miércoles, 29 de octubre de 2014

El Oro-Aldeas (de Cortes y Requena)


Había llegado el momento de cerrar esta serie de rutas por la zona. Aquí completaba las 6 rutas que me había marcado dentro del cuadrado: N-3 al norte, Yátova al este, río Júcar al sur, N-330 al oeste. Las 5 rutas que enlazo a continuación mas esta de hoy podrían cerrar ese cuadrado, pero conforme más ahondo en la zona más atractivos encuentro para seguir adentrándome en ella y seguir conociendo rincones exquisitos.  
Voy en coche hasta la aldea del Oro, un núcleo de población perteneciente a Cortes de Pallás. Aparco junto al lavadero que queda justo en la calle de abajo pero a la vista, será mi último destino de la ruta. Ahora, ya sobre la bici, me adentro en el pueblo hasta la ermita de San Roque. 

Sencilla construcción que no ofrece ninguna interesante singularidad, retrocedo hasta el coche, sigo adelante, paso junto a la fuente de San Roque y llego a la carretera. Justo enfrente la carreterita que voy a tomar hacia Venta Gaeta. Fuerte subida de inicio que me hace replantearme otra vez la manga larga que me había puesto de inicio, pero tras la primera curva decido parar y ponerme de corto, el esfuerzo me dará más calor del que necesito. Este tramo de carretera sin coches presenta algunas rampas interesantes, aunque nada que sea excesivamente duro, lo suficiente para quitar el fresquito. Enlazo con la carretera que viene desde Buñol hacia Venta Gaeta, que tampoco presenta tráfico, y giro a la izquierda. El asfalto permite un rodar rápido y limpio pero aburrido. Por suerte esta parte del camino, excepto la primera subida, no se ve afectada por los incendios y presenta un bosque de pinares adultos y nutridos. Tampoco se ve muy afectado por la plaga de Tomicus que está matando Les Rodanes. Llego sin más a la aldea de Venta Gaeta, que también pertenece a Cortes. 

A la entrada una amplia zona arbolada donde se mantiene el pequeño lavadero en completo desuso. Unos metros más allá la iglesia de San Vicente Mártir en el lugar donde antes estuvo la ermita. Otro edificio muy sencillo pero es que poco más puede ofrecer esta pequeña pedanía. Callejeo hasta salir otra vez a la carretera con el Pico Ñoño al norte ocupando toda la visual. Poco después llego a la pedanía de Los Herreros, también perteneciente a Cortes. Esta es tan pequeña que ni siquiera tiene ermita o iglesia, sí tiene, como grata sorpresa, un pequeño lavadero justo detrás de la fuente con mosaico cerámico. Continúo por el asfalto hasta llegar a Viñuelas, otra de las aldeas de Cortes. No sé si tiene o no algo que ofrecer pues antes de entrar al pueblo un perro se me abalanzó con bastantes malos modos y no pude desviar la mirada del camino por si se enfadaba más el chucho. Así que pase por allí casi como un fantasma: a nadie vi, nadie me vio, solo un perro que pasaba que me olió y me ladró. Superado el sustillo salgo del pueblo por un camino de tierra que me hace recordar el deporte que practico. Solo serán unos pocos Km. de tierra pero serán bien recibidos. El camino se enreda en las laderas bajas de los contrafuertes del oeste de la sierra Martés. 

