La ruta estaba diseñada hacía ya algún tiempo. Pero por una
razón u otra la había ido aplazando hasta que la fatalidad ha querido que, hace
un par de semanas, el desastre ecológico del incendio de Andilla hiciera mella
en este bello paisaje a caballo entre la Serranía y la serra Calderona. Lo veré casi de
refilón, a pesar de que el incendio llegó hasta aquí arriba, pero el grueso del
fuego se perdió en la distancia y solo veré la punta del iceberg. Solo con eso
ya dan ganas de llorar, así que me he dedicado a disfrutar más a fondo los
paisajes arbolados que he ido encontrando, quizá sea la última vez que los veo
así, ojala que no. Pero vamos al relato.
El tiempo para hoy daba sol y calor para esta tarde, que
novedad. Lo que no decía con mucha contundencia, casi con ninguna, es que esta
mañana amanecería nublado, tanto que mientras desayuno caen un par de gotas.
Así que me pongo en marcha a las 9 de la mañana con las nubes cubriendo el azul
del cielo, hoy no se si es azul esmeralda o verde turquesa. Casi en la primera
pedalada la ruta ya pica hacia arriba, la subida de Saletas se muestra
pasmosamente tranquila, como si me esperara después de tanto tiempo sin subirla.
A la izquierda, la cumbre del pico Remedio se asoma entre la calima y las nubes
como algo ilusorio, un espejismo que invita a visitarlo. La suave pendiente se
mantiene hasta el depósito de agua del pueblo, allí “Perico” toca su música de
asalto y allá que se me viene encima una rampa del 12%. La primera en la
frente. No por esperada se suaviza el brutal contraste que sienten las piernas
al afrontar este coloso. Un par de curvas después llego a la fuente de la Losa y paro a llenar de agua
la camel que traía vacía para aligerar peso al menos por unos metros. El paraje
es precioso e invita a un pequeño relax, pero no hay tiempo para ello. Me pongo
en marcha oliéndome los peores momentos de la subida.
En la siguiente curva ya
llega la señal del 16%, perece increíble pero sigo subiendo como cada vez que
he pasado por aquí. Llego arriba hasta la compostadora y tomo el camino de la
izquierda que sigue subiendo; también se ha terminado el asfalto y el camino de
tierra toma el relevo. Este tramo no es tan brutal como la rampa asfaltada, aun
así no te deja que te duermas, pero el camino biker siempre es más entretenido
que el negro asfalto. Otros 5
Km . de subida me llevan hasta casi los mil metros de
altitud.
Las panorámicas desde aquí arriba son indescriptibles, aunque hoy, con
la calima tan cerrada, apenas se muestran. Sigo el camino de Chelva por Mas del
Herrero, dejando a mi derecha el alto del pico Castellano.
Inicio la bajada
disfrutando de la enorme pinada que se aglomera en la parte norte de esta
montaña. Llego a las lagunas de las canteras y descubro que el camión que
estaba criando óxido en esta cantera ha desaparecido, es lo que tiene la crisis
y la chatarra, al menos sirve para limpiar un poco la basura que se acumula por
los montes, ya que no lo hacen ni los forestales, ni la policía local ni el
seprona, incluso habiéndoselo indicado con coordenadas GPS en un correo
electrónico: que ya se lo comunicarán al departamento correspondiente, y ahí se
quedará la cosa, ya me lo veo venir.
Tras las canteras, otra subidita y llego
al camino por el que volveré esta tarde. Ahora lo dejo a mi derecha e inicio un
suave descenso que truncaré para tomar a la izquierda, el camino de fuente
Madrid y los corrales de los Arcipreses. La fuente no la llegaré a ver. En su
lugar llego hasta el confín de la
Hoya de Antaño, pues aquí, a mi izquierda ya empieza la
montaña. Hacia la derecha una inmensa hoya entre montañas, un valle que en
otros tiempos estaría plantado;ahora apenas se cultiva nada, la rala
vegetación es el pasto de un rebaño de cabras que ahora aguardan en la vieja
casa.
Bajo hacia una pequeña rambla y giro a la derecha subiendo hacia las
casas de Hoya de Antaño. Un par de enormes mastines me indican su presencia
desde lejos, ladrando con desgana pero dejando ver su imponente presencia, así
que la parada programada bajo los grandes pinos para almorzar, la aplazo hasta
llegar arriba de la montaña. No es que les tenga miedo, pero no parece buena
idea almorzar allí y no darles nada a los perrunos anfitriones para almorzar,
no sea que se ceben en mis canillas y no pueda subir después la montaña. Mi
vista se centra en los gigantes dormidos que presiden la montaña.
