La
ruta de hoy me llevaría a conocer uno de los más típicos rincones valencianos:
su huerta. Hace unas semanas era La Albufera y su típico paisaje valenciano,
este no desmerece y recrea otra de las estampas de la vieja Valencia. La
huerta, las barracas, la chufa: uno de los cultivos más representativos de
nuestra tierra y muy localizado en este sector del horta nord de la capital. En
esta ruta iba a conocer un buen número de ermitas, museos, iglesias, universidades,
fábricas, palacios y un puñado de tierra que huele a humedad, a savia, a vida,
a tradición, a una vida dura marcada por el paso de las estaciones y el sol
sobre el lomo de los agricultores, una vida sin pausa pero sin prisa, sin
estrés, esa nueva enfermedad que hoy todos padecemos, sin ruidos superfluos que
son los que hoy nos crean ese estrés que tanto nos gusta padecer y/o aparentar,
es la enfermedad de los nuevos ricos: a mayor estrés mayor riqueza o estatus,
mayor pobreza mental y menor calidad de vida, pero ¿quién quiere salir de esa
rueda? Pobres infelices. Pero vamos a la ruta que para luego es tarde.
Volvía
a repetir río, no es la primera vez en estas últimas semanas ni será la última
vez en las próximas. Esta vez llegando hasta el puente de Aragón. Allí subo a
la superficie y por el carril bici de la avenida de Aragón, pasando por delante
del campo de Mestalla, hasta Blasco Ibáñez, por donde sigo el carril bici que
me lleva al campus de las universidades. La de Valencia y la politécnica. El
campus de Tarongers es un hervidero de gente de aquí para allá, de gente
sentada en cualquier sitio con la mirada perdida en unos papeles. Miro el caos
arquitectónico que provoca la imposición de nuevas formas, de nuevos conceptos
y tecnologías. Formas, algunas, que parecen más surrealistas que practicas, más
enfocadas a la forma que al fondo, a llamar la atención más que a la
practicidad o aprovechamiento del espacio, pero no puedo, con un simple
vistazo, analizar estos edificios. Atravieso el campus para encontrar, al otro
lado de la valla, un terreno completamente distinto. Tan desubicado que parece
abandonado cuando es todo lo contrario. La ciudad se está comiendo el campo tan
deprisa que los reductos de huerta, al otro lado de una avenida, parecen, de
hecho están, fuera de lugar y de tiempo, condenados como están a convertirse en
edificios o parkings.
Tras esa primera línea defensiva se encuentra la preciosa
ermita de Vera. Unida al antiguo molino de Vera, hoy reconvertido en museo de
la agricultura valenciana, y formando un solo edificio del que el pórtico
guarda las puertas pero que se diferencian claramente por el color. Tan bonito
y tranquilo es el lugar que decido hacer la parada del almuerzo bajo uno de los
árboles que dan sombra a los bancos. El bocata sienta bien tras los casi 40Km.
Sigo el camino adelante junto a la acequia de Vera para hacer un pequeño rodeo
que me devolverá al camino de Vera. Girando a la izquierda en la segunda gran
rotonda, edificada a un lado y con la huerta al otro esperando su sentencia.
Paso sobre las vías del tren y entro en la ciudad. Un viejo caserón de época ve
pasar el tiempo mientras acumula polvo en sus entrañas y alguna cosa de mayor
enfermedad que traerá consigo su derrumbe. Me adentro a la izquierda nuevamente
para llegar a la iglesia de Vera.
Situada en una gran plaza la iglesia es toda
una sorpresa por su grandiosidad y estilizadas formas. Ya se huele el mar que a
tan solo unos metros abraza esta parte de la capital en que se ha convertido un
barrio del vecino pueblo de Alboraia. La playa de la Patacona es un desierto de
arena despoblada tras la retirada de las huestes que hace pocas semanas
colapsarían esta ardiente costa. Al poco me adentro otra vez hasta la avenida
de antes; quiero pasar por lo que hace algunos años era un reducto perdido en medio
de la nada: unas antiguas bodegas.
Los viejos silos de vino de la empresa
Vinival construidos en 1969 han desaparecido, ahora solo queda el edificio que
fue en su día premio nacional de arquitectura. Hoy es patrimonio industrial y está
en proyecto su recuperación como centro cultural. El edificio es grandioso, simple y complejo.