Se adentra en el pequeño bosque que queda en esta zona y se enrevesa en un laberinto de giros y cambios de dirección para evitar otros caminos de propiedad privada. Se nota que vuelvo a estar en el término municipal de Requena. Este problema de bosques vallados, fincas de uso cinegético, caminos privados, etc. etc. es una constante en este municipio, no sé si legal o no, pero constante. Por fortuna esta vez no tengo que dar marcha atrás o atravesar ningún coto de caza, esta vez tengo un camino que seguir y es bueno. Llego a una buena bajada que parece recién labrada, la tierra removida y suelta, roja y más compacta de lo que parece a simple vista, la humedad de la zona contribuye a ello y permite poder bajar sin descabalgarse de la bici. Llego a la rambla de Juan Vich, rambla que seguiré hasta los Pedrones, pero antes toca subir con el camino hacia la aldea de Fuen Vich, un par de casas apartadas del grupo principal de la aldea que no tiene nombre. Tal vez sea Fuen Vich o tal vez haya tomado el nombre del caserío y la rambla de Juan Vich. Llego a ella, unos metros más allá, por la carretera que allí empieza y me lleva a este poblado, algo más grande y al que accedo junto a un campo de futbol y junto a una curva de 180 grados de la carretera. Paseo entre sus casas para tomar una calle a la derecha en la plaza, esta calle desemboca en bajada en un camino de tierra, allí a la izquierda y sigo bajando hasta la rambla. El paisaje aquí contrasta con todo lo visto hasta ahora. 

Los chopos amarillean junto a una pequeña corriente y las hojas caídas tapizan con mil tonos de ocres el camino y de oro la ribera de la rambla; incluso la propia corriente a veces se para ante el estancamiento de tantas hojas para disfrutar de este paisaje. Los tacos de las ruedas se aferran a hojas húmedas que se pegan a las gomas y me acompañan unos metros, sustituidas rápidamente por otras que me guiarán unos pocos metros más. El espectáculo de color y aromas, de silencio y de sonidos amortiguados, lejanos, lentos y triviales es todo un bálsamo para quien se quiera sumergir en este pequeño recorrido junto al barranco. A punto de salir a la carretera un camino a la izquierda indica a Los Pedrones o Casas de Sotos, no recuerdo con claridad, pero este camino también llega hasta donde voy. En cambio elijo tomar la carretera ya que no tiene tráfico y evito un pequeño rodeo. Al final el rodeo no me lo ahorro porque me paso el camino a la izquierda que tenía que tomar y sigo por la carretera. A la vista de la N- 330 caigo en el error y retrocedo para tomar el camino y evitarme la nacional. Giro a la derecha en el camino que se vuelve a pegar a la rambla y así llego a Los Pedrones. Aldea, igual que Fuen Vich y Casas de Sotos que visitaré después, perteneciente a Requena. 

En la primera calle a la derecha encuentro el lavadero, pequeño y coqueto, más por la cuadrada pila llena de agua que por otra cosa, se encuentra junto a una fuente de tres caños con un retablo cerámico de la virgen. De allí subo hasta la ermita, visible entre los árboles que cubren la ladera de la montaña, no hay pérdida para llegar hasta allí. 

Tomo asiento entre sol y sombra junto a la blanca pared lateral que me cobijará de la escasa brisa que a veces se cuela entre los pinos. Almuerzo pensando que no es normal que a finales de octubre aún esté pedaleando en manga corta por estas sierras de Requena, y encima buscando sombra para almorzar. El bocata de jamón con tomatito y ajo, y la cerveza aún fresquita hacen maravillas para subirle a uno las ganas de echarse una siesta, pero la segunda parte de la ruta espera y la última subida hacia el coche también. Me pongo en marcha siguiendo las indicaciones de “treki” hacia la carretera de Casas de Sotos. Giro sobre ella a la izquierda y transito viendo los espectaculares paisajes que ofrecen las viñas tiñéndose poco a poco de púrpura entre amarillos y verdes. 

Lástima que el sol de frente no me permita captar con más detalle los fantásticos paisajes. Sigo para llegar a Casas de Sotos. Pequeña aldea que atraviesa esta carretera y que casi sin salir de ella me permite ver la ermita de San Isidro, de propiedad particular según cuenta mi amigo Vicente en su blog: http://www.ermitascomunidadvalenciana.com/vrureq5.htm , hoy voy a visitar algunas de las que él menciona en su obra. Poco después enlazo con la carretera de Cortes de Pallás, giro a la izquierda y poco después tomo otra carretera a la derecha que llega hasta la aldea de La Cabezuela, otra vez en término de Cortes. Adentrándome en la calle principal paso junto a la ermita de la Sagrada Familia. Siguiendo la calle adelante llego a un muro con vistas sobre el profundo barranco que forma la rambla Pampanera, que luego desembocará en la de Ripia dando lugar a las hermosas charcas del Ral; una serie de piscinas naturales que medio se dejan ver, o más bien intuir desde la carretera y por las que tendré que hacer una ruta senderista para conocer en detalle, pero eso ya vendrá. 

