La
semana de las amapolas. Tras el increíble Finde Biker con Roda i Pedal, hoy me
tocaba una ruta en solitario. Las piernas aún guardaban algunas sensaciones de
la ruta del sábado subiendo al pico Calderón: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2013/06/puebla-de-san-miguel-pico-calderon-las.html
y las
retinas conservaban en la memoria "ram" las imágenes coloristas de
las amapolas con las que nos deleito todo el fin de semana el rincón de Ademúz.
Hoy no iba a ser menos y literalmente iba, en algunos tramos, a sumergirme en
la inenarrable realidad de ese rojo casi fosforescente. Vamos a pedalear.
La
ruta estaba prevista desde Hortunas como punto de partida y llegada, pero
teniendo el tren hasta Requena era más fácil y cómoda planificarla desde aquí,
así que cambié un poco el orden de los factores sin alterar demasiado el
producto, solo le añadía algunos Km. de más desde la estación hasta el puente
de Jalance sobre el río Magro, lugar al que llegaba la anterior planificación
de la ruta. La única pega de esta nueva planificación es acoplarte a los
horarios del tren y terminar la ruta, sí o sí antes de la salida del último
tren.
Así
que a las 06:00h. en pie, desayuno rápido y en coche a Loriguilla para coger el
tren de las 07:11h. que me deja en Requena minutos después de las 08:00h. El
sol aún no calienta todo lo que sería de esperar a estas horas, pero es lo que
tiene estar a 700 metros de altitud y con un vientecito juguetón en esta
primavera rara que no nos acaba, definitivamente, de llevar hacia el verano… todavía.
Así que de momento no me quito la manga larga que traía por si acaso. Salgo de
la estación y bajo recto por la avenida hacia la gasolinera y la rotonda de
Albacete. Antes de llegar a ella a la izquierda para buscar el paso de peatones
y cruzar la antigua N-III, y por la vía de servicio buscar la vieja carretera
de La Portera que pasa sobre el río Magro, por un nuevo puente junto al antiguo
puente de Jalance. Hay fotos por internet del puente cuando aún conservaba la
cruz y las bolas que adornaban el puente, con un caudaloso río fluyendo bajo él,
imagino que menos contaminado que en la actualidad.
Sin embargo el puente de
dos ojos aún sigue siendo una preciosa obra de cantería que admirar. Restaurado
en el siglo XVIII aunque su construcción es anterior al siglo XVI.
Pues
comienza de verdad la ruta. La parte urbana la dejaremos como calentamiento. Esta
carretera apenas tiene tráfico y de todas maneras la abandonaré, momentáneamente,
en pocos metros, por el segundo camino tras pasar la casa del Registrador a la
izquierda, para meterme de lleno en la parte de cultivos.
Las vides cubren
grandes extensiones de terreno y ondulan con los campos que le fueron ganados a
las montañas. Me acerco hacia la pinada para llegar al final del camino; este
acaba abruptamente en un campo de almendros a través del cual sigue la senda
que se adentra en la pinada. Dejando un pequeño barranco a la derecha, y la
carretera de La Portera un poco más allá, transito esta senda sin ninguna
dificultad para ir subiendo hacia el Collado de la Calera. Allí, girando a la
izquierda, enlazo con un camino ancho que parece que alguna vez estuviera
asfaltado; ahora le falta la piel negra, pero debajo están las piedras de
machaca que, compactadas y cubiertas de alquitrán, conformaban las carreteras
de antaño. Es un tramo de subida que me hace sudar profusamente. No es una
subida brutal ni mucho menos pero no se sube gratis. Esta subida la repetiré en
unas horas. Paso junto a la abandonada casa del Trillero y sigo subiendo para
llegar arriba de este collado. Giro a la derecha y luego a la izquierda, por el
camino principal en bajada, hacia una casa.
Una preciosa pinada y un camino
desdibujado se deja caer hacia el valle del río, sigo el camino haciendo un
pronunciado giro a la derecha para encontrar una cadena que corta el paso a
vehículos, luego entenderé el porqué. Paso por un lado y el camino pronto se
estropea. Me llaman la atención las múltiples semi construcciones de piedra que
asemejan parapetos, otras se amontonan formando pequeñas columnas, no les
encuentro otra finalidad más que la de pasar el rato y querer dejar, cada
caminante su impronta, su sello, su marca. En el tramo siguiente, el camino
desaparece y se convierte en senda aérea. Muy pegado al barranco y con una
inclinación lateral bastante pronunciada. Este tramo es imposible para los
coches, interpreto que de ahí la cadena.
