martes, 10 de diciembre de 2013

Riba Roja-Lloma de Betxí-Manises


Esta ruta iba incluida, en un principio, en aquella que tengo prevista al Tos Pelat de Moncada. Su lógica estaba en que aquella ruta irá muy unida a la RAM (Real Acequia de Moncada)ya que dos de los lugares de máximo interés radican en los molinos de Albalat y de Moncada junto a la citada acequia, así que qué mejor que pasar por el propio inicio de la acequia como homenaje. Pero la gran distancia de la ruta aconsejaba dividirla y dejar tramos más cercanos ya hechos y así disfrutar un poco más de todos los puntos de interés en ambas rutas.

Así que me pongo en marcha bajando rápido hacia el río. Con el sol apenas asomando por encima del horizonte de árboles y dificultando la visibilidad una barbaridad, pues este inicio de camino se dirige hacia el este y el sol es una linterna proyectada directamente a los ojos. El tramo conocido del río Turia hasta masía de Traver no ofrece nada nuevo y a la vez es todo diferente. Al buen observador le basta un día, que digo un día, unas horas para ver transformado el bosque en otra postal totalmente distinta en la que no cambian los actores pero que cambia la luz, las formas, las texturas, los aromas y sutilezas de una naturaleza cambiante a marchas forzadas, con la humedad flotando en el ambiente al amanecer  o con el sol de mediodía apoderándose de esa leve humedad que antes amortiguaba los sonidos y revivía los colores y olores. Ya digo, nada distinto y todo nuevo. Un paisaje digno de admirar y saborear, de disfrutar como si fuera la última vez, el último regalo de un bosque hasta hace poco desconocido. 

Llego al desvío de la Masía de San Antonio y recorro los pocos metros que me separan de ella. Un par de fotos a la masía y al precioso panel cerámico son más que suficientes para acabar hasta los mismísimos de un perro que no para de ladrar y amenazar con destrozar la cadena que lo sujeta; si esto es lo que esperan que sufran los ciclistas que se acercan por aquí a almorzar que no cuenten conmigo, la amabilidad con la que somos recibidos ladra a la vista. Tanto en esta masía como en otras cercanas se ha puesto de moda el tener caballos para dar paseos por el parque fluvial, pero a estas horas los potros campan a sus anchas en amplios recintos de tierra con la tranquilidad que dejan los ladridos del dichoso perro. Me alejo de allí antes que un trozo de pared vaya a ir detrás de la bestia que estira de la cadena que se ancla a la pared y pongo rumbo a la Vallesa pasando por la estación de metro del Clot. Primero pasando bajo el acueducto y sobre el barranco de Mandor al mismo tiempo, y luego subiendo entre la chopera para remontar por una sendita junto a la vía y cruzarla ya arriba por el paso accesible, sin un absurdo ascensor, por cierto que esta estación de metro también está en el término municipal de Riba Roja, pero o es que el metro es menos importante que el tren de cercanías, aunque tenga más frecuencia de paso, o es que la seguridad de estos vecinos importa menos, o es que el listillo de turno ya se marcó suficiente estupidez con los citados ascensores de Loriguilla, en fin. Junto a la vía he pasado sobre la carretera que ahora tendré que cruzar. Como resulta que esta parte de la Vallesa es privada no hay un acceso, ni siquiera peatonal, hay que hacer un poco de encaje de bolillos para llegar hasta allí. Cruzada la carretera ya entro en el nuevo ensanche proyectado para agrandar las urbanizaciones a costa de la pinada de la Vallesa, por supuesto de la parte pública, que entre urbanizaciones, el metro, las ampliaciones de las líneas de alta tensión y demás zarandajas cada vez queda menos bosque comido por el imparable y voraz apetito financiero de los que quieren pelotazos a costa de lo que sea. 

Hubo una iniciativa de marcar árboles para impedir que se talaran, no sé hasta qué punto tuvo éxito, imagino que más bien poco y cuando se hagan las parcelas y los chalets menos aún. Me dedico a vagar un poco por este “extenso” pinar y las mil y una sendas que lo recorren. Se trata de disfrutar del entorno para acabar llegando a la zona de trincheras  de la guerra civil. 

Este funesto patrimonio de nuestra historia languidece absorbido por una naturaleza que siempre estuvo allí y que sirvió para cobijar el horror de aquellos terribles momentos de lucha, hoy, y ante la falta de señalización de estos elementos históricos, la naturaleza reclama su parte y vuelve a tomar, poco a poco estos lugares, tapando con su verde manto de vida el horror de aquella tragedia. Vuelvo a las sendas, a los caminos pedregosos y las bajadas técnicas disfrutando de cada pedalada en este bosque tan cercano y que a veces dejo largo tiempo olvidado. Me dirijo hacia una casona con una puerta de hierro forjado que llamó mi atención desde la primera vez que la vi hace algunos años. 

