocar en el Palancia pasado el puente por el que he entrado antes a Segorbe. 

Al frente la imponente silueta del castillo de Almonecir, levantado en el siglo XII por los musulmanes. Encuentro el camino que sube hasta allí pero hoy no es el día, el sofocante calor está machacándome de lo lindo y la subida que hay me la guardo para tenerla luego en las piernas. Llego, por entre campos plantados de olivos, hasta la fuente larga y la gran balsa de riego. 

Es un paraje bonito y emblemático del pueblo y recuerdo la visita que hicimos Roda i Pedal en la ruta: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2010/12/cronica-serra-despadan.html  continúo adelante, giro a la izquierda y comienzo a subir la montaña, luego otro giro, esta vez a la derecha me adentra en la colosal pinada que hay en esta zona. La subida es dura, más por el calor que por las rampas en sí, además de que mi “redondeado” estado de forma no acompaña demasiado; es lo que tiene la combinación de pistachos, cerdo, en casi todas sus formas y sabores, y cerveza a gogó. En un momento dado el camino se mete en una propiedad privada, es la masía de Matuta: tradicionalmente esta finca era una explotación olivarera donde se elaboraba su propio aceite. Sus orígenes se remontan a la época musulmana, en la que también se construyó una presa para el riego de la huerta, levantada sobre los cimientos de una alquería árabe en el s. XVIII y rehabilitada en la última década. Paso por el camino junto a la masía donde un amable trabajador me explica la reconversión de la masía en hotel rural, muy amablemente me ofrece agua fresca que con la que está cayendo la recibo de mil amores. Continúo camino para adentrarme otra vez en el impresionante bosque que rodea la masía y las cuadras donde los caballos esperan sus paseos por el monte. 

La rampa a la que me enfrento ahora es descomunal, por un firme pavimentado que me hace esperar lo peor, y lo peor se cumple. Es un tramo corto pero intenso, tanto que una vez he parado para hacer la foto no puedo volver a arrancar y tengo que subir un pequeño tramo andando hasta poder nuevamente arrancar. Justo arriba otro cartel de la propiedad privada en sentido descendente, lo que quiere decir que ya estoy otra vez en monte público. Pero lo reconfortante es la bajada increíble que me espera hasta Castellnovo. Casi 3Km. de adrenalina total a una buena velocidad y con un firme en perfectas condiciones. Llego como un tiro a la carretera, giro a la derecha y llego hasta el pueblo después de pasar por el área recreativa de La Mina. Un precioso y amplio lugar de esparcimiento junto al campo de futbol y bajo una no menos impresionante pinada. Es hora de comer pero me queda por delante el reto del día: la subida a las ermitas. 

Me adentro en el pueblo hasta llegar a ver el calvario a mi derecha y levantando más la vista las dos ermitas una en mitad de la montaña y la otra coronando la cima, allá voy. Todo metido y todo bloqueado. No hay más hierros ni más cadencia para mover el desarrollo. El pedalear lento y cansino pesa como una losa bajo este caluroso día. Cada pedalada parece un paso hacia abajo que me hunde en el líquido asfalto, y cada mirada hacia arriba para situar las ermitas respecto a mi posición es como la teoría de los 6 grados de separación, solo que yo estoy muchos grados más allá, lejísimos. Las pesadas piernas me dicen que no van a poder con el reto, pero tirando de… no se qué, me planteo llegar, al menos, a la primera de ellas. Un Km. al 10% tiene la culpa de llegar arriba y tirar la toalla. El siguiente Km. a otro 10% hasta la ermita de San Cristóbal me lo ahorro. Veo abajo las cristalinas y azules aguas de la piscina, yo me bañaré en la fuente dejando correr el agua mientras quede sudor que arrastrar. El bocata y la cerveza no tardan en estar en mis manos mientras contemplo las soberbias panorámicas que ofrece esta montaña. La Calderona al completo como no la había visto jamás. Desde el otro lado de la sierra desde San Miquel de Lliria es uno de los mejores puntos para observarla, solo que el Mont Mayor, la principal altura de la cordillera, apenas es visible cuando desde aquí es todo un coloso. 

La rambla de Uñoz parece querer partir en dos la sierra, esa división es más acentuada desde el lado valenciano, donde es la rambla de Gátova, Olocau y finalmente el Carraixet, la encargada de exagerar esa “partición” que acompañando a la carretera CV-25 entre Lliria y Altura hace que para muchos La Calderona sea solo el lado oriental de la misma. Me deleito en el espectáculo. Abajo el pueblo también aporta su imponente castillo para mejorar el entorno visual y conseguir un pleno al 15. 