Visto el nacimiento del barranco retrocedo y junto a la ermita a la derecha, así salgo del poblado y continúo hasta el siguiente cruce que tomo a la izquierda con espectaculares vistas de la sierra Martés y el pico Ñoño al frente. Volveré a enlazar con la carretera, derecha y sigo el asfalto hasta Castilblanques. Antes de entrar al pueblo un cruce de caminos. Por la derecha se evita entrar a la pedanía, por la izquierda se pasa frente a la ermita que está allí a pie de carretera junto a una pequeña y coqueta pinada. 

Un bonito edificio que tiene toda la pinta de ser una casa y que solo da señales de lo contrario la campana en uno de los ventanales del campanario. Me adentro en el poblado, lo cruzo y tomo la última calle a la derecha para enlazar con la carretera que, por la derecha, salva el pueblo. A mi izquierda el profundo cortado de la rambla de Ripia; tras ella la muela del Albéitar que es la que tengo que rodear, ahora por el sur, para subir hasta El Oro. 

Qué bonito sería ir en línea recta, casi a la misma altitud que estoy ahora hasta el final de la ruta. Pero me perdería todo lo que aún tengo que ver, sufrir y disfrutar… y pensar, que el tiempo encima de la bici es una terapia de choque, un rumiar de pensamientos y recuerdos, un retorcer y estrujar el coco para que busque soluciones, acepte situaciones, corrija errores o lo mande todo a paseo entre tanto amasijo de escombros como encuentra a veces dentro de la cabeza. A veces la bici también sirve para olvidar, para olvidar que el resto del mundo existe, solo estás tú con tus problemas inmediatos, que es encontrar el camino, superar la cuesta y no estamparte en una de esas bajadas tremendas que a veces el mundo nos regala. Hay momentos, que cuando te quieres rendir la bici te empuja, y ese empujón te sirve para encontrar el hilo de los pensamientos que habías desechado… y vuelta a empezar.
Pedaleo en este altiplano que se acerca a la bajada que no acabo de encontrar tan pronunciada como esperaba y, se intercala con pequeños repechos o con cuestas largas y duras, que me hacen no entender qué está pasando. La subida más dura la encontraré una vez pasado el vado sobre la rambla, con lo que ahora esta quedará a mi derecha. Un tramo de subida exigente y más largo de lo que intuía. Y justo cuando empieza otra vez la bajada, un ruido a mi izquierda me hace volver la mirada para encontrar un ciervo que cruzará veloz la carretera y se adentrará en algún lugar conocido por él por los acantilados que bajan hasta el fondo del valle. Tendré el tiempo justo de parar y asomarme al cortado para oír una piedra caer rodando metros y metros entre golpes sordos y rebotes para comenzar otra vez. Al bicho ni verlo, pero la satisfacción ya me la llevo otra vez a casa. El “treki” me advierte que por aquí están las pozas, y efectivamente, con un poco de suerte puedo verlas allá abajo, casi mimetizadas por la luz con los pinos del fondo del barranco. Luego veré un camino que baja hacia allí y que supongo será la ruta senderista que quiero hacer. 

Sigo por el tobogán que es esta carretera y poco después comenzaré a tener vistas sobre el embalse de cortes, del castillo de Chirel, de la muela de Cortes, del alto del Francho, de la “V” que hace el barranco de la Zangarriana, del puntal frente al castillo al otro lado del río Júcar ya embalsado, de… El espectáculo visual es increíble, tan inacabable que no podré almacenar más emociones ni más pixeles en mi memoria. Así que tras unas fotos sigo adelante, pero el paisaje me obligará a parar algunas veces más para saciarme del intenso color azul del embalse atrapado entre árboles y montañas. 

