Durante
varios años he tenido la suerte y el placer de recorrer bastante a fondo la
zona de Los Serranos. Teniendo el pueblo de Calles como base de operaciones
para realizar mil y una rutas por la zona y descubrir las maravillas que
atesoran nuestras montañas, con el eje vertebrador del río Turia y en menor
medida el río Tuejar. Ahora esa base de operaciones ha cambiado a un escenario
diametralmente opuesto, el mar. Con la playa de Almardá (Sagunto) como punto de
inicio de las rutas, he ido realizando rodadas para conocer otra zona.
Personalmente me gusta más la montaña que la playa pero en estas rutas, mucho
más suaves que las anteriores, estoy
buscando una perspectiva más cultural debido a la enorme cantidad de monumentos
que hay en la zona. El río Palancia es una fuente casi inagotable de bonitas
sorpresas, y la línea de costa hasta las montañas encierra una marjal que
desconocía totalmente y tiene mucho que ofrecer. Esta ruta nació tras diseñar
una ruta que me llevará desde Almardá al grao de Castellón ida y vuelta con sus
casi 100Km. de recorrido, pero eso será más adelante. En el diseño de esa ruta
topé con la ruta de las ermitas, el caso es que esa ruta ya la conocía a través
de la página de mi buen amigo Vicente http://www.ermitascomunidadvalenciana.com/cpbbur.htm un vistazo después ya había visto
la posibilidad de juntar estas 6 ermitas
con las 5 de Almazora en un bonito paseo por la desembocadura del río Mijares
(el otro río Mijares: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/05/las-moratillas-fresnal-rio-mijares.html) y la ermita de Vila Real. Así que
me puse a diseñar toda la ruta. Los 22Km. de la ruta de las ermitas se quedaban
muy cortos, así que extendí la ruta hasta
poco más de 60Km. el problema eran las
muchas paradas fotográficas que tendría que hacer para conocer todos los
lugares por los que iba a pasar. Pero con el gusanillo metido en el cuerpo no
había vuelta atrás, así que a pedalear se ha dicho.
Hasta
Burriana con el grandote, otra ruta en la que juega un papel fundamental.
Aparco en el P.I. junto a una elaborada y bonita puerta de forja. Rodeo la nave
por detrás para llegar a la carretera por la que he llegado, acercarme a la
rotonda y tomar el camino de la izquierda para, pasados unos metros, tomar otro
camino también a la izquierda. Entre los naranjos destaca una pequeña pinada
con un par de edificios, más viejos cuanto más cerca están. Es la ermita de la
Sagrada Familia.
Un pequeño edificio con una curiosa espadaña en ladrillo cara
vista rompiendo la sencilla estampa de toda la construcción. Continúo el camino
recto que me llevará hasta un cruce de carreteras, a la izquierda y un poco más
adelante a la derecha, esta misma operación la repetiré tres veces en los
siguientes Km. para llegar a la ermita del Ecce Hommo que ya visité la semana
pasada y consiguiendo, de esta manera, enlazar las dos rutas. Sigo de frente
hacia el Puerto de Burriana. Los trabajos de recogida de algún escenario del
Arenal Sound Festival me impiden llegar hasta el paseo marítimo desde su
inicio. Lo hago un poco más adelante junto a lo que parece ser una zona de
acampada. La playa queda a mi derecha llena de arena, como debe ser, para
deleite de todos aquellos que disfrutan con una buena “empanada” previo paso
por el rebozado, con la crema solar y el sudor que proporciona una buena “torrada”
bajo el sol. Terminado el paseo marítimo me reincorporo a la avenida y continúo
hacia el Clot de la Mare de Deu, en la desembocadura del río Anna, también llamado Ana, Veo, Sec y Sonella.
Este pequeño río, a pesar de ser un cauce estacional mantiene
una lámina de agua en su parte final, parece ser que, debido a manantiales
subterráneos, junto a la ermita, creando un precioso paseo a ambos lados del
“río”. La entrada al paraje la domina una torre de vigilancia del siglo XVI
para alertar de la presencia de piratas en la costa. El camino se adentra bajo
una inmensa arboleda donde la vegetación de ribera tiene un oasis a su
disposición y agradece esta bonanza con magníficas estampas llenas de colorido.