Por encima de
los pinos replantados, en alineación militar, los molinos siguen tan parados
como lo estaban hace dos semanas cuando hice la ruta: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2012/07/aras-aldeas-de-alpuente.html
Aquí seguimos sin pagar el viento, o la luz que mueve los motores de los
molinos, una de dos… o las dos, que ya que estamos: para qué vamos a quitar unas
esculturas de aviones en el absurdo aeropuerto de Castellón, si podemos
recortarles prestaciones a los parados o cobrar por las recetas, etc.
Inicio la subida. La rampa no supera, de media, el 7%, pero
el estado del firme es tan intransitable que me obliga un par de veces a echar
pie a tierra.
Recuerdo que el IBP, esa enorme herramienta que utilizamos para
valorar la dureza de una ruta, no tiene en cuenta el estado del firme. Se basa
en que la mayoría de bikers considera inapreciable el estado del firme para
valorar la dureza de una ruta… pues no se que puede haber más determinante.
Aparte de rachas de viento por encima de 30 Km ./h. Acabo
de subir 10 Km .
a una media del 10% sin despeinarme, cosa bastante fácil para mí, lo de no
despeinarme digo, y llevo menos de 2Km. sin superar el 7% y ya estoy
maldiciendo los put… pedruscos del camino, y lo que me queda hasta arriba. Pero
está clara la dificultad de poner nota al estado del firme: lo que unos
consideran una trialera otros lo
consideran una senda y otros pensamos que es un tramo técnico, y otros ni si
quiera se atreven a bajar por él. En fin. Dándole vueltas a la idea sigo
subiendo por este pedregal que era la parte más temida de la ruta conocida, no
me equivocaba, y no ha cambiado desde que la subí hace ya algún tiempo. A falta
de 20 metros
para llegar arriba se pone en marcha el primer molino, luego, poco a poco, se
ponen en marcha los demás. Como si supieran que los iba a poner a caldo, cosa
que seguro que se la trae al pairo, pero en fin, cosa de poder taparme la boca.
Me paro junto a la caseta de las antenas para almorzar protegido del viento, ya
que la sudada y las nubes hacen que el viento sea fresquito. El pico Ropé, al
otro lado del Turia no es visible debido a la bruma. Así está el día. Bendigo las
nubes que tapan el sol y que me han permitido llegar hasta aquí arriba sin
padecer los rigores de san Lorenzo del 16 de julio. Conforme acabo de almorzar
las nubes se van dispersando y abriendo para mostrar el azul del cielo que por
fin sí que está allí. Es un azul celeste claro y límpido. Pero algunas nubes
obstinadas siguen interponiéndose entre el sol y mi agradecida piel.
Me pongo otra vez en marcha subiendo y tomando el camino de
la derecha, este me lleva hasta los molinos del norte y tras llegar al más alto
de ellos y ver las obras para la colocación de nuevos molinos, bajo hasta la
carretera, giro a la izquierda y sigo en descenso hacia La Yesa por la CV 345. Llego a una curva donde
la carretera hace un giro pronunciado a la izquierda, de frente otra carretera
asfaltada se dirige hacia La
Pobleta y Andilla, y a la derecha un camino que indica a
fuente Canaleta. Tomo esta camino de tierra que pronto empieza a subir, llego
al depósito de incendios y poco después veo la fuente, o al menos el abrevadero,
a mi derecha. Me incorporo al camino que viene de allí junto a un muro de
piedra y giro a la izquierda. Enseguida una casa en ruinas junto a un cruce de
caminos. A la derecha el camino que sube hasta la cruz de Higueruelas. Allá que
voy. El camino empieza a picar con más contundencia hacia arriba por un firme
bacheado y rugoso, pero nada que ver con la subida de los molinos de Peñas de
Dios II. La curva que hace el camino parece alejarme más que acercarme a mi
objetivo. Aunque a base de pedaladas iré acortando la distancia.
El camino
llega hasta la base de la montaña que alberga la cruz y V.G. El último tramo lo
hago a pie cargado con la bici, por una senda de piedras pero perfectamente
distinguible. Por fin he subido al alto de las Peñas de Dios. Arriba las vistas
son magníficas. A los pies de la montaña, un poco alejado hacia el sur,
Higueruelas es una mancha en medio de los cuadriculados campos de cultivo en
medio de la llanura. Sobresalen, aquí y allá, o sea, por todos lados, la
multitud de canteras que se comen las montañas poco a poco, de forma más lenta
que los incendios pero a la vez más despiadada. Herida abiertas en la piel de
la tierra que supuran su roja riqueza mineral. La calima cubre el horizonte y
me impide ver todos los lugares conocidos y por tanto me dificulta orientarme a
golpe de montañas.
