martes, 4 de septiembre de 2012

Requena-Riba Roja



Esta etapa forma parte de la trilogía Calles-Requena-Riba Roja. El año pasado realicé el vértice Requena-Riba Roja, pero con un tramo en el que irrumpí en medio de un coto de caza salvando una verja para poder salir y demás peripecias acaecidas aquel día, me hicieron plantearme el abordar otro itinerario totalmente factible. Este lo es, con una pequeña salvedad que al final de la ruta no tuve ganas de desandar un pequeño tramo y me obligó a trepar un pequeño terraplén. Os lo cuento.
Salía pronto de casa entre dos luces, para llegar a Loriguilla y tomar el tren hasta Requena. Ayer a estas horas salía del curro con 14 grados, hoy no hay muchos más, así que una manguita y a pedalear. Pronto las malas noticias se adueñan del paisaje con un fuego en les Rodanes. La carne de gallina el resto del día pensando en lo que ha podido pasar y si será la última vez que veo con su natural belleza este familiar y encantador paisaje. Llego a Loriguilla sin más contratiempos y espero el tren que me pondrá sobre la ruta.
A las 9:45h. pongo pie en Requena y allí mismo comienza la ruta. Salgo de la estación cruzando la línea imaginaria que dejamos Roda i Pedal en la ruta: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2012/01/requena-pico-negrete.html 
Me adentro hacia el centro de la población y tomo a la izquierda la avenida del Arrabal. Bajo su enorme arboleda paseo admirando el sabor que dejan sus casonas y chalets, tomadas casi al asalto por las grandes fincas de irrespetuosa arquitectura. 

Tras la fuente de los patos se abre la plaza y a la derecha se fortifica el castillo en lo alto de una loma. Allá voy sin pensar en nada más. Es la parte vieja del pueblo. Más casonas señoriales, escudos heráldicos y grandes fachadas blasonadas, ventanas enrejadas, dinteles de piedra, calles estrechas y portones de rústica madera. Una preciosidad de paseo que merece saborearla con la calma y tranquilidad que hoy no tengo. 

Desde la plaza del Castillo y hasta el final de la calle Santa María, es un torbellino de sensaciones y detalles en cada paso. Así que un rápido vistazo y sigo camino. Salgo del pueblo por la calle san Blas, dejando el cementerio a mi izquierda y enfrentando las bodegas Emilio Clemente, cuya finca dejaré a la derecha en el fin del asfalto y principio del camino. Allí mismo ya veo la línea que dibuja el río Magro a los pies de la sierra de las Cabrillas. Casi enseguida llego a una construcción restaurada en la parte izquierda del camino, a la derecha quedan restos de lo que parece fue una gran masía o algo así. 

Se trata de la ermita de san Blas que tan bien describe el amigo Vicente en su blog: http://www.ermitascomunidadvalenciana.com/indexval.htm  aunque sin campana ni campanario ni nada que indique lo que es. Un camino cruza el río, lo dejo marchar y continúo recto para llegar a una bifurcación. El camino de la izquierda se ciñe al río y lo dejo para encarar el de la izquierda en ligera subida. No tiene pérdida: “ve hacia la luz” o sigue el tendido de alta tensión. Esta línea ya no la abandonaré hasta Buñol, será mi guía en este viaje. Luego un par de curvas más exigentes me llevan a lo alto de una planicie en la que se asienta un enorme viñedo. Al otro lado de la plantación una pequeña loma rematada con un pinada me servirá para almorzar. Es una casa que parece abandonada y abonada por los escombros. Lástima de tanta guarrería pues desde aquí se contempla un paisaje de viñedos enmarcados por la alta figura del pico Montote roto por las antenas. 

Continúo tras el almuerzo la subida que me llevará hasta la A-3, bueno, en concreto hasta el camino de servicio que va junto a ella. Una silueta que hacía tiempo que no veía llama mi atención y me transporta a otros tiempos: hoy es el toro, pero en otros tiempos fue el jinete negro subido a su caballo. Un cartel de azulejos que veía cada semana en Riba Roja y que hace tiempo desapareció. Inicio la bajada y giro a la derecha por un camino que indica campo de tiro, luego otro cartel a la derecha, pero esta vez sigo recto. El “Treki” marca fuente Cuca, pero no hay ni cartel ni señal de su existencia, aparte de la vegetación y arboleda típica de un barranco. El lugar desde luego es pintoresco y una hermosa senda rojiza se adentra entre el verdor de la naturaleza. 