Al poco encuentro la ermita de la Misericordia adosada a una casa. Solo la
campana enrejada da una pista de la función del edificio. Vuelvo al camino para
seguir rodeándolo y gozar de este fresco y tranquilo espectáculo. Al completar
el círculo giro a la izquierda para seguir rumbo norte por la costa. Desestimo
un primer camino y sigo entre viejas casas abandonadas. Otro camino se adentra
hacia el interior y lo recorro hasta topar con las abandonadas paredes de la ermita
de San Gregorio. El edificio podría pasar por una más de las muchas alquerías
en estado de semi abandono que hay en la zona. Solo su torre cuadrada sobre el
edificio hace que llame la atención, y el camino que llega hasta ella y el
cartel que nos indica la ermita hacen el resto para identificar este objetivo. Sigo
adelante adentrándome más en los extensos campos de naranjos que, como un
puzle, se acoplan por la inacabable red de caminos que surca esta zona de la
Plana, solo la eficaz guía del GPS me lleva de un lugar a otro ante la
constante aparición de caminos y más caminos. Así veo, adentrada entre los
naranjos, la Torre de Tadeo, otro elemento de la época pirata, bastante
deteriorada en su estructura, por lo que decido no acercarme hasta allí y continuar
camino. Llego hasta el pozo de San Isidro; el rumor del agua de la acequia y la
sombra de la pinada me incitan a parar y almorzar aquí. Tras el descanso salgo
otra vez al camino inundado de sol para dirigirme a la última de las ermitas de
Burriana, la más lejana. Antes pasaré por pequeñas alquerías que aún conservan
sus hornos y sus pozos, pero lo que ya domina el paisaje desde lejos es la
grandiosa ermita de Santa Bárbara.
Su colosal tamaño me saca de la idea
preconcebida de que las ermitas son pequeñas, cuando en realidad este hecho no
marca la diferencia y si la frecuencia de culto entre otras consideraciones. La
poderosa estructura me lleva a pensar en la catedral de Palma de Mallorca, es lo
que tiene haberla visto cientos de veces; aunque la forma no tenga nada que
ver, los contrafuertes laterales llaman poderosamente la atención y el hecho de
verla primero y en todo su esplendor por detrás fija mi mente en el recuerdo. Como
la imaginación y los recuerdos que despierta cada cosa pertenecen a cada cual
pues con eso me quedo, a otro igual le recuerda más a… La inacabada
construcción despierta un sentimiento contradictorio de emociones, entre la
ruina y la devastación o el trabajo a medio terminar de una obra en
construcción. El camino continúa hasta llegar a una carretera, a la izquierda y
pedaleo para cruzar la alquería de Santa Bárbara o de Millars, un conjunto de
casas a ambos lados de la carretera que más parece una zona de veraneo que un
poblado permanente. Al final la carretera hace un cerrado giro a la izquierda,
a la derecha el asfalto llega hasta El Palaciet, una soberbia casa palaciega
como su nombre indica.
La profusión de elementos decorativos confunde al
observador que no sabe donde enfocar la atención que necesitan tantos detalles.
Otra joya que regala mis retinas y enriquece el recuerdo. Vuelvo al cruce y
tomo el camino de la derecha sin asfaltar hasta el río.
El Mijares, a la altura
del Pas de la Cossa, presenta un cauce seco y de piedras blanquecinas.
Enseguida llego a un camino que tomo a la derecha y que parece transitar por
mitad del río, pero el escaso aporte de aguas a esta altura de su curso ha
dejado al río en la mínima expresión. Esta estampa cambia al llegar al mirador
de la Gola. Una pequeña elevación que domina el brazo dominante del pequeño
delta del río.
Al fondo el cordón litoral, cubierto de cantos rodados, casi separa
estas aguas dulces de las saladas marinas. El paisaje es digno de admiración. Un
exuberante cañaveral tiñe de verde un único universo azul que riza su líquida
superficie ante el embate de las pausadas olas. Por allí delante, entre el
cañaveral estaría, antiguamente, el embarcadero de El Palaciet. Continúo hasta
llegar a la lengua de piedras que me separa del mar.
Cruzaré andando esta duna
móvil de piedras frente al segundo de los brazos secos del río y retrocederé
por otro camino para ahorrarme el último tramo de esta pedregosa y difícil
travesía. Concluida la travesía por la desembocadura transito pegado a la playa
por el Grao de Almazora, con las instalaciones marítimas del Grao de Castellón
al fondo empequeñecidas por las rotas agujas de Santa Águeda.