El portalón es tremendo con sus filigranas y su escudo de armas. Tras esto voy dirección sur-suroeste hacia el paso a nivel de La Vallesa. Poco después el camino entre la urbanización se torna una senda pegada a la verja que delimita la parte privada de este bosque. Mi siguiente punto de destino está allá abajo, junto al río, bueno casi, así que sigo bajando siempre con la verja a mi derecha y disfrutando de tanta pinada y tantos caminos 100% biker. Al final el camino muere junto a una puerta que entra hacia los naranjos al otro lado de la valla, junto al más de Vélez. A la izquierda un puente salva el barranco y sirve de paso a una tubería de agua. 

El puente, con su valla de madera es una autentica preciosidad, solo faltan los hobbits paseando por él para que el cuento quede precioso. Más a la izquierda sobre la loma está el poblado Íbero de la Lloma de Betxí. Unas horribles estructuras a modo de parasol de uralita metálica afean sobremanera el entorno. Y es que una cosa son las excavaciones arqueológicas y otras cuidar el paisaje, aquí cada colectivo va a la suya y lo demás no importa, la estética no le importa al arqueólogo, la accesibilidad no le importa al paisajista, los costes de lo uno o de lo otro no le importa al político que gestiona la pasta desde la comodidad de un despacho, y si puede trinca algo que para eso maneja la pasta que le recorta a unos y a otros… podría seguir pero me estoy encendiendo, así que me dedicaré a la ruta. Al final resulta que la panorámica es fea por las estructuras metálicas instaladas para unas excavaciones largo tiempo paralizadas, el acceso es pésimo por no decir algo peor, la señalización se la han pasado por el forro… pero seguro que en algunos presupuestos habría una partida para todo ello, y suma y sigue. Retrocedo por otro camino para llegar a la base norte de la loma. Allí una senda muy rota se deja ver como inicio de la subida, empujo la bici hasta arriba para llegar a un poblado muy similar a los conocidos del Castellet de Bernabé, El Puntal dels Llops o La Monrabana. 

En bastante peor estado de conservación a simple vista aunque quizá más importante en cuanto a los hallazgos encontrados, no sé, pero parece un solar en construcción. Tiene unas vistas muy cerradas de la parte del río que le queda muy cercana hacia el sur, en concreto de la Presa de Manises; la Rodana del Pic y el campanario de Riba Roja que, lógicamente, no estaría en su época, hacia el oeste. El puente y La Masía de Vélez aún son más visibles desde aquí arriba. Bajo atravesado el poblado de norte a sur y sigo disfrutando del paisaje con tramos algo más complicados de terreno debido a la arena suelta y blanda que se acumula bajo las ruedas. Llego al acantilado sobre el río. 

Abajo la estación de aforos de Manises donde el río se vuelve una lámina de plata, que dibuja difusamente la arboleda que lo rodea. 

A la izquierda el puente nuevo del parque fluvial y el área de recreo que se ha expandido y acondicionado junto al azud de la RAM. 

Estoy justo detrás del edificio que se presenta como una enorme masía. Ruedo un poco por aquí y por allá intentando acercarme a la toma de agua de la acequia pero está todo vallado, así que sigo adelante y cruzo la A-7 giro a la izquierda y pegado a ella y a su ensordecedor e incesante ruido voy hacia el mirador de Paterna. Antes llego a una zona de bosque en la que el camino que venía siguiendo desaparece y allá te las compongas para cruzar por las sendas que, en alguna bajada, es un tanto peligrosa. Ya conocía este tramo de camino desde hace años, pero creía que lo habrían acondicionado pues es un paso casi natural como alternativa al camino del río. Tan solo hay una bajada muy, muy, pero que muy pronunciada que si no quieres arriesgar mejor te bajas de la bici y problema solucionado, con lo que el acondicionamiento del camino sería muy sencillo si alguien se tomara el más mínimo interés. Luego, tras una breve subida se llega al citado mirador acondicionado con unas mesas bajo unos pinos que dan sombra. 

Vistas al río y a la zona del Mas del Racó de Manises con la pasarela de madera acondicionada para cruzar el río. Los naranjos y las masías llenan este espacio que de momento es lo único que queda de huerta en Manises, pues tras la paralización del Gran Manises solo queda esto. La huerta que conocía de toda la vida bajo de mi casa cuando era niño ha o está, a punto de desaparecer. Almuerzo aquí antes de seguir el camino que se unirá al parque fluvial poco antes de la toma de la acequia de Mestalla. 