Otra vez la luz del sol me juega una mala pasada y las fotos no son, ni de lejos, un fiel reflejo de la espectacularidad del paisaje. Enlazo con la carretera de Cortes y comienza la subida, que en honor a la verdad tampoco es tanta subida como yo esperaba y a la que le tenía un reverencial respeto por estar al final de la ruta y por venir después de dos intensas semanas de pedaleo y rutas senderistas. Los poco más de 6Km. de carretera se suben rápido ya que también tiene toboganes y algunas bajadas, pero lo que más llama la atención es ver cómo el fuego se cebó en la parte derecha de la carretera, respetando casi por completo el lado izquierdo. Eso no será así ya arriba junto a El Oro. El poblado se vio rodeado por el fuego y tan solo algunos árboles muy cercanos al pueblo se salvaron. Ya en el pueblo visito el lavadero para hacer pleno de las anotaciones que tenía pendientes de visitar, me he llevado alguna más que no tenía prevista, así que eso que me he ganado. Otra espectacular ruta que recordar.


Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8341584

sábado, 25 de octubre de 2014

Santa Fé-Turó de L'Home


Salgo del hotel tarde: el desayuno se sirve a partir de las 9.30 y eso me ha retrasado mucho, por lo que no sé si podre hacer toda la ruta tal como la había planeado. El propósito era hacer un primer círculo que volviera aquí al hotel y luego un segundo círculo más cortito que me llevaría por el sur del Convento para subir por un camino a la carretera cerca de Sant Marçal y ya por la carretera volver al hotel. Pero vista la hora descarto de entrada el segundo círculo y me tomo el desayuno con calma, así como la ruta que la iré paladeando poco a poco. 

Me pongo en marcha por el carril bici hacia la oficina de información: allí hay 3 hermosas, enormes y soberbias secuoyas que empequeñecen a cualquiera. Ayer nos contaba el guarda lo sucio que está todo, con tanta gente y tan poca conciencia medioambiental, este hombre no ha estado en Valencia, no solo en la ciudad, me refiero al monte, ¡esto es el paraíso de la limpieza! 

Giro a la izquierda hacia el hotel-castillo de Santa Fe, llego hasta allí para hacer unas fotos y recrearme en tan singular arquitectura. Retrocedo unos metros y tomo el camino a la izquierda, cerrado con una cadena que se puede bordear. En cuatro pedaladas me veo inmerso en un bosque infinito. 

Una mezcla de hayedo y pinar impresionantes que tapizan el suelo de hojas. La sombra, la luz filtrada, el silencio, el ambiente denso y frío, el sabor rancio de la humedad, el olor a bosque mojado, a hojas que mueren para dar vida a los árboles, un círculo vicioso sin fin que por momentos satura mis sentidos. Me tomo mi tiempo para sumergirme en él, para recorrer este bosque junto a la riera de Santa Fé que alimenta al pequeño embalse. Tiempo para intentar encontrarme, para interiorizar lo que me rodea, para saber a dónde voy y si de verdad quiero ir. Recojo la calma que destilan los árboles inmutables, inalterables a pesar de las tormentas, de los vaivenes del tiempo, de las agresiones. Ellos solo respiran y dejan pasar el tiempo, ¿es eso lo que quiero?

Me recreo en este camino que ya tuve oportunidad de hacer ayer por la tarde en un paseo rodeando la presa. Poco después estoy en ella. La luz de la mañana la hace distinta, más sobria y fría, como más distante e impersonal.