De pocas formas que son a la vez toscas y estilizadas, rebuscadas y suaves. Busco
otra rotonda y de ahí al camino que pasa frente al camping y de ahí a la ermita
dels Peixets junto al barranc del Carraixet. La preciosa ermita se multiplica
en el reflejo del agua junto con las palmeras que buscan multiplicarse ante la
gran catástrofe del picudo rojo.
Es un rincón precioso a orillas del mar,
regado por un pseudo río que solo se quedó en barranco, hoy encauzado en su
tramo final y recorrido por caminos que permiten transitarlo y disfrutarlo, con
su vegetación de ribera y su fauna allí donde se conservan pequeñas pozas de
agua. Remonto la margen izquierda, la más cercana a la capital aunque ya no
pertenezca a ella. Poco después el “Treki” me indica un camino a la izquierda,
no hay camino pero si unas escaleras que enlazan con el camino. La huerta me
acoge entre retales de tierra sometidos a las más variopintas cosechas, entre
alquerías y casas, molinos y barracas, tierras marrones y desnudas frente a
otras verdes y llenas de mil y una plantas. En el cruce del camino giro a la
izquierda para recorrer unos metros y llegar a la ermita de Vilanova, semi
abandonada y cerrada tras una reja que la aleja más del mundo. Retrocedo y
continúo el camino adelante.
Los campos comienzan a llenarse de chufas y algún
sequer reconvertido en terraza para ofrecer un producto natural a pie de campo.
Adelante, sobre la línea de casas del pueblo, se alza la puntiaguda figura de
la ermita del Retoret pegada a una alquería y con claros síntomas de abandono.
La ventana ojival con vidrieras de colores y formas geométricas es como un
reloj de arena que pierde lascas de color, de cristal y de tiempo, acercándose
al ocaso de sus días, de la línea sin retorno. Al lado el reloj solar parece
marcar otro tiempo. Retrocedo hasta la carretera que continúo solo unos metros
para tomar un camino, también a la derecha y pasar, por detrás de la ermita,
hacia el P.I. Allí a la derecha y luego izquierda hacia la ermita de Sant
Cristòfol.
Una pequeña delicatesen casi engullida por un vivero de plantas
decorativas que crece a su alrededor. Vuelvo otra vez atrás hasta el camino,
allí a la derecha con el polígono a mi izquierda y el campo y el Carraixet a mi
derecha. Llego a la carretera CV-311 que tendré que cruzar por un paso de
peatones para adentrarme en el carril bici que pasa junto al matadero y tras él
buscar el puente sobre el barranco. Ya al otro lado a la derecha volviendo a
cruzar la carretera con precaución y recorrer este pequeño tramo del final del
barranco. Con las pozas del lecho del barranco la espesa vegetación crece y
crea pequeños oasis para aves y peces que se arremolinan en las someras aguas.
Dejo este espectáculo para adentrarme a la izquierda por un camino en la
partida de Saboya, buscando la ermita de Santa Bárbara. El camino marcado llega
hasta una propiedad privada que parece no tener salida hasta el campo de
enfrente que es donde está mi objetivo. Retrocedo y consulto el mapa digital
para encontrar una salida que me llevará, cruzando un túnel medio inundado bajo
las vías del tren, hasta la vía de servicio de la autovía, aquí izquierda hacia
el puente elevado que veo frente a Port Saplaya, y allí subir hasta la rotonda
y el puente, entrar en el carril bici y cuando este se acaba transitar unos
metros por la carretera hasta un desvío a la izquierda que entra hacia la
ermita. Enclavada entre un grupo de casas, unas obras en la parte trasera y los
coches aparcados tan en la puerta que casi se meten dentro, no me permiten
disfrutar con calma de esta coqueta ermita con ventanas de ojo de buey. La foto
y retrocedo nuevamente hasta la carretera, que esta vez tendré que cruzar.
Centenares de alquerías dispersas entre esta red de cultivos, de caminos,
muchos de ellos sin salida y que obligan continuamente a entrar y salir de
ellos. Las casas muestran una gran evolución: desde las más antiguas, sencillas
y primitivas, hasta auténticos caserones y villas palaciegas.
Ahora me dirijo
hacia la Alquería del Magistre donde en otros tiempos hubo una ermita y que hoy
alberga el museo de la horchata. Poco se puede ver de este imponente edificio
del que destaca la torre, ya hace tiempo superada en altura por las palmeras y
eucaliptos que decoran los alrededores. Tras la foto toca retroceder otra vez.