Es inclinado incluso para la bici, por
lo que hay que extremar la precaución. Inmediatamente después de este tramo la
pendiente es tan pronunciada y con tanta piedra suelta que es imposible
ciclarla, por lo que tengo que echar pie a tierra para bajar con
seguridad. A estas alturas el profundo
cañón del río Magro ya se ha instalado a mi izquierda y me brinda, de cuando en
cuando, unas abrumadoras vistas de su grandiosidad.
Sigo bajando a pie, el poco
más de un Km. que me queda hasta el camino. Llego abajo, otra cadena y otra
señal. Lógico, no hay más que mirar hacia arriba para comprobar que es
imposible circular por ese pseudo camino.
Me incorporo al camino principal,
esto es una bikerpista forestal, que ahora hago hacia la izquierda en bajada.
Pronto llego a una puerta cerrada y una señal de prohibido el paso. A la
izquierda nace un camino que baja hacia la orilla del río. Bajo este tramo para
oír el rumor del agua entre la alta vegetación de ribera que oculta su paso. Si
aquí abajo hay algún camino es imposible encontrarlo, así que retrocedo viendo
con rabia cómo el camino que tenía marcado se escapa tras otra valla en la zona
de Requena. Este camino bajaba hacia el río para pasar por la casa de Teruel y
por el molino del Templado, y acompañar aguas abajo al río hacia Hortunas. Pero
como no es posible seguir el camino, echo mano de la ruta alternativa que me
hace remontar el camino principal y girar a la izquierda para bordear toda la
muela y bajar entre la pinada hacia la aldea. Una intrincada red de caminos
surca este espeso bosque por lo que he de ir muy atento a las indicaciones del
GPS. Aun así me cuesta más de una equivocación y vuelta atrás, aunque estos
intentos fallidos los he eliminado del track dejando este limpio, con el camino
bueno a seguir. Aun así, al final aún tomé un camino que finalmente desemboca
en una senda de pronunciada bajada.
Tan pronunciada que los frenos son
incapaces de hacerme bajar despacio y bajo arrastrando la rueda y provocando
desgaste en el terreno, así que me bajo de la bici para no degradar la senda y
sigo a pie los escasos metros que me separan del camino. Ya sobre él sigo
bajando para encarar la entrada a Hortunas donde giro a la izquierda y sigo el
camino del río para remontarlo tanto como pueda. Será más bien poco. Bajo una
enorme chopera el camino desaparece literalmente bajo la espesa vegetación y
los algodoncillos que se desprenden de los árboles. Sigo adelante por intuición,
guiándome más por lo que creo ver que por lo que realmente veo. Así llego a un terraplén
con vistas a una pequeña represa del río. Por aquí tendría que haber un puente
pero no hay ni rastro de él y el agua que veo tiene un color nada agradable, no
es un tramo que despierte ninguna pasión ni sentimiento poético como para
adentrarme en la densa vegetación que se alimenta de esas aguas.
Mi gozo en un
pozo y mis ganas de seguir el río por dentro del cañón, desvanecidas por una
valla y por la guarrería humana que contamina y ensucia este río sin que las
autoridades hagan nada al respecto. Retrocedo hacia el pueblo, antes de
almorzar voy a hacer la parte sur del río, entre Hortunas de Arriba y Hortunas
de Abajo, para ver si encuentro alguna fuente o lugar más placentero para hacer
el descanso del almuerzo. Salgo del pueblo cruzando la carretera y adentrándome
bajo otra enorme chopera. No es este un buen sitio para parar a comer por la
incesante lluvia de algodoncillos que cae incansable. Sigo adelante hacia lo
que el mapa indica como fuente Peñuela, ni señal, ni rastro, ni nada de nada,
al menos este paisaje es más agradable. A la derecha la montaña se convierte en
los primeros contrafuertes de la sierra Martés. Una increíble pinada cubre la
montaña a este lado de la sierra salvándose del devastador incendio del verano
del 2012. Continúo adelante para llegar hasta un camino que se adentra a la
derecha, hacia la montaña y que es el camino que pienso tomar en otra de las
rutas programadas por esta zona, pero eso ya llegará. A la izquierda un corral
de ganado se muestra en el mapa como Hortunas de Abajo; ni pueblo, ni aldea, ni
pedanía, solo 4 paredes y un reguero de bolitas negras allá por donde han
pasado las ovejas.