Recorro su lado este-sur hasta la presa para tomar una nueva foto con mi destino de hoy al fondo. Luego sigo un camino a la derecha que me vuelve a internar en el bosque y me acerca a la carretera. La tomaré casi un kilómetro después y ya por asfalto haré una bajada impresionante, rápida, divertida y segura entra las curvas que hace esta carretera de montaña. Al menos todo lo segura que permiten los coches que a decenas se dirigen este fin de semana, por la feria de la castaña de Viladrau, suben al Montseny a recoger castañas y otros van directamente, al pueblo a disfrutar de la feria, pero esto de hoy es una broma con lo que viviremos mañana cuando bajemos hasta Sant Celoni: la carretera de subida es un largo rosario de coches, pero abajo en el pueblo y en la autopista colapsada, darán el verdadero perfil de lo que es pasar un día en el infierno, será por días para venir a disfrutar del monte. En fin. Lo dicho, bajo por la carretera curveando con velocidad, cabreandome con algún coche que muy espabilado recorta las curvas invadiendo mi carril y haciendo que me pegue más a la cuneta, pensará que ya que voy en bici de montaña puedo trepar por las paredes o comerme los árboles… no sé. Esta parte sur del Montseny se ve cubierta de pinos y carrascas, también de alcornoques que dejan ver sus troncos desnudos y fácilmente identificables. Paso junto a lo que parece una granja por el olor que la acompaña junto a la carretera, poco después una curva de 180 grados a la izquierda y a la salida de la misma un camino ancho a la derecha. Lo tomo y cambio el sentido de la marcha, se acabó el asfalto de momento y me adentro otra vez en el monte. Poco a poco al principio, con suave subida y un camino en muy buenas condiciones. Las rampas irán poniendo un puntito de alegría cuanto más me adentro en el camino. 

A la izquierda podré ir viendo el valle que crece justo antes del valle de Montseny, aquél será visible desde más arriba, pero aún me falta mucho para ello. 

Llego a un pequeño estanque de aguas claras y tranquilas, reflejado en él el Turó de L’Home, mi destino, allá arriba. Tan alto que parece inalcanzable, ya veo lo que me va a tocar sufrir y subir. Acabada la bajada y en estos pocos metros de subida ya tengo un calor increíble y me pongo otra vez de corto. La camiseta a la mochila y en manga corta. Estos primeros instantes entre sombras tupidas y la humedad del bosque serán un poco incómodos, pero a los pocos minutos ni la intensa sudada ni las sombras ni los pequeños soplos de viento me harán cambiar de opinión. Busco poner más hierros de subida pero ya hace rato que está todo puesto, sin embargo sigo buscando de cuando en cuando a ver si hay algo más a lo que echar mano. No a no ser un poco más de esfuerzo. Sigo subiendo, sigo viendo muchos buscadores de setas y de castañas metidos entre los árboles. 

Llego a la carretera y giro a la izquierda, poco después llego a un mirador sobre el valle. Las vistas ya son muy amplias y permiten ver el mar. También permiten intuir Barcelona, agazapada tras las montañas pero en la línea de playa a casi 50 Km. Sigo adelante para encontrar en la siguiente curva el desvío a la izquierda que sube hacia el Turó. La carretera se estrecha y deja de tener un asfalto tan bueno, sin embargo esto es como rodar por una autopista para una bici de montaña. 

Las rampas se encabritan un poco más y empiezo a trazar una serie de largos zigzags que me llevan cada vez más arriba. La subida constante, sostenida, calculo que sobre un 8%. Sin respiros ni descansos ni rampas más fuertes, tendida, tan larga y persistente que deseas un rampón para romper la monotonía, eso sí, que luego de un respiro. 

Pero no, ya casi arriba, además, se muestra sobre una larga curva que deja ver todo lo que queda por subir. Así se llega a la barrera a partir de donde los vehículos motorizados no pueden subir. Esto serán los dos últimos km. y ahora me tomo cumplida venganza de todos los que me han adelantado en esta interminable subida. Doy la última curva para ver al fondo las enormes antenas que coronan la montaña. 