A mi izquierda la cumbre del Cerro Simón, mi próximo
objetivo, me espera soterrada bajo las espadas móviles de las aspas de los
molinos, que junto con los anteriores ya han comenzado a moverse. Inicio el
descenso hasta aquella ruina junto a la fuente de la Canaleta. Allí tomo
a la derecha para acercarme al corral de Serrano, una aldea abandonada rematada
con un horroroso corral que desvirtúa la solemnidad de las ruinosas y antiguas
piedras, allí tomo una pista forestal a la derecha que sube hacia el cerro
Simón. Es curioso, e incluso ahora, fuera de lugar, el cartel que indica la
alineación de 7 depósitos contra incendios. Quizá, como los molinos de viento,
estaban apagados, digo… secos. El valle que me separa de la mole de La Salada , alberga el
nacimiento de multitud de barrancos, entre ellos el río o rambla Andilla que
luego se transformará en la conocida rambla de Artaj para desembocar en el
Turia. El valle crece a mi izquierda y tras él se levanta la mole de la Salada con la base militar
coronando la montaña. Andilla queda a los pies de esta montaña. La negra estela
del avance del fuego se puede leer desde el mismo pueblo en todas direcciones.
En las montañas del fondo, los caminos blanquean con su línea de tierra, la
negra lámina de muerte-destrucción que asola el paisaje. Aquel camino que
subimos desde Oset por el Puntalico, aquel enorme bosque que admiramos con
reverencia y devoción, es hoy una negra sombra de cenizas y apagado color. El
olor a ceniza y quemado es penetrante con cada ráfaga de viento. Me escuecen
los ojos y no es por el olor ni por la ceniza, o sí. Me lloran los ojos para
liberar la rabia del alma que grita de frenética impotencia y se une a la de
los habitantes de estas tierras, que ven su paisaje, su presente y su futuro
calcinados por unos inapropiados planes de extinción de incendios y por la
incompetencia de quienes deberían ponerlos en marcha. Conforme voy subiendo y
tomando altura la magnitud del desastre se acentúa y crece. No digo que un
desastre así se pueda prevenir, aunque se pueden tomar medidas para
amortiguarlo, pero sí que se podría, se tendría, que atajar antes de permitir
que llegara a tomar estas proporciones. Sigo pensando que los medios aéreos se
pueden desplazar desde cualquier punto en menos de dos horas para atajar algo
antes de que se vaya de las manos.
La subida es tendida y el firme está en perfectas
condiciones. La caseta de vigilancia forestal se yergue en la cima de la
montaña. La vigilancia del incendio forestal se haría de primera mano pues el
fuego llegó hasta el borde de la misma casa. Llego a un cruce de caminos y sigo
el de la izquierda para subir a la cumbre. Allí arriba la caseta y el V.G. Los
pinos calcinados están en la orilla del camino.
En un monte hacia el sur-este,
junto a dos molinos se ve la virulencia del fuego en el arrasado paisaje que ha
dejado a su paso. La devastación es sobrecogedora. Pero el monte al otro lado
de Andilla es indescriptible. Es un horror dantesco. A estas horas el sol ya
empieza a pegar de lleno, además no hay nada más que ver aquí arriba, pues
cuanto más veo más de mal humor me pongo. Me dejo caer para llegar al cruce que
tomo a la izquierda en bajada.
Paso junto a aquellos molinos que veía desde
arriba y compruebo la desoladora impresión que tenía desde lejos. Sigo bajando,
a la derecha y la bajada se hace rápida y divertida. El camino no es lo mismo
que subía por el otro lado pero no tiene dificultad.
Bajo por una pista, entre la pinada que
intenta disimular el horror que esconde la otra vertiente de la montaña. Abajo
hago una pequeña excursión entre los campos de cultivos, principalmente
almendros, de la zona, antes de entrar a Higueruelas por la cantera de caolín
que ya conocí en la ruta de Alcublas. La fuente del Olmo me recibe con su
arboleda y frescor. Tengo previsto comer en la fuente del Ladrón, así que salgo
del pueblo en dirección sur-oeste con vistas a la montaña de la cruz.
Bajo
hacia la zona de acampada y fuente y paro en aquel remanso de tranquilidad.
Tras la comida lleno la camel y me pongo protección solar, que la voy a
necesitar. Continúo el camino en bajada junto al barranco esperando ver el
desvío a la derecha que me meta en la montaña. La subida no se hace esperar y
me pone mirando hacia arriba de forma contundente por el camino del Solito, a
mi izquierda dejo el camino que sigue hacia Villar del Arzobispo.