Muy cerca otra alquería reconvertida en hotel y al fondo la impresionante
estructura del “palacio medieval” de Port Saplaya con sus torreones y almenas
para defenderse del campo, no vaya a ser que la huerta le gane terreno al hormigón.
Llego al cruce por el que venía y sigo recto, el camino sigue pasando entre
casas y alquerías rescatadas del tiempo y puestas en valor, adaptadas a las
nuevas necesidades de hoy en día pero conservando, la mayoría de ellas, una
estética y un aire a viejo, a caserón de la abuela, a esa nostalgia mágica que
por alguna razón nos hace sentirnos bien al tiempo que pensamos en viejos
fantasmas en el altillo. El camino desemboca en el barrio de Nolla.
Primero
encuentro el Palauet de Nolla. Los orígenes
del barrio de Nolla se remontan al 1860, cuando el industrial catalán Miquel
Nolla y Bruixet instaló una industria en la antigua Alquería de los
Frailes: Mosaicos Nolla. Actualmente, en
la antigua fábrica, se encuentra situada una industria dedicada a la producción
de elementos eléctricos. El edificio es una soberbia conjugación de arte y buen
gusto estético. Afortunadamente, y aunque el estado de conservación es
deplorable, no está tan mal como el palacete Giner-Cortina que visitaba hace
pocas semanas en Torrente. http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/09/riba-roja-vuelta-la-albufera.html
allí ya os dejo la historia de aquel palacete, aquí os dejo otro interesante
enlace que nos cuenta esta otra historia. http://mupart.uv.es/ajax/file/oid/171/fid/429/Recuperaci%C3%B3n%20del%20Palau%20de%20Nolla%20-%20Meliana.pdf
Unos metros más allá la roja fachada de la fábrica, impresionante arquitectura
más propia de un castillo que de una fábrica y que me evoca un flash del arco
del triunfo de Barcelona. Pasada la fábrica giro a la derecha para subir al
carril bici que se adentra en Meliana. Ya en el pueblo busco dirección al
barrio de Roca-Cuiper hasta llegar a la ermita del Crist. Un edificio de nueva
construcción, demasiado modernista para mi gusto en este tipo de templos en lo
que me atrae más la clásica, pequeña y vieja ermita, pero tiene que haber
gustos para todos. Pillo abierto de milagro y tengo que darme más prisa de la
que me gustaría para la visita pues el párroco quiere cerrar, así que tampoco
puedo buscar un mejor ángulo para la foto si es que lo hay. Cruzo todo el
pueblo de este a oeste hasta la ermita de la Virgen de la Misericordia. Parece
metida en la plaza con calzador.
La ermita, que es más grande que la plaza,
pero menos que los edificios que la rodean no solo parece, sino que está
desubicada, perdida entre un mar de hormigón que le resulta extraño y confuso,
es el desarrollo, el crecimiento. Las personas crecemos y morimos, esta
sociedad empeñada en un crecimiento desmesurado impulsa el crecimiento a toda
costa antes que un desarrollo sostenible… y al final morirá, aunque sea de
éxito. Un error de cálculo me lleva a meterme en la antigua carretera de
Barcelona, cruzar la vía y seguir unos metros hasta poder tomar la calle de
servicio junto a la carretera, cuando podría haber atajado por dentro del
pueblo hacia la estación del metro que es mi siguiente objetivo. Allí hay una
fachada de azulejos de extraordinaria factura.
La azulejera valenciana de
Bernardo Vidal. La cerámica no era algo muy interesante para un manisero hace
unos pocos años cuando todo a tu alrededor era cerámica y más cerámica, hemos
tenido que perder esa industria para apreciar su valor, tanto económico como
artístico y, en los últimos tiempos, sentimental.
Al otro lado de la calle hay
una casa, con preciosas balaustradas y con la fachada adornada de motivos
cerámicos, que es más bonita aún si cabe. El pequeño paseo ha merecido la pena
y me deja un poso de nostalgia y alegría ante el descubrimiento. Sigo el arco
de la vía hacia el cementerio. De allí al viejo camino de Bonrepos que me aleja
de casas de Bárcena y la carretera, prefiero ir por dentro de la huerta hasta
el cruce donde tendré que volver a esta pedanía de Valencia y donde encontraré
la ermita de La Virgen del Pilar.