En realidad no es así pues el Turó se corona sobre el pico donde está el refugio junto al vértice. El camino de subida al propio Turó no es ciclable y presenta buenos pedruscos que me obligarían a subir andando, tan solo son unos doscientos metros pero no tengo ganas. 

Me doy por satisfecho con coronar el Puig Sesolles y permitirme creer la mentira de que he coronado el Turó de L’Home. Hago las fotos de rigor, observo el paisaje, la gente que sube por ambos lados de la montaña e incluso los que vienen desde Les Agudes. La bruma que ensucia el paisaje lejano y apenas permite ver la montaña de Montserrat. El valle de Montseny.

Y el bosque inacabable que cubre todas las montañas que me rodean. Siento una enorme envidia sana por estas montañas tan cuidadas a pesar del enorme impacto demográfico y la presión urbanística a que están sometidas. Lo mismo que en Valencia. Vamos igual. Que pobreza de espíritu y de cultura que tenemos, no tenemos nada que conservar, Les Rodanes, uno de los pocos reductos arbolados y naturales de nuestro entorno cercano se está muriendo por los pequeños incendios, por la falta de agua y por la plaga del Tomicus, pero cuando alguien se ponga en marcha para hacer algo solo quedará arrasar la montaña para hacer los chalets y la ciudad deportiva del Valencia. Más de lo mismo.


Observo ahora el camino por el que tengo que bajar. Un último vistazo a mí alrededor y tomo el camino, muy roto al principio y con muchas piedras durante el primer medio Km. Luego llego a la zona arbolada y las hojas tapizan el suelo, realmente no sé donde piso pero las piedras grandes sobresalen entre las hojas y se dejan ver. Algunos baches ocultos pero nada que las suspensiones, ya puestas a trabajar, no puedan superar. Me adentro en un pasillo arbóreo que reduce la luz de forma alarmante para la velocidad a la que bajo. Una vez acostumbrado al suelo cubierto de hojarasca, a la poca luz y a ir frenando constantemente el paseo se convierte en un deleite total. La presión sobre los frenos tan continua y tan fuerte hace que me duelan las manos de frenar y voy soltando los frenos, primero uno y luego el otro, para darme un poco de descanso. Pero al soltar frenos la bici coge velocidad y eso es peor, así que a frenar otra vez. Hago ahora otras curvas en zigzag como cuando subía paro ahora en la cara este de la montaña. 

Sigo disfrutando mientras tatúo una sonrisa en la cara por esta experiencia que estoy viviendo. No es solo la bajada, ni el camino, ni los arboles o las hojas. No es por la humedad o los olores, ni por los colores. La luz, el sonido, el silencio. La paz y la tranquilidad, la limpieza de la montaña. No es por nada de eso y es por todo ello a la vez. Es por el aquí y ahora. Es porque esto es lo que quiero en cada instante de mi vida. Esta plenitud casi total a la que solo le falta una persona a mi lado. Es esta forma de sentir, de sufrir para disfrutar, este pedir perdón sin palabras, sin pedírselo a nadie pero elevándolo al mundo, de gritarlo sobre él desde las alturas, de bajar para oír su eco. De sentirme en paz antes de la guerra, que sé que llegará. Sigo bajando con todos estos sentimientos inundando mis ojos. Sigo siendo cada árbol, cada hoja, cada curso de agua que me lleva hasta la Font de Passavets. 

Junto a ella el torrente que llena el embalse unos Km. más abajo. Enlazo con la carretera y bajo hasta el hotel a un minuto de allí. Es como si toda Barcelona y la provincia se hubieran vaciado para venir aquí. Es increíble la cantidad de gente que hay por todos lados. Dejo la bici y vamos a la terraza del restaurante a tomar la más que merecida cerveza, esta vez una lupulus, una cerveza elaborada en la zona y realmente buena. A nuestra salud. 


Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8330557

jueves, 23 de octubre de 2014

Monasterio de Montserrat-Sant Esteve de Marganell


Tras el finde biker con Roda i Pedal: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2014/10/serrania-de-cuenca-villalba-de-la.html tocaban unas rutas en solitario por unos parajes tan mágicos como encantadores, evocadores y sugerentes. Sumergido completamente en un periodo convulso a nivel personal y que ahora, casi un mes después, cuando estoy escribiendo esta crónica aún, no solo no ha terminado del todo, sino que me ha metido de lleno en un torbellino de emociones y sentimientos encontrados, contradictorios y tan difíciles y dolorosos de explicar que me desquician, pero vamos superando obstáculos. Mientras tanto vamos a por la crónica que se enfría.

El viaje nos lleva al macizo de Montserrat, posiblemente la montaña más representativa de Catalunya. En poco más de 3 horas de viaje estamos contemplando las impresionantes montañas que dejan sin habla y sin explicación a quien las contempla. Es un fenómeno de fascinante y cautivadora belleza. Arriba, junto a la abadía, el apartamento que nos servirá de base de operaciones durante estos dos intensos días. Este primer día nos sirve para una excursión senderista hasta el pico Sant Jeroni, cumbre de este macizo a más de 1200 metros de altitud. 

Una ruta alucinante que desgrana lo mejor de esta sierra y deja paisajes imborrables en la memoria y en las piernas tras la dura ascensión y la no menos exigente bajada. El viaje está organizado casi como el finde biker. Tiempo para la bici y tiempo para que Teba y yo podamos hacer alguna excursión y más de un momento de etílica contemplación y conversación ante las fascinantes y solitarias noches en este magnífico entorno, pero todo esto ya, por sí mismo, daría para una crónica, así que, de momento, lo dejaré en el tintero por si acaso algún día me decido a emprender las crónicas senderistas y vamos al tema del pedal. Del pedal de la bici.

El jueves comienzo la ruta al revés de lo que me gusta hacer. Desde arriba de la montaña inicio un rápido descenso por la carretera en dirección a Monistrol de Montserrat. 

La tremenda bajada deja tantas improntas que es imposible resistirse a parar y hacer algunas fotos. Pasado el monasterio de Sant Benet tomo un camino a la izquierda que indica la ermita de Sant Cristófol, aunque hasta ella no llegaré. Este camino asfaltado sigue bajando, no de forma tan contundente como sería la carretera pero de forma nada despreciable. Algunos badenes para desviar el agua de lluvia y de paso frenar la velocidad de los coches ponen un puntito de diversión cuando paso volando sobre ellos con la bici.

Casi siempre de espaldas a la montaña, cuando alguna curva pone la imponente mole en mi campo de visión no puedo resistirme a parar a observarla y sacar alguna foto. A este paso no voy a terminar nunca la ruta. Sigo adelante más obligado que por ganas de seguir, aunque este hecho me hará encontrar otros lugares privilegiados desde donde extasiarme en la contemplación. Todo muy espiritual, todo muy indicado para sosegar los ánimos y las inquietudes que me atormentan últimamente. Paso entre urbanizaciones y luego entre campos preparados para ser plantados. 

Las espectaculares vistas me siguen allá donde vaya y me obligan a seguir parando para hacer más y más fotos. Cruzo el torrent de Can Martorell, remonto al otro lado y enseguida un camino a la izquierda me dirige hacia la ermita de Sant Esteve. 

Ya tengo visión directa sobre ella al otro lado de un valle. Pero al llegar a la senda encuentro ésta cerrada con unas piedras y veo que al fondo del valle están trabajando en el campo y dudo del camino. El GPS me indica, como alternativa, un camino a la izquierda, este mismo por el que vengo que sube para bordear este valle por el sur, así que allá voy. El camino poco a poco se va deteriorando además de meter subida de la buena. Llego a un sitio sin salida posible pues se mete en pleno monte y solo queda retroceder, volver al inicio del camino, allí donde estaba la señal y continuar el otro camino hacia el norte, bordeando el valle por el otro saliente o encontrando un paso junto a la carretera de Marganell. Finalmente encuentro un camino que sube hacia el cementerio municipal junto al que se encuentra la ermita. La subida tiene su miga y el calor hace el resto. Antes de la ermita un restaurante con preciosas vistas. 

