miércoles, 29 de octubre de 2014

El Oro-Aldeas (de Cortes y Requena)


Había llegado el momento de cerrar esta serie de rutas por la zona. Aquí completaba las 6 rutas que me había marcado dentro del cuadrado: N-3 al norte, Yátova al este, río Júcar al sur, N-330 al oeste. Las 5 rutas que enlazo a continuación mas esta de hoy podrían cerrar ese cuadrado, pero conforme más ahondo en la zona más atractivos encuentro para seguir adentrándome en ella y seguir conociendo rincones exquisitos.  
Voy en coche hasta la aldea del Oro, un núcleo de población perteneciente a Cortes de Pallás. Aparco junto al lavadero que queda justo en la calle de abajo pero a la vista, será mi último destino de la ruta. Ahora, ya sobre la bici, me adentro en el pueblo hasta la ermita de San Roque. 

Sencilla construcción que no ofrece ninguna interesante singularidad, retrocedo hasta el coche, sigo adelante, paso junto a la fuente de San Roque y llego a la carretera. Justo enfrente la carreterita que voy a tomar hacia Venta Gaeta. Fuerte subida de inicio que me hace replantearme otra vez la manga larga que me había puesto de inicio, pero tras la primera curva decido parar y ponerme de corto, el esfuerzo me dará más calor del que necesito. Este tramo de carretera sin coches presenta algunas rampas interesantes, aunque nada que sea excesivamente duro, lo suficiente para quitar el fresquito. Enlazo con la carretera que viene desde Buñol hacia Venta Gaeta, que tampoco presenta tráfico, y giro a la izquierda. El asfalto permite un rodar rápido y limpio pero aburrido. Por suerte esta parte del camino, excepto la primera subida, no se ve afectada por los incendios y presenta un bosque de pinares adultos y nutridos. Tampoco se ve muy afectado por la plaga de Tomicus que está matando Les Rodanes. Llego sin más a la aldea de Venta Gaeta, que también pertenece a Cortes. 

A la entrada una amplia zona arbolada donde se mantiene el pequeño lavadero en completo desuso. Unos metros más allá la iglesia de San Vicente Mártir en el lugar donde antes estuvo la ermita. Otro edificio muy sencillo pero es que poco más puede ofrecer esta pequeña pedanía. Callejeo hasta salir otra vez a la carretera con el Pico Ñoño al norte ocupando toda la visual. Poco después llego a la pedanía de Los Herreros, también perteneciente a Cortes. Esta es tan pequeña que ni siquiera tiene ermita o iglesia, sí tiene, como grata sorpresa, un pequeño lavadero justo detrás de la fuente con mosaico cerámico. Continúo por el asfalto hasta llegar a Viñuelas, otra de las aldeas de Cortes. No sé si tiene o no algo que ofrecer pues antes de entrar al pueblo un perro se me abalanzó con bastantes malos modos y no pude desviar la mirada del camino por si se enfadaba más el chucho. Así que pase por allí casi como un fantasma: a nadie vi, nadie me vio, solo un perro que pasaba que me olió y me ladró. Superado el sustillo salgo del pueblo por un camino de tierra que me hace recordar el deporte que practico. Solo serán unos pocos Km. de tierra pero serán bien recibidos. El camino se enreda en las laderas bajas de los contrafuertes del oeste de la sierra Martés. 

Se adentra en el pequeño bosque que queda en esta zona y se enrevesa en un laberinto de giros y cambios de dirección para evitar otros caminos de propiedad privada. Se nota que vuelvo a estar en el término municipal de Requena. Este problema de bosques vallados, fincas de uso cinegético, caminos privados, etc. etc. es una constante en este municipio, no sé si legal o no, pero constante. Por fortuna esta vez no tengo que dar marcha atrás o atravesar ningún coto de caza, esta vez tengo un camino que seguir y es bueno. Llego a una buena bajada que parece recién labrada, la tierra removida y suelta, roja y más compacta de lo que parece a simple vista, la humedad de la zona contribuye a ello y permite poder bajar sin descabalgarse de la bici. Llego a la rambla de Juan Vich, rambla que seguiré hasta los Pedrones, pero antes toca subir con el camino hacia la aldea de Fuen Vich, un par de casas apartadas del grupo principal de la aldea que no tiene nombre. Tal vez sea Fuen Vich o tal vez haya tomado el nombre del caserío y la rambla de Juan Vich. Llego a ella, unos metros más allá, por la carretera que allí empieza y me lleva a este poblado, algo más grande y al que accedo junto a un campo de futbol y junto a una curva de 180 grados de la carretera. Paseo entre sus casas para tomar una calle a la derecha en la plaza, esta calle desemboca en bajada en un camino de tierra, allí a la izquierda y sigo bajando hasta la rambla. El paisaje aquí contrasta con todo lo visto hasta ahora. 