Junto a él el puente que cruza el río sobre unos tubos casi
a ras de la corriente, bajo una espesa chopera de la que sigue lloviendo
algodoncillo y nevando el suelo. Tras cruzar, tomo el camino que remonta el río
por su cara norte y desecho el camino que continúa hacia la carretera, a ella
me incorporaré más tarde. Este tramo de camino no tiene desperdicio. La
abundante vegetación acorrala al camino y lo cierra, lo invade en un estallido
de color sin precedentes. Rojos, amarillos, blancos, verdes, violetas, dorados…
El firme, apenas dibujado entre las flores, es una línea de tierra muda y
triste, sin color ni sabor ni nada que contar; ya lo dice todo la exuberancia floral
del entorno. Me vuelvo a sumergir en otro prado, como el domingo pasado en el
campo de amapolas, para disfrutar de este inigualable espectáculo que la
naturaleza más rural y más pura pone a mi disposición. Luego el camino se pierde
entre la vegetación que se adentra hacia una casa junto al río, esto me obliga
a subir a la carretera y volver hasta el pueblo, donde buscaré la ermita que he
visto al entrar y parare allí a almorzar. Lo hago acompañado del laborioso ir y
venir de las abejas que dibujan movimientos incomprensibles a mi alrededor con
su adormecedora, aunque algo preocupante, musicalidad.
Tras
el almuerzo compruebo que la fuente está seca, así que me dirijo hacia el
interior de la aldea buscando alguna otra fuente. La encuentro en la plaza
donde está el bar y el hogar del jubilado. En vista de que hasta ahora, ninguna
de las fuentes que aparecen en el mapa está sobre el terreno, no quiero
arriesgarme a quedarme sin agua. Repongo el peso que he ido sudando a lo largo
de la mañana y llego a la carretera, donde giro a la derecha hacia la vecina
aldea de La Portera. La carretera no tiene tráfico y, aunque el rodar es cómodo
y rápido, es tremendamente aburrido. Tras 3Km. por asfalto dejo este momentáneamente
y me interno a la derecha por un camino que se mete en el bosque. Luego deja el
bosque para internarse entre cultivos, primero vides y más tarde por un mar de
cereales ondulados por el viento, que día a día permutan su color del verde
pálido a la dorada espiga que finalmente será recolectada.
Voy moviéndome por
la cuadrícula de caminos que dibujan esta vasta extensión de terrenos de
cultivo en busca de la parte final de la carretera de esta mañana. La recorreré
ahora en sentido contrario, casi desde la N-330 hacia Requena. Serán poco más
de 3Km. en suave ascenso hasta llegar al camino-carretera que baja hacia el
puente de Jaboneros. Llego al camino, a la derecha y vuelvo a recorrer aquel
tramo de antes. Veo a mi izquierda la senda de esta mañana y empiezo la subida.
La casa a la izquierda, las piedras que surgen del camino, el sol que ahora ya
calienta lo suyo… y poco a poco llego arriba. Esta vez giro a la izquierda y
comienzo una rápida y divertida bajada. La velocidad salta rápidamente a las
ruedas que se ven arrastradas, sin mucha dificultad, a la diversión. El camino
hace un amplio giro a la izquierda y ante una curva de herradura sale un camino
a la derecha. Ahora, mirando el mapa, veo que llega hasta un mirador sobre el
valle del río allá por el puente. Las vistas deben de ser magníficas, pero ya
es tarde para que yo las disfrute. Sigo bajando rápidamente, apurando las
frenadas y notando los baches del camino y las piedras, las suspensiones
trabajando a tope y los frenos también. Este es su momento. Desemboco a una
recta al final de la cual hago un giro de 90º a la derecha desechado el camino
que sale recto.