Luego paso bajo el megalítico puente nuevo de Manises a Paterna. 

Sin comentarios, bueno sí: el puente es el doble de ancho porque algún espabilado nos ha querido regalar a peatones y ciclistas una acera y un carril bici a cada lado de la carretera el doble de ancho que la propia carretera. 

Cosa que le agradecemos, no vaya a parecer que encima somos unos desagradecidos, que tras la rotonda, que ha costado más de millón y pico de euros, “glorieta” dicen ellos en un cartel que además no tienen ni la decencia de haberse ahorrado para al menos no restregarnos por la cara el escandaloso coste de esta memez. 

Gloria no sé de quién pues el acceso a Manises sigue igual de estrangulado que ha estado siempre debido a que la calle Rafael Valls no da más ancho del que tiene. Cuanto ha cambiado desde los tiempos en que este paso se hacía en barca, aquello era en la década de 1920-30. Pero acabáramos, la solución, tontos de nosotros, ha sido cargarse la poca huerta que quedaba en Manises para hacer una “ronda norte” y una ciudad del deporte, y los terrenos restantes los recalificamos y otro pelotazo. De esta manera damos una doble entrada y salida al pueblo y ya nos sirve el carril (que ya teníamos antes en el otro puente) para congestionar este acceso, pues ahora se quedará pequeño el puente. Me dedico un momento a admirar el puente que eso si, bonito es. Moderno pero bonito, cuanto menos curioso. Así que doy, primero un paseo por lo que cuando era niño era el camino que bajaba junto al río hasta la escala primera (azud de la acequia de Mestalla). El azud está casi tapado por el cañaveral que crece sin control y que apenas deja divisar las gastadas piedras que a fuerza de correr el agua acabaron desgastadas e irregulares, menos mal que desde el camino del río se ve mejor este azud. Sigo adelante buscando lo que antaño fue un campo de deportes al que bajábamos desde los colegios para hacer algunos ejercicios como lanzamiento de jabalina. De aquello no queda ni rastro, pero mejor haber dejado perder un campo de deporte para ahora poder hacer otro nuevo. 

Así que continúo hasta la escala 2ª (donde está la toma de la acequia de Mislata), aquí recuerdo que había una senda que cruzaba la acequia y se adentraba en la huerta, que en aquellos tiempos parecía tan grande en la parte norte de Manises. Retrocedo dejado atrás fantasmas del pasado y tomo un camino a la derecha que sube y llega casi inmediatamente a la parte trasera de los colegios. 

Aquí el nuevo bulevar o ronda norte o como le quieran llamar está a medio terminar, algo más atrasada parece que va la ciudad del deporte. Ya puestos voy a recorrer este vial antes de que se inaugure. Llego por él en un minuto a la rotonda de Francisco Valldecabres. Justo antes tomo, girando a la izquierda el Passeig del L’Horta que no es más que el paseo que se hizo al cubrir la acequia de Quart. Esta acequia, la acequia de Manises de toda la vida nace junto al puente de la A-7 unos metros después de la acequia de Moncada y discurre por la margen derecha del río. En Manises alimenta, o alimentaba el Molí de Daroqui, central hidroeléctrica Volta o Molí de la Llum como comúnmente se le ha llamado siempre.  Esta es la acequia que pasaba por detrás de mi casa cuando era pequeño, luego se cubrió y dejamos de perder balones que caían constantemente a la acequia y que seguían su curso, inevitablemente si no éramos capaces de recogerlos antes del puente de la “fabriqueta” también hoy desaparecida y lugar por el que bajábamos a la huerta de mi abuelo. Estoy siguiendo el trazado de esta acequia con la intención de encontrar, si alguna vez lo hubo, algún rastro de un lavadero en Manises. Las cuevas, donde vivió mi madre en su niñez también han dejado paso a modernas casas, así que de ese vestigio histórico tampoco tenemos ningún testimonio. El curso de esta acequia pasa por el acueducto de Els Arcs y llega a Quart de Poblet donde aún tiene un bonito elemento hidráulico junto a la ermita de Sant Onofre. 

Así que recorro todo el tramo de la acequia hasta Faitanar y me adentro en el barrio de Obradors. Hoy prácticamente sin actividad industrial relacionada con la cerámica que era su principal valor y con muchas casas en lamentable estado de abandono o directamente demolidas. Callejeo por un barrio largo tiempo olvidado por mí. Y así llego a la fábrica de Cerámica Valenciana J. Gimeno Martínez. 