Los chopos amarillean junto a una pequeña corriente y las hojas caídas tapizan con mil tonos de ocres el camino y de oro la ribera de la rambla; incluso la propia corriente a veces se para ante el estancamiento de tantas hojas para disfrutar de este paisaje. Los tacos de las ruedas se aferran a hojas húmedas que se pegan a las gomas y me acompañan unos metros, sustituidas rápidamente por otras que me guiarán unos pocos metros más. El espectáculo de color y aromas, de silencio y de sonidos amortiguados, lejanos, lentos y triviales es todo un bálsamo para quien se quiera sumergir en este pequeño recorrido junto al barranco. A punto de salir a la carretera un camino a la izquierda indica a Los Pedrones o Casas de Sotos, no recuerdo con claridad, pero este camino también llega hasta donde voy. En cambio elijo tomar la carretera ya que no tiene tráfico y evito un pequeño rodeo. Al final el rodeo no me lo ahorro porque me paso el camino a la izquierda que tenía que tomar y sigo por la carretera. A la vista de la N- 330 caigo en el error y retrocedo para tomar el camino y evitarme la nacional. Giro a la derecha en el camino que se vuelve a pegar a la rambla y así llego a Los Pedrones. Aldea, igual que Fuen Vich y Casas de Sotos que visitaré después, perteneciente a Requena. 

En la primera calle a la derecha encuentro el lavadero, pequeño y coqueto, más por la cuadrada pila llena de agua que por otra cosa, se encuentra junto a una fuente de tres caños con un retablo cerámico de la virgen. De allí subo hasta la ermita, visible entre los árboles que cubren la ladera de la montaña, no hay pérdida para llegar hasta allí. 

Tomo asiento entre sol y sombra junto a la blanca pared lateral que me cobijará de la escasa brisa que a veces se cuela entre los pinos. Almuerzo pensando que no es normal que a finales de octubre aún esté pedaleando en manga corta por estas sierras de Requena, y encima buscando sombra para almorzar. El bocata de jamón con tomatito y ajo, y la cerveza aún fresquita hacen maravillas para subirle a uno las ganas de echarse una siesta, pero la segunda parte de la ruta espera y la última subida hacia el coche también. Me pongo en marcha siguiendo las indicaciones de “treki” hacia la carretera de Casas de Sotos. Giro sobre ella a la izquierda y transito viendo los espectaculares paisajes que ofrecen las viñas tiñéndose poco a poco de púrpura entre amarillos y verdes. 

Lástima que el sol de frente no me permita captar con más detalle los fantásticos paisajes. Sigo para llegar a Casas de Sotos. Pequeña aldea que atraviesa esta carretera y que casi sin salir de ella me permite ver la ermita de San Isidro, de propiedad particular según cuenta mi amigo Vicente en su blog: http://www.ermitascomunidadvalenciana.com/vrureq5.htm , hoy voy a visitar algunas de las que él menciona en su obra. Poco después enlazo con la carretera de Cortes de Pallás, giro a la izquierda y poco después tomo otra carretera a la derecha que llega hasta la aldea de La Cabezuela, otra vez en término de Cortes. Adentrándome en la calle principal paso junto a la ermita de la Sagrada Familia. Siguiendo la calle adelante llego a un muro con vistas sobre el profundo barranco que forma la rambla Pampanera, que luego desembocará en la de Ripia dando lugar a las hermosas charcas del Ral; una serie de piscinas naturales que medio se dejan ver, o más bien intuir desde la carretera y por las que tendré que hacer una ruta senderista para conocer en detalle, pero eso ya vendrá. 

Visto el nacimiento del barranco retrocedo y junto a la ermita a la derecha, así salgo del poblado y continúo hasta el siguiente cruce que tomo a la izquierda con espectaculares vistas de la sierra Martés y el pico Ñoño al frente. Volveré a enlazar con la carretera, derecha y sigo el asfalto hasta Castilblanques. Antes de entrar al pueblo un cruce de caminos. Por la derecha se evita entrar a la pedanía, por la izquierda se pasa frente a la ermita que está allí a pie de carretera junto a una pequeña y coqueta pinada. 