En este “paseo
marítimo” encontraré las dos primeras ermitas de Almazora; la de San Juan
Bautista, edificio que más parece un contenedor que una ermita y Roser del Mar,
una curiosa construcción con una cúpula muy llamativa adentrada en un jardín
con una bonita fuente. Sigo adelante para tomar una calle a la izquierda que se
adentra en la urbanización y dejar definitivamente atrás, por hoy, la playa y
el mar. Muchos caminos inconexos se adentran en la huerta, pero solo hay una
posibilidad clara de llegar a la siguiente ermita; es una carretera estrecha,
con poco tráfico incluso ahora en verano, pero bastante más del que me gusta
encontrarme. Me dirijo al oeste por la carretera y con la compañía de una
acequia que baja sus rápidas aguas en sentido contrario al mío. Pongo ritmo de
contra reloj en este tramo para quitármelo de encima lo antes posible. La
ermita de San José aparece enseguida pegada a la carretera, al lado izquierdo,
bajo una pequeña pinada. Lo engalanado del lugar sugiere la cercanía de alguna
fiesta. El contraste con las anteriores ermitas es notable así como su
ubicación en un lugar alejado. Sigo la carretera que poco después dejo para
girar a la izquierda en el primer cruce importante que encuentro. Un tramo de
camino que me lleva a otro cruce, este más importante si cabe, en este
entramado de carreteras y caminos.
La preciosa ermita de San Antonio de Padua,
de fachada de piedra con dos arcos frontales, parece recortada en una cartulina
pues las formas curvilíneas que la rematan son casi incompatibles con una
fachada tan dura y tosca. Una preciosidad de edificio que sube la media de las
visitas de forma notable. Sigo recto el camino para llegar otra vez al río
Mijares. Sobre el camino a la derecha para encontrar, enseguida, el área
recreativa de Las Lagunas.
Una zona de aguas embalsadas en medio de un cauce
seco que derrama sus aguas por las huertas circundantes. El camino continúa,
perfectamente señalizado, hasta la ermita de Santa Quiteria en otro espacio
natural recuperado y puesto en valor para el uso disfrute de todos.
El paso
inferior por la CV-18 es llamativo; los dos puentes casi unidos representan dos
formas distintas de construcción, de mentalidad, de arquitectura y estética, de
medios tecnológicos y económicos, tradición enfrentada o encarada a la
modernidad y, a la vez, una tradición que ya fue un grito a la modernidad
precursora de esta post modernidad de hoy, un ayer y hoy unidos hacia el
mañana. Sigo el camino para entrar en las primeras calles de Almazora.
Siguiendo la señalización entro en el camí del Estret. Un camino polvoriento
como pocos he tenido el horror de transitar en mi vida. Para colmo una
furgoneta entra delante de mí al camino y lo vuelve impracticable, “another one
bites the dust” deben de estar pensando al mirar por el espejo, yo también lo
pienso pero esta vez el “another one” que no “the special one” soy yo. Pedaleo
mientras The Queen resuena en mi cabeza y afloran a mis labios sus pegadizas
estrofas.
Tras esto llego nuevamente a orilla del río previo paso por La Casa
de les Reixes, luego un mirador sobre Les Rebaixadores, uno de los muchos
azudes en esta parte del río. Para conocer mejor esta enrevesada historia de litigios
por el agua y la lucha contra el río, mejor dirigirse a Internet donde hay
abundante información detallada y específica sobre los aspectos más relevantes
en cuanto a nombres, fechas y ubicaciones. Continúo río arriba para salir del
camino minado de cacas de perro por culpa de sus cerdos dueños, y por asfalto
dirigirme hacia la ermita. Poco antes de llegar a ella un desvío a la izquierda
me acerca a la presa de Castellón y Almazora; hay que desviarse un poquito para
llegar hasta aquí pero merece la pena; la perspectiva del río y la lámina de
agua deslizándose sobre la piedra son un espectáculo impresionante.
Al fondo el
puente medieval de Santa Quiteria con la ermita a la que me dirijo a la derecha,
tras la masa de árboles. Sigo por la arboleda, llego a una escalinata y arriba
la ermita.
Destaca la amplia fachada que se abre a una pequeña plaza con
hermosas vistas al puente por el que voy a cruzar.
Tras una de las reconstrucciones
se colocó una cruz que fue destruida por un rayo, esta curiosidad ha quedado
grabada en piedra en un monolito, a modo de miliario, en mitad del puente.
Desde aquí se aprecia perfectamente el poderoso caudal que regula “el
Pantanet”. Ya sobre la margen derecha del río accedo al paseo botánico Calduch
en honor al farmacéutico y botánico de Vila Real.