La ermita se dibuja, traza sus formas en batalla continua con la montaña que, tras ella, desafía a la razón del mundo y pone en jaque los sentimientos hacia una montaña, hacia todas las montañas, todas hermanas, todas una. Esta y justo esta era la imagen que soñaba en mi cabeza cuando diseñé esta ruta. Esta es la postal que quiero llevarme de recuerdo en el corazón.


La pequeña ermita no es gran cosa, pero el marco es insuperable. Es como ver el Taj Mahal… sin palabras. Es como ver la Sagrada Familia, una obra imposible a poco más de 30Km. de distancia de estas montañas, tan lejos y tan cerca que en mi imaginación no veo la una sin la otra, quizá Gaudí también supo leer entre líneas. Paro junto a la arboleda detrás de la ermita y me pongo de corto, el calor ya es insufrible. 

Descanso mirando a la montaña mientras brindo por estos instantes de paz y tranquilidad que tanto necesito dentro de mí. Estando allí un ciclista llega al punto donde arranca la senda, allí donde yo he dudado; lo observo pensando que sabe algo que yo no sé o que se va a equivocar de pleno, toma la senda y llega hasta donde yo estoy en un periquete, bordeando los campos arados y los arbustos que pueblan el fondo del valle. Al final sí había camino y no presentaba ningún problema, en cambio mi indecisión me ha hecho pagar casi 5Km. y casi 200 metros de desnivel positivo que sumar a las piernas. Una…, perdón, otra rara decisión en mí últimamente. Me pongo en marcha siguiendo el camino hacia arriba. Ya lo traía todo bloqueado desde el desvío de antes. La primera rampa ya deja bien claras las intenciones de este camino. Una subida monumental que abordo con decisión y que ya estoy deseando que se acabe. Avanzo hasta adentrarme en una urbanización, la carretera sigue subiendo casi sin control, sin piedad, sin descanso posible. Pocos descansillos para oxigenar y soltar los músculos que se resienten del esfuerzo. Poco a poco empiezo a ver por donde continúa el camino y hasta donde llega. Ya está clara la tortura que me voy a infligir, pero ya no queda otra. 

El camino sube hasta la carretera de Montserrat que la veo sobrevolar la montaña a media altura. Y la subida que no afloja, ya no es lo de la primera rampa pero no afloja lo más mínimo. Me voy cobrando vistas de la parte noroeste de la montaña, hacia donde gira el camino, y sigo alucinando con ella, preciosa. Por suerte se que una vez en la carretera ya estará casi todo el “pescao” vendido. Me animo y tiro para adelante a ritmo, lento pero ritmo. Al fin llego a enlazar con la carretera, giro a la izquierda y se acabó el solecito.

Una sombra permanente que con el sudor, la altitud, la velocidad y el ambiente de mediados de octubre, que aunque caluroso no deja de ser octubre, me pone un puntito de frescor en el cuerpo. Pero el esfuerzo no deja que uno se enfríe demasiado y al poco doy por bueno esta circunstancia. Además subir esta cuesta de largo hubiera sido una penitencia demasiado dura por los pecados cometidos. 

Este altiplano es casi un llaneo que me lleva veloz hacia el monasterio de Santa Cecilia, en obras y con pocas vistas dignas de destacar. Sigo adelante, y cierro el círculo sobre la carretera que me deja, en pocos metros, en la entrada del parking. Afronto la última rampa antes de llegar arriba y pasear entre el gentío que abarrota hasta el último rincón de este maravilloso lugar, que ha pasado de ser un lugar de devoción y calma a ser una monumental máquina de hacer dinero basada en el turismo. 

Ahora es el momento de disfrutar de una más que merecida cerveza en la ventana del apartamento, lejos del bullicio, exterior. 


Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8321667