Un bonito edificio que tiene toda la pinta de ser una casa y que solo da señales de lo contrario la campana en uno de los ventanales del campanario. Me adentro en el poblado, lo cruzo y tomo la última calle a la derecha para enlazar con la carretera que, por la derecha, salva el pueblo. A mi izquierda el profundo cortado de la rambla de Ripia; tras ella la muela del Albéitar que es la que tengo que rodear, ahora por el sur, para subir hasta El Oro. 

Qué bonito sería ir en línea recta, casi a la misma altitud que estoy ahora hasta el final de la ruta. Pero me perdería todo lo que aún tengo que ver, sufrir y disfrutar… y pensar, que el tiempo encima de la bici es una terapia de choque, un rumiar de pensamientos y recuerdos, un retorcer y estrujar el coco para que busque soluciones, acepte situaciones, corrija errores o lo mande todo a paseo entre tanto amasijo de escombros como encuentra a veces dentro de la cabeza. A veces la bici también sirve para olvidar, para olvidar que el resto del mundo existe, solo estás tú con tus problemas inmediatos, que es encontrar el camino, superar la cuesta y no estamparte en una de esas bajadas tremendas que a veces el mundo nos regala. Hay momentos, que cuando te quieres rendir la bici te empuja, y ese empujón te sirve para encontrar el hilo de los pensamientos que habías desechado… y vuelta a empezar.
Pedaleo en este altiplano que se acerca a la bajada que no acabo de encontrar tan pronunciada como esperaba y, se intercala con pequeños repechos o con cuestas largas y duras, que me hacen no entender qué está pasando. La subida más dura la encontraré una vez pasado el vado sobre la rambla, con lo que ahora esta quedará a mi derecha. Un tramo de subida exigente y más largo de lo que intuía. Y justo cuando empieza otra vez la bajada, un ruido a mi izquierda me hace volver la mirada para encontrar un ciervo que cruzará veloz la carretera y se adentrará en algún lugar conocido por él por los acantilados que bajan hasta el fondo del valle. Tendré el tiempo justo de parar y asomarme al cortado para oír una piedra caer rodando metros y metros entre golpes sordos y rebotes para comenzar otra vez. Al bicho ni verlo, pero la satisfacción ya me la llevo otra vez a casa. El “treki” me advierte que por aquí están las pozas, y efectivamente, con un poco de suerte puedo verlas allá abajo, casi mimetizadas por la luz con los pinos del fondo del barranco. Luego veré un camino que baja hacia allí y que supongo será la ruta senderista que quiero hacer. 

Sigo por el tobogán que es esta carretera y poco después comenzaré a tener vistas sobre el embalse de cortes, del castillo de Chirel, de la muela de Cortes, del alto del Francho, de la “V” que hace el barranco de la Zangarriana, del puntal frente al castillo al otro lado del río Júcar ya embalsado, de… El espectáculo visual es increíble, tan inacabable que no podré almacenar más emociones ni más pixeles en mi memoria. Así que tras unas fotos sigo adelante, pero el paisaje me obligará a parar algunas veces más para saciarme del intenso color azul del embalse atrapado entre árboles y montañas. 

Otra vez la luz del sol me juega una mala pasada y las fotos no son, ni de lejos, un fiel reflejo de la espectacularidad del paisaje. Enlazo con la carretera de Cortes y comienza la subida, que en honor a la verdad tampoco es tanta subida como yo esperaba y a la que le tenía un reverencial respeto por estar al final de la ruta y por venir después de dos intensas semanas de pedaleo y rutas senderistas. Los poco más de 6Km. de carretera se suben rápido ya que también tiene toboganes y algunas bajadas, pero lo que más llama la atención es ver cómo el fuego se cebó en la parte derecha de la carretera, respetando casi por completo el lado izquierdo. Eso no será así ya arriba junto a El Oro. El poblado se vio rodeado por el fuego y tan solo algunos árboles muy cercanos al pueblo se salvaron. Ya en el pueblo visito el lavadero para hacer pleno de las anotaciones que tenía pendientes de visitar, me he llevado alguna más que no tenía prevista, así que eso que me he ganado. Otra espectacular ruta que recordar.


Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8341584

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