Y ahí me encuentro con las curvas en zigzag de este
espectacular tramo del camino. Al frente las vistas sobre el cañón del río
Magro son espectaculares. Este amplio valle se cierra y encajona al río entre
paredes verticales de roca cubiertas de exuberante pinada. Bajo de mí el camino
serpentea bajando hasta lo más profundo del valle y allí se deja ver el puente,
con sus tres altivos ojos, junto a un prado pintado de amapolas y enmarcado por
una extraordinaria pinada.
A la izquierda el camino sube por el otro lado del
valle hacia la cima de la ruta de hoy, el Montote me espera. Ya sobre el puente,
el río se asoma entre la abundante vegetación de ribera que otra vez colorea un
fantástico paisaje que yo imaginaba seco y duro, nada más lejos de la realidad.
Por lo inesperado de este panorama Stendhal me golpea con abrumadora
satisfacción mientras …”voy cruzando el río…”
Me pongo otra vez en marcha,
ahora me toca subir, primero al nivel del cortado de la montaña, eso serán unos
3Km. casi al 10%. Durante la subida tendré ocasión de observar las cerradas
curvas que he bajado hace un momento en la otra ladera de la montaña. Sigo
regalándome con el colorido espectáculo de la vegetación, ahora aparecen
multitud de plantas con flores de color blanco. Y la pinada y los tomillos no
dejan de esparcir su aroma en el ambiente. También tengo ocasión de observar
algunos fenómenos geológicos como plegamientos de la roca y alguna cavidad.
Llego arriba a una bifurcación: a la derecha se indica la fuente de La Herrada
a 6 minutos, en bici es mucho más rápido. Me dejo caer hasta allí.
Es una
coqueta área de recreo con fuente mesas y paelleros, todo bajo una gran
arboleda que ayuda a refrescar el cálido ambiente. Y ahora me queda la última
subida del día. Otros 3Km. al 5% hacia la cima del Montote; evidentemente son
medias, me encontraré con alguna rampa más dura, sobre todo en el último tramo
de ascenso a la cumbre. Me lo tomo con calma y empiezo a subir por esta pista
ancha y en perfectas condiciones. Dejo atrás el camino por el que he subido y
sigo adelante. Llego a un corral habilitado como base para una dotación de
bomberos, es la casa de la Herrada del Gallego. Sigo adelante para encontrar a
mi derecha una valla que rodea una reserva de caza propiedad de la Gerenalitat
Valenciana. En las dos incursiones que he hecho por la zona esta valla no me ha
impedido pasar por ninguno de los caminos que tenía previstos, no así como otra
reserva de caza, esta no se a quien pertenece, en la zona del Reatillo, en
Chera. Sigo subiendo y me encuentro, un poco después, con un camino a la
izquierda que es por donde tengo que bajar, pero ahora sigo subiendo.
Llego a
la bifurcación donde encuentro una curiosa y llamativa señal: literalmente
grabada en piedra. Tomo el camino de la izquierda en suave bajada, tras una
curva sale, a la izquierda, el camino y subida final. No está en tan buenas
condiciones como este, y además el firme está bastante roto, por lo que me
obliga a tirar de potencia casi todo el rato. Nada insuperable pero que, tras
la larga subida, pone un punto de cansancio en las piernas y dispara las
pulsaciones. Arriba me recibe el vértice geodésico y las antenas. La lejana
bruma permite disfrutar de unas vistas bastante amplias, eso sí, les quita todo
el color que de otra manera realzaría el paisaje. Aun así veo las antenas del
Pintao y el infame pico Nevera (bueno, infame fue la subida, no la montaña) http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/05/rio-juanes-pico-nevera.html
A su derecha, muy tapado por la neblina, la
sierra del Ave, y más a la derecha, ésta más realzada, la sierra del Martés, de
la que hace un rato transitaba las estribaciones más bajas y más a la derecha
de la foto.
Hacia el noroeste Requena es una mancha que crece y crece en el
altiplano, en la meseta valenciana, entre vides y cereales, entre autovías y
trenes de alta velocidad, entre vino añejo y modernas bodegas, haciendo un
salto mortal hacia el futuro sin querer renunciar a su pasado. Eso es lo que
refleja la propia ciudad expandiéndose en barrios nuevos y rehabilitando la
parte vieja. Tras unas fotos y un rato de contemplación del paisaje me calo a
la bici para comenzar la bajada hacia el río, otra vez. Bajo de la cumbre,
remonto hasta el mojón de señalización, giro a la derecha y tomo velocidad por
la ancha pista que ahora baja. El camino sale a la derecha, casi de frente a mi
marcha y por él me meto.