Destaca de ella su pozo en la parte delantera
y su fachada que parece elevar elementos decorativos sin fin hacia el cielo. Me
adentro por la carretera hacia Bonrepos i Mirambell buscando otra ermita, la de
San Juan Bautista que no encontraré al confundirme y marcarla con un waipoint
donde no estaba, se quedará para otra ruta por la zona a no mucho tardar. Si
paso en cambio, antes de llegar al barranc del Carraixet, por una plaza y una
pequeña calle sin salida a su derecha, con viejas casas de pueblo en lamentable
estado de conservación y que pronto serán carne de demolición y nueva obra,
adosados a todo lujo y especulación inmobiliaria a pesar de la crisis? what
crisis? que dirían Supertramp, y que se preguntan unos pocos afortunados que no
sufren lo que estamos pasando algunos muchos más desafortunados que ellos.
Cruzo el barranco por un puente que desemboca en una rotonda con reloj solar de
precisión astronómica. El camino recto entra en Carpesa, otra de las pedanías
bajo el protectorado de la capital y enclavada en Els Poblats del Nord.
Tiene
también su ermita, la de Sant Roc, que se muestra entre los cipreses, estrecha
y alta con el color rojizo de los ladrillos. Tras verla desde la valla giro a
la izquierda y me adentro en el pueblo pasando frente a la iglesia y girando a
la derecha; sobre la carretera y tras cruzar el barranco giro a la izquierda
junto a una alquería con un bonito cuadro cerámico de Santa Ana.
Más viveros llenan
estas tierras de pequeñas adelfas que pronto esparcirán sus vívidos y
llamativos colores por doquier. Llego a una carretera, la cruzo y entro en
Borbotó, también pedanía de Valencia y también con ermita, o al menos restos de
ella.
Llego a la plaza de la iglesia, de colorida fachada y me paro a
sincronizar mi reloj con los dos relojes
solares, uno de ellos atrasa por lo que creo que se está quedando sin pila, el
otro marca la hora del de la rotonda, minuto más o menos, cosa que puede
deberse a la perspectiva. Sigo adelante y salgo del pueblo. Encuentro un paseo
peatonal a la derecha y lo sigo entre los campos pasando junto a una vieja
alquería donde el paseo se convierte en camino y llega a una carretera. Recto
llega hasta el cementerio y es allí donde voy, ya que es el mejor lugar para
observar la fachada de la alquería de Gasparó.
En su parte izquierda la torre
me observa con su cara de muñeco playmobil, imagino un saludo con sus
movimientos robóticos y no puedo reprimir una sonrisa al plantearme mentalmente
el eterno debate, airgamboys o madelman. Al lado derecho de la fachada se alzan los restos
de la espadaña. Poco más se puede ver de esta ermita, por lo que decido verla
de lejos y no acercarme hasta la propiedad privada. Aun así tengo que llegar
hasta la entrada del camino a la alquería, pero al llegar allí giro a la
izquierda, dejando el camino que sale a la derecha y que entra en Godella,
luego llegaré hasta la salida del pueblo a escasos metros de aquí, pero será
después de un paseo por Burjassot y Godella. El campo compite con la ciudad en
eso de levantar torres.
Cada uno usa sus armas en una batalla desigual ya
viciada desde su inicio. La alquería del Pi se hace notar en medio de la
huerta, entre cultivos de chufas, coles o alcachofas que dan sentido a esta
huerta.
Un edificio grandioso y precioso a caballo entre la arquitectura
tradicional y el minimalismo más vanguardista. Se hace notar pero no trunca la
estética de su entorno, la deforma y modifica pero no la rompe. Los altos
rascacielos de la nueva Valencia ya se dejan casi tocar al lado de Burjassot.
Me dirijo hacia el pueblo, hacia los palacetes de las afueras que
ya se ven entre la arboleda. De esta cabe destacar la imponente figura de la
Araucaria Excelsa, un árbol monumental de más de 32 metros de altura e inscrito
como árbol monumental en el catálogo de
la Comunitat Valenciana con el número 1954, está en el recinto de la Villa San
José, un esplendido palacete con elementos del modernismo valenciano. Junto a él otro palacete de similares
características: la Villa del Indiano (hort de Federico), ambos en precario
estado de conservación pero a tiempo de recuperarse, no como el Palauet del Empalme,
también en Burjassot y que es otro elemento casi perdido que pude ver en la
ruta que más abajo enlazo. El valor arquitectónico, histórico y turístico de
estos edificios supera en mucho el precio de su recuperación, pero aquí estamos
acostumbrados a dejar perder antes de recuperar, será que tenemos una vena de
ave fénix o será que una reforma integral deja mejores comisiones, sea lo que
sea lo primero es lamentar la pérdida y luego ya si acaso lo reformamos.