El descanso de la comida lo tomo con calma, reposando plácidamente a la sombra de los pinos el bocata que acabo de devorar, luego una mini siesta. Es hora de ponerme en marcha y aún sopeso la posibilidad de subir a la otra ermita. Pero lo brutal de la subida y encima con el estomago lleno sería una locura, así que reconozco la victoria de la montaña e hinco rodilla ante las adversidades, rezando por una nube mientras me pertrecho con los bártulos. Sin nube y con un sol más justiciero si cabe me dejo caer hacia el castillo. La bajada es descomunal y los frenos echan humo a la salida de cada curva de herradura. Callejeo por el pueblo y por fin rodeo el castillo para verlo desde todos los ángulos, aunque el mejor estaba allá arriba. Salgo del pueblo dirección sur para cruzar el barranco de Valdeavellanos e ir en busca del camino al corral del Negro. En la bifurcación tomo derecha en lugar de izquierda y sigo bajando, cuando me apercibo del error ya es tarde y no quiero volver a subir lo ya bajado. Gran error a fin de cuentas. 

Al menos me queda el consuelo de haber encontrado un lugar singular como pocos: una pequeña capilla en una cueva, al fondo el altar y a los lados un par de bancos, por tener tiene hasta una pila de agua bendita en la entrada. Junto a ella otra cueva vacía. Continúo el camino pasando una zona de nogales plantados. Tras una cadena llego hasta el final del camino con la esperanza de ver un puente o un vado sobre el río. No solo no lo veo sino que el cañaveral es tan denso que no hay ni bajada hasta el río. Así que llego hasta la cadena, giro a la derecha y subo por un camino que poco a poco se va reventando un poco más. Allá arriba está el camino que tenía que seguir. Llego hasta arriba y mi sorpresa es que el “camino” es una senda por mitad del monte quemado que veía esta mañana desde Villatorcas. La travesía por el desierto dura 1.5Km. y muuuucho más tiempo del que hubiera deseado. Es lo que tiene seguir un track sin que quien lo cuelga explique por donde se mete y lo que vas a encontrar. Pero bueno, sin riesgo no hay emoción y aparte de jurar en arameo por la incomodidad del tramo no ha habido ningún incidente ni nada. Cuando la senda se vuelve a hacer ciclable subo a la máquina y continúo bajando, pronto la senda es camino y el camino gira a la izquierda, enseguida cruzo el río y giro a la izquierda para seguir la corriente hasta la antigua fábrica de papel de la que sobresale su característica chimenea de ladrillo. 

Allí giro a la derecha para subir en dirección al pueblo. Tras la fábrica un camino sigue junto a la acequia que acompaña al río. Sigo hacia arriba para girar a la izquierda por una senda. Luego esta empeora bajo la pinada y unos escalones de piedra me obligan a bajar de la bici para salvar este escollo. Tras esto llego a la carretera y el puente por el que esta mañana salía de Sot de Ferrer. Ahora tomo un camino a la derecha antes del puente y bajo otra vez hasta el río. Iré haciendo una curva con el río alrededor de Sot para subir luego hasta el puente. Allí un camino de tierra a la derecha me lleva en pocos metros hasta el viejo puente destruido en la riada del año 1957. 

Observo la preciosa estampa que ofrece el pueblo, con su característico calvario encalado y visible desde muy lejos, con su puente viejo tuerto de un ojo, con su iglesia y su palacio del Señor, con sus fuentes y lavaderos y sus calles estrechas y su zona de ocio junto al río, ese río que tan manso y placido se ve pero que unos metros más abajo desaparece entre azudes y acequias para regar, como último acto, la fértil huerta del Camp de Morvedre. Me adentro en el pueblo para girar a la derecha hacia ese lavadero que me faltaba por localizar de los 3 que hay en el municipio. Volveré a meterme bajo una fuente antes de subir al coche y dar por concluida la preciosa y agotadora ruta de hoy. La lástima es que con tantos lugares a visitar muchos se quedan en el camino o con una visita tan breve que sabe a poco, lo del calor es otra historia y tendremos que hablar Roda i Pedal de inventar la dichosa sombra móvil para bicicletas.