Sigo bajando por un camino más estrecho y bacheado, con
la pinada a la derecha y un barranco a la izquierda que sigue paralelo al
camino. Bajo rápido, tan rápido que antes de poder frenar me meto en un tramo
muy bacheado que me obliga a coger con fuerza el manillar y buscar escapatorias
satisfactorias. Cuando puedo freno y decido bajar de la bici para hacer los
próximos metros con piedras en forma de escalón y con mucha piedra suelta. No
quiero arriesgar más de lo necesario y conveniente, y haciendo una ruta solo
por caminos solitarios, lo conveniente es nada. Está claro que no planeo una
ruta en la que no tenga que bajarme de la bici, pero es lo que tiene querer ir
a ciertos sitios que de no ser así no vería. Cuando puedo vuelvo a subir a la
bici para seguir bajando. Llego a un cruce de caminos: a la derecha es por
donde voy a bajar, pero eso será después de seguir recto hacia el mirador que
tengo marcado en el “Treki” tras la rampa bestial que veo allá al frente. Llego
hasta allí y subo andando, entre otras cosas por la cadena y la señal, que como
esta mañana, cortan el camino a la circulación. Paso por el lateral de la
cadena y llego hasta arriba. Allí encuentro un mirador espectacular, un balcón
al fondo del barranco por el que discurre, perezosamente entre los juncos, el
río Magro.
Unas fotos y regreso a la bifurcación que ahora tomo a la izquierda.
El camino es ciclable de momento, pero enseguida llego a un tramo de mucha
pendiente por el que las aguas pluviales han dejado su impronta en forma de
escalones y torrenteras. Tras este centenar de metros el camino vuelve a ser
ciclable y baja más tranquilo hacia el Molino de Atrafal. Llego junto al río,
junto a un sauce llorón que crece desde el río y se agarra a la orilla y al
puente que cruza. Una de estas casas debe ser el molino Atrafal, pero si es así
no me parece digna de mención. Lo que sí lo es, es el curso del río que se
interna entre el estrecho pasillo de montañas. En la otra orilla una senda
sigue su curso, pero me parece tan estrecha que no la voy a poder seguir encima
de la bici, y hoy ya no tengo ganas de andar más.
Así que me pongo nuevamente
sobre el camino principal y remonto el curso del río disfrutando del paisaje
que se me brinda. Otra vez las flores pintan los verdes prados que se alimentan
del río.
Otra vez el subidón de sensaciones al verme sumergido en todo un arcoíris
a ras del suelo. La pista está en perfectas condiciones y me lleva, disfrutando
de la floresta, hasta la ermita de San Blas. Allí un camino baja para cruzar el
río por otro puente de tubos sobre la corriente. Tras el puente el camino está
cortado por una puerta que entra a la finca San Blas. Bajo a hacer una foto del
puente y el río, pero el turbio color del agua me disuade de estar mucho tiempo
aquí.
Subo hasta la ermita y encuentro una sombra en su lateral, así que me
despojo de los trastos y saco el bocata y la cerveza para disfrutar de unos
minutos de tranquilidad que acompañarán a la breve siesta después de la comida.
Desde aquí la ruta ya está hecha, solo queda volver a la estación, pasando otra
vez por el puente de Javalambre disfrutando de su encanto.
Luego alargo un poco
la ruta por las calles de Requena finalizando en la plaza de toros a unas
manzanas de la estación, a la que llego con adelanto para evitar imprevistos de
última hora y no perder el tren.
El
relajante viaje de vuelta, el cabeceo del tren, el paso por el cañón del río
Buñol, el barranco de Carcalín y los túneles, serán el colofón final a esta
impactante ruta que deja muchas cosas que ver y un buen camino que disfrutar.
La próxima semana se avecinan tres rutas por la Alcarria y el Alto Tajo, pronto
estarán en esta bitácora.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=4700502
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