Un viejo y  bonito edificio con un torreón a modo de castillo. Disfruto de ver este edificio como nunca antes lo había admirado. Sus formas, sus paneles cerámicos, su historia que es la historia de un pueblo. Una industria casi desaparecida no solo ante el imparable poder de una industria venida de oriente a bajo coste, sino también ante las cosas mal hechas y una absoluta falta de previsión y creer que ya estaba todo hecho y no saber adaptarse a los tiempos cambiantes, pero tampoco conozco en profundidad los hechos como para juzgarlos aquí, ni tampoco es a eso a lo que me dedico. 

Admiro varios paneles cerámicos en un patio interior que es una delicia. 

Luego retrocedo por el barrio, para no coger la carretera y me adentro en el casco antiguo del pueblo pasando junto al museo de cerámica, la ermita de Sant Antoni y la plaza del Corazón de Jesús. Buenos recuerdos se agolpan a la vez en mi memoria. Partidos de futbol en aquella recién inaugurada plaza que nos hacía salir corriendo cuando algún guardia asomaba por la esquina, entonces la autoridad era la autoridad y el hecho de saber que estábamos haciendo algo malo o prohibido nos llenaba de miedo, eso también ha cambiado y de qué manera. 

La casa del club de ajedrez, que ahora es una comparsa me muestra su fachada y su puerta cerrada atrapando adentro mil y un recuerdos, millones de jugadas, de jaques, de peones sacrificados en pos de un Rey mucho más importante, mira casi como la vida misma. Pienso con nostalgia y algo de tristeza, ante la puerta, mi siguiente movimiento. Callejeo entre calles estrechas que contienen el vía crucis de paneles cerámicos adosados a las paredes de las casas con el reconocimiento a las familias que los han patrocinado y costeado. Así llego a la plaza de la iglesia. 

Tan grandiosa que yo siempre la llamé la catedral, aunque solo es una iglesia, la de San Juan Bautista, y que como curiosidad tiene su cúpula de reflejo dorado metálico única entre las iglesias de Valencia. 

Sigo mi recorrido por callejones estrechos que algo tienen que ver con mi infancia y juegos de niños. 

Y así llego a una calle muy especial aunque a otros les traerá más recuerdos que a mí, no me resisto a hacer la foto que otros compañeros seguro reconocerán, continúo adelante. Otra vez hasta la ermita y giro a la izquierda pasando frente al ayuntamiento. Es un edificio bonito pero mi cabreo con la política hace qué pase de él y siga adelante. Esta huida hacia adelante me lleva a mi antiguo barrio: tan igual y tan diferente. Tan extraño, tan desubicado que no me dice nada y a la vez me llama por mi nombre. No queda nada de aquella calle de tierra en la que jugábamos a mil y un juegos que hoy forman parte de la prehistoria y con los que sería imposible entretener a los niños de ahora. 

Hasta la calle parece más pequeña y estrecha y me hace preguntarme cómo era posible jugar mientras había coches aparcados e incluso había un carril para que estos pudieran pasar. Veo mi portal, mi balcón, mi ventana, nada es mío y en cambio podría identificar cada palmo de aquella casa de apenas 50m2 que me vio nacer y crecer. Ya no pertenezco aquí así que me voy, en realidad ya no sé a dónde pertenezco. Salgo a Francisco Valldecabres, llego a la rotonda a la que antes casi he llegado, giro a la derecha y luego izquierda para bajar al río. Allí llego a la escala 3ª, al azud de la acequia de Tormos. 

Junto al río se ha habilitado una explanada con unas mesas de piedra y una fuente. Aquí toda la vida hubo un merendero bajo una enorme chopera que daba sombra y frescor a aquellos veranos infantiles, veranos en que veníamos a bañarnos a un río limpio, al menos en apariencia, quizá ya estuviera más contaminado de lo que creíamos pero esa certeza nos llegó años más tarde cuando el agua empezó a tener color y perder su transparencia. Ya remonto el río hacia casa pero antes aún he de hacer algunas paradas. 

La primera es en una torre casi junto el paraje del Salto del Moro que queda allá arriba a la izquierda Allí hay una torre con una pasarela, una especie de viejo molino o central eléctrica, no sé muy bien lo que es pero que forma parte de este espacio fluvial desde lo más antiguo de mi memoria. Las panorámicas que ofrece el río son un tapiz de colores otoñales tanto en el suelo como en la luz difusa que pinta el cielo de un azul especial, más denso y más azul, sin ese dolor en los ojos del cielo veraniego. 