Salvo alguna
rampa fuera de lugar, el desnivel es continuo pero moderado. La pinada me da
sombra y atenúa la fuerza del sol a primera hora de la tarde. La rambla de la Salceda se acaba y con el camino
y llego hasta el conocido camino de Calles a Higueruelas, he cerrado otro
circulo por las montañas valencianas. Esas montañas olvidadas y despreciadas
por los políticos que no hacen nada por cuidarlas y protegerlas. Esas mismas
montañas que nos proporcionan el poco aire limpio que respiramos. Esas montañas
que en otros tiempos nos abastecieron de leña y de hielo, de agua y de
medicinas en las viejas boticas. En este país parece que las únicas montañas
que cuentan son los Pirineos, y porque hacen frontera con Francia, que ya es
Europa. Pues aquí también tenemos nuestros pequeños tesoros, nuestros rincones
únicos, nuestros pequeños y bravos ríos. No es preciso compararnos con los
Pirineos, pues ni podemos ni queremos. Pero salir a disfrutar de nuestras
montañas es una recompensa incalculable, un tesoro para nuestras almas y
nuestro bienestar.
Giro a la izquierda e inicio una pequeña bajada que pasa por
las canteras y me ofrece otra visión, otra luz de estas pequeñas charcas. Sigo
bajando hasta el desvío de Mas del Herrero que dejo a la derecha y allí mismo
inicio la última subida del día. Las pilas ya están bajo mínimos y el sol
castiga más la mente que el cuerpo, y cada pedalada parece una losa que cargar
en esta última subida.
Me apoyo, visualmente, en la pinada que cubre la falda
norte del Castellano. Paso aquel letrero inverosímil que indica fuente del
Ciruelejo, inverosímil porque la fuente no está indicada en ningún otro sitio excepto
este letrero en mitad de este camino (y aquel otro diez Km. antes, abajo en el
pueblo de Calles) y, por lo tanto, es inexistente a no ser para un zahorí.
Parece, mejor dicho es, una broma de muy mal gusto. Poco después llego a la
cima. Esta cima en la que he almorzado alguna vez y que deja la subida al cerro
Castellano a mi izquierda, y unas vistas extraordinarias del valle hacia el pico
del Remedio a mi derecha.
Comienzo la bajada. A la derecha el camino del
Castellano, sigo recto y remonto un pequeño repecho casi con la inercia de la
bajada. Y ahora sí que es todo para abajo. 9 Km . de tremenda bajada que no había hecho
nunca desde aquí arriba. Conozco el camino, el firme, las curvas, la gravilla,
las pequeñas trampas de arena que hay. Solo un imprevisto me puede dar algún
susto. Así que, con todos estos conocimientos me pongo en posición
aerodinámica, suelto suspensiones, compruebo las calas… y me lanzo al abismo,
que es lo que parece desde aquí arriba. Cojo velocidad de forma inmediata, toco
freno para corregir la trazada antes de las curvas y no encontrarme con una
derrapada que me descompense en mitad de la inclinada. La velocidad media de la
ruta sube décima a décima. Los frenos sisean ante los contundentes y leves
toques para controlar el avance descontrolado de la bici que no quiere cortapisas
en su loco descenso. Menos mal que estoy yo para poner un poco de cabeza a esta
bendita locura. La euforia y los golpes de adrenalina son tan brutales que
difícilmente puedo retener el avance de la bici y casi me olvido de frenar,
dejando rienda suelta a las enloquecidas ruedas. Soy casi como un mal padre que
le consiente todo a su malcriado hijo. Pero no, la responsabilidad me obliga a
seguir dando esos cortos toques de freno que me permiten la trazada que yo
quiero al cambiar de rodera y pasar entre los montones de grava que se hacen en
la mediana del camino. Antes de lo que pensaba estoy junto a la compostadora y
se acaba el camino de tierra, llega el asfalto. La velocidad se duplica y la
sonrisa ya es imposible quitármela de la cara. Está cincelada en mi alma. Curva
a curva las frenadas se hacen más contundentes y las aceleraciones más bruscas,
y así llego hasta el depósito de agua y en la siguiente curva al final de la
bajada. Un “hiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiihaaaaaaaaaaaaa” sale de mi boca mientras doy pedales
en lo que queda de bajada hasta el pueblo. En la recta pedalearé a casi 60 por
hora presa de tanta euforia y regocijo. No solo por la bajada, sino por la ruta
memorable que he tenido el privilegio de rodar.
Track de la ruta:http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=3101796
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