La senda es un estrecho
camino en el que, debido a las vallas de madera, en ocasiones no tendré espacio
para pasar con la bici e incluso andando parecen encerrarte en una cueva a
merced de la montaña. Las vistas sobre el río, el puente, la ermita, las
acequias, y molinos son espectaculares y merecen una travesía pausada para
saborear todo el conjunto en su máximo esplendor. Llego a la ermita por su
parte trasera; una preciosa escalinata con un viejo pozo son la carta de
presentación de este monumental edificio que muestra varias dependencias a
distintos niveles. Rodeo todo el edificio llegando hasta un pequeño mirador,
hacia arriba una pinada me lleva hasta la parte delantera de la ermita bajando otra escalinata.
Sigo adelante para dejarme caer, por el camino del calvario,
hasta la puerta de la ermita.
La magnífica fachada presenta diversos motivos de
atención, pero es su espadaña, con tres campañas dispuestas en dos pisos, el
centro de todas las miradas. El paraje de El Termet, donde está la ermita y el
bosque que la rodea, se halla en un pronunciado meandro del río, a la entrada
del cual se encuentra el azud de Vila Real y un monumental puente que une ambas
orillas. Desciendo ahora hacia la entrada del pueblo por una calle recta y
larga con grandes chalets a ambos lados y donde destaca, como primer edificio
del pueblo, el antiguo convento carmelita de Vila Real y, a continuación, el
estadio de El Madrigal. Callejeo para acercarme hasta la Basílica y luego hacia
la plaza mayor, admirando algunos de los edificios del centro de la ciudad.
Sigo callejeando pues quiero llegar hasta la acequia mayor, que cruza el
pueblo, desde el inicio. Un carril peatonal, que no bici: lo digo porque pintar
de verde una acera que ya se supone es para peatones y pintar un muñequito
andando me parece algo absurdo pero en fin, que sigan malgastando nuestro
dinero y que no quede para señalizar otras cosas.
La acequia deja bonitas
postales a través de las calles y el canal resulta muy pintoresco y refrescante
en todo su recorrido. Llegado a una avenida con el centro comercial detrás, el
camino junto al canal desaparece y me obliga a entrar en una gran rotonda, es
el fin de este paseo que entre el parking y hoteles me lleva, por carretera, a
cruzar bajo la N-340. Luego tomo un camino a la izquierda para pasar al otro
lado de las vías y, por un camino entre naranjos, llegar hasta la parte de
atrás del hospital y tomar la vía de servicio junto a la CV-185 hacia Burriana.
Al otro lado de la carretera hay un carril bici que arranca en el Km. 0 de esta
carretera, llega hasta el hospital y luego sigue hacia Burriana, pero un poco
más adelante muere en la carretera ya que al otro lado hay un guarda raíl y
después una valla, no sea que los ciclistas que no quieran ir por la carretera
jugándose la vida, se puedan escapar a la vía de servicio y molesten a algún
labrador que vaya a su campo, en fin. Luego ese mismo carril bici vuelve a
aparecer en una gran rotonda junto a una no menos gran fábrica, pero el tramo
intermedio en que se podría aprovechar la infrautilizada vía de servicio pues
no, ¡aquí no pedalea ni dios hasta que hagamos un carril bici como dios manda!
¡A ver qué es eso de poder utilizar caminos alternativos sin una comisión por las
obras de por medio, a mí se me va a escapar! El caso es que tomo el carril para
huir de la carretera, llego a otra gran rotonda donde el último Km. hasta
Burriana tampoco tiene carril bici, eso sí, dando un rodeo por el cementerio si
lo hay, una forma rápida de dejarnos en la misma puerta, con un par. Hay hordas
de ciclistas que van al cementerio en sus bicis (esto va con doble sentido).
Momento calentón, y es que ver como
estos carriles aparecen y desaparecen como el Guadiana, o como los ríos
valencianos, a lo largo de todo el día y de todas las rutas, me calienta la
sangre tanto como este sol de agosto. Una vez llegado a donde habría llegado
desde la rotonda sigo recto hasta cruzar el río, giro a la izquierda y paso
frente a la última ermita que me quedaba por visitar, la ermita de San Blas.
La
imponente estructura arquitectónica parece un juego de las construcciones en el
que alguien haya montado diferentes conjuntos geométricos sin pensar en cómo
encajarán y lo haya logrado. Tras rodear todo el edificio me adentro en el
pueblo hacia la recién declarada Basílica, donde la mezcla de estilos aún dota
de mayor fuerza al soberbio edificio. Ya solo me queda volver al coche cruzando
todo el pueblo hacia poniente en una casi línea recta. Casi 65km. de pedaleo en
lo que he ido más rápido de lo que pensaba. Un momento de relax antes de coger
el coche y volver a casa donde un buen café con hielo y mucho azúcar será la
recompensa antes de la dorada, espumeante y fresca cerveza.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=5193305