Qué decir de los árboles que me obsequian postales que me obligan a parar a cada isntante. Luego, tras pasar la pasarela giro a la izquierda para adentrarme en el Racó, una barriada de Manises alejada del casco urbano y que veía hace unas horas desde el otro lado del río cuando almorzaba en el mirador de El Pontó. Hay varias grandes casonas pero yo ando buscando unos pequeños huertos de alquiler: Los Huertos del Turia. Es esta nueva moda urbana de tener un pequeño huerto en propiedad o alquiler para ir a cultivar tus propias verduras y así estar un poco más en contacto con la naturaleza, hacer algo de ejercicio y dejar atrás el estrés a base de azadón y de arrancar malas hierbas. Es curioso que en de la partida del Racó halla dos masías que se disputan e nombre y hasta tienen su propio panel cerámico que lo reivindica. Toda esta zona es por la que hacíamos el paseo, unos buenos 5Km. que casi todas las tardes, cuando volví de Mallorca me hacía a diario en compañía de mi hermana, luego la tradición la siguieron los compañeros de Roda i Pedal, cuando yo me fui a Riba Roja, bien para abrir el apetito o bien para asentar la comida dominical. 

La última de las masías ha cerrado el paso aduciendo aquello de camino particular, y aunque no hay  una cadena que cierre el paso no hay motivo para una absurda discusión. El caso es que retrocedo admirando de nuevo las viejas y muchas abandonadas masías que junto a la acequia habrán vivido tiempos mejores. Llego al barrio de San Francisco y giro a la derecha en busca de la masía de San Juan. 

Allí, aparte del curioso y precioso arco de entrada hay una ermita o capilla visible en la distancia. Raudo me preparo a sacar unas fotos para Vicente e intentar un nuevo hallazgo de ermita. 

Entre la distancia y el camión aparcado casi delante me deja poco espacio para la foto, pero algo es algo. Sigo hasta el final del camino pues este se mete, a la derecha en la propiedad privada por la que no me he querido meter unos 100 metros más allá. Recto sigue el camino que baja hacia el río para encontrarse con la pasarela que se ve desde el mirador y que era, antes del parque fluvial, el único paso, a través de unas piedras y unos tubos rotos para llegar al otro lado del río y poder llegar a la Vallesa. Ahora vuelvo a retroceder y tomo un camino a la derecha que se adentra en un páramo de hierbas altas y secas. Al fondo se ve una colina y bajo ellas las cuevas del Champiñón. Hacía años que no pasaba por aquí pero hoy tampoco será el día, el camino está tan cerrado por la maleza que harían falta unas grandes tijeras de podar o una moto sierra para despejar el camino y poder acceder. 

Así que tras unos cuantos intentos por aquí y por allá desisto y me conformo con la foto de lejos de este paraíso de la exploración cuando éramos pequeños, esto estaba en los confines del mundo y aquí había que venir con alguien que supiera el camino, además de no decir nada a nuestros padres pues qué era aquello de ir tan lejos y a ver qué íbamos a hacer allí. Tras la foto subo al camino y giro a la derecha para ir hacia el bike pass, luego me acerco a ver el azud de la acequia de Tormos o Daroqui, no es visible desde este lado del río, o no al menos a donde me he ido a parar pues las cañas se interponen ocultando la visión. 

Sigo camino adelante y llego a la RAM con una vista un tanto distinta desde debajo de la pasarela. Me llama la atención la poca agua que baja por el río, no es el primer día que pasa últimamente. Una nueva foto de la acequia de Moncada, que por cierto no pertenece al sistema de regadío de la vega de Valencia y que por tanto no se somete al régimen de justicia que imparte el Tribunal de las Aguas. Ya solo me queda remontar el río, llegar a Masía de Traver y rendirle tributo al monumental plátano que allí hay declarado como árbol monumental. 

Es un ejemplar magnífico y maravilloso. Subo la rampa y observo más detenidamente la masía que desde siempre la he conocido como un restaurante aunque eso no le quita espectacularidad a sus formas en lo alto de la loma que domina el paso del río. Sigo camino adelante hacia Riba Roja para, en lugar de cruzar el puente viejo, continuar paralelo al río y subir junto al convento y castillo y tomara las callejuelas interiores que me llevarán a casa algo más rápido que rodeando el río y subiendo por donde he bajado esta mañana. La ruta ha dado sus casi 50Km. con un poco de todo. Asfalto, caminos, sendas, bosques, el río, y un montón de historia y de recuerdos que rememorando con la cerveza en la mano me ponen una pequeña sonrisa en la cara, de esas que dicen que la ruta ha merecido la pena.