La Villa
San José tiene abierta la puerta del recinto, que no del palacio y puedo verlo
de cerca, admirar sus detalles y ornamentos decorativos y deleitarme en la
complejidad del trabajo.
La Villa del Indiano está cerrada pero también puedo
observar la sutileza de la decoración. Tras este baño de historia cruzo las
vías del metro y me adentro en el pueblo.
Quiero ver la llamativa iglesia de
San Juan de Ribera por lo que tengo que callejear un poco hacia el centro del
pueblo. Cabe destacar la dificultad de
engranar estilos tan diferentes en un lugar tan reducido con un resultado tan
efectivo. Luego vuelvo a cruzar las vías y me dirijo hacia la pinada del parque
de L’Eixereta, un fenomenal pulmón medioambiental del pueblo. Bajo su arboleda
encuentro un momento de tranquilidad para comer junto a uno de los estanques
con peces y descansar un poco las piernas. Tras la comida salgo del parque y
sigo la calle adelante, pasando por delante de la universidad católica, luego
viene el convento que lo rodearé hacia la derecha para llegar al camino de la
huerta que me dejará a escasos metros del desvío desde la alquería del Pí. Ahora
me interno en una calle bajo la pinada y llego hasta la plaza del convento.
La enorme
fachada plana se eleva asimétrica, angulosa y dura contra el cielo azul. El patio
del colegio junto al porticado conservatorio me permite una vista lateral de la
grandiosa nave. Es todo un monumental conjunto, entre la arboleda de la dehesa
y los edificios de carácter religioso con su fastuosidad y su recargada
apariencia, que merecen una visita y un momento de contemplación. Me adentro en
la calle mayor de Godella con casitas bajas a mano derecha que disfrutan de jardines privados con
vistas a la huerta. Un poco más adelante la imponente iglesia de San Bartolomé.
Sigo adelante y giro a la derecha en la siguiente calle. Esta baja hasta el
matadero y cruza la real acequia de Moncada. Hacia la derecha veo la torre de
la casa palau dels Boïl. Ahora sigo el camino que se adentra en la huerta hasta
otra pequeña torre en mitad de la huerta bajo el patio del colegio. No parece
tener vinculación con nada y solo su tejado azul parece estar intacto. Me sorprende
también una de las vallas más llamativas, curiosas y bonitas que he visto
nunca.
El trabajo es meticuloso y arduo y no me resisto a dejarlo pasar. El
laborioso trabajo con cañas modeladas para dar esta forma característica es
digno de la visita y la foto. Ahora sí que me ocupo de admirar la torre.
Una estilizada
obra que remata un octógono en la torre con cuatro figuras que representan las
cuatro estaciones. Vuelvo a entrar en el
pueblo y me acerco a la parte delantera de la torre.
La calle sigue y llega al
lateral de la fachada de la iglesia, subo las escaleras y paseo por la plaza y
el lateral para verla más en detalle. Sigo la calle mayor adelante hasta cruzar
otra vez la vía. Esta calle sube hasta la ermita pero hoy no llegaré hasta
ella, a mitad de calle giro a la izquierda y voy buscando el conocido camino que
pasa por detrás de canal 9 y se adentra en Valterna, feria de muestras y
Paterna. De allí al carril bici hacia La Cañada y luego el bosque de la
Vallesa. Todo este camino lo recorrí hace pocas semanas en la ruta: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/07/riba-roja-beniferri-burjassot-godella.html
y sin nada que destacar no me extenderé
en la explicación del camino que para eso está el mapa y el GPS. En el P.I. de
Fuente del Jarro paso frente a la fábrica que se quemó hace unos días y que
deja ver las vigas de hierro retorcidas por la virulencia de las llamas. Es pavoroso
pensar en la fuerza del fuego. Llego a casa a buen ritmo por el río, intentando
mejorar un poco la media que ha sido irrisoria y de paso hacer un poco de
ejercicio.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=5535378
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