Unos metros más allá una poza queda atrapada entre la bifurcación del camino, al fondo la arboleda que se beneficia de esta humedad en su suave discurrir hacia el encajonado río Magro que cada vez queda más lejos de mi posición, pues se interpone la colosal mole del Montote que casi puedo tocar alargando la mano. Llego a la ruinosa casa de Don Juan. Este caserón aún no es un escombro pero va en camino. Allí mismo está el aeródromo de Requena. Dejando la pista de aterrizaje a mi izquierda encaro el camino que me lleva hasta el Rebollar bajo la estrecha vigilancia del tendido eléctrico. 

Entro a la aldea por el oeste, un precioso sauce derrama sus “lloros” junto a la iglesia, después una plaza con una fuente donde repongo agua. Poco más que ver en esta aldea que abandono por el este por el camino del Rebollar a Siete aguas. Merece la pena no desaprovechar esta fuente pues hasta Buñol no hay más agua. La rambla me acompaña a la izquierda. 

Los juncos se erigen como guardianes del agua; elevan sus verdes y afiladas dagas al cielo impidiendo el paso hacia el líquido elemento que protegen como si en ello les fuera la vida. No me atrevo a entrar en ese mundo de afilada crueldad salvo por un camino que me permite una bonita estampa del mismo río. Algunos vadeos de la rambla me acercan hasta el parque de fauna ibérica. Unos caballos junto a una verja, me recuerda mucho, demasiado, a mi anterior intentona de esta ruta. Esta vez en cambio, el camino sigue sin dificultad. Se adentra en la montaña y en el bosque. 

Un bosque grandioso que choca de bruces con lo que yo creía de esta zona. No imaginaba tal extensión de monte y pinos. El camino comienza un cambio de firme que tan pronto se alfombra de pinocha como se enmoqueta con piedras. Ora sube ora baja. Cruza la rambla, se desdobla, pone rampas cortas pero intensas, roderas que obligan a guardar el equilibrio y finalmente vuelve a la placidez de permitir un rodar suave. Vamos, un compendio de variedades y entretenimientos varios bajo una capa de pinos que dispersan su aroma por todo el bosque. Por aquí para el área recreativa de Villingordo. La dejo a la derecha y sigo este intrincado camino que poco después llega una explanada. Al fondo la casa del Campillo. Su enorme y blanca estructura se alza tras la planicie. A la derecha, conforme queda atrás la línea de árboles, un mar de plumas cubre el horizonte para la construcción de la penitenciaría. El impacto paisajístico es brutal y dantesco. 

Bajo una línea de monte coronada por el pico Nevera, las plumas se yerguen al cielo desafiando a la naturaleza: a los mástiles de troncos, a las velas de las montañas. Es tan ridículo que da pena ver un paisaje así estropeado por la mano del hombre. La explanada queda partida por la carretera en construcción que lleva a tan faraónica obra. Quizá consumido por el odio, o por la tristeza, el camino empeora radicalmente poco después. Primero entra en un pequeño bosque que oculta la cima de la montaña a la derecha, luego sale un poco más a campo abierto, una pequeña bajada y comienza la subida en un giro de herradura a la derecha. 

Fuerte pendiente y el firme machacado con grandes piedras y torrenteras que obligan a tirar de potencia y mantener el equilibrio. El esfuerzo es colosal y ante el más mínimo error de trazada, unas veces obligado por los obstáculos, otras por el cansancio, me veo obligado a echar pie a tierra. Y así una y otra vez a lo largo de esta criminal subida, que en condiciones de firme normal, no sería tan brava como lo está siendo en estas condiciones. Esto de empujar la bici me está matando mentalmente. Prefiero subir encima de la bici por muy cruel que sea la subida a empujar. Pero es lo que hay. Encuentro algo de apoyo en las impresionantes vistas que ofrece la falda del Nevera. Siete Aguas queda en el valle, entre la Sierra de los Bosques y el Tejo al otro lado de la A-3. El pico Santa María, el Parapetos, el propio Tejo y el 5 Pinos más al fondo, y casi en primer plano la subida en zigzag al pico de las antenas de televisión justo encima del pueblo, ofrecen un espectáculo digno de observar. 

La estampa se refuerza con las nubes que dibujan claro-oscuros en el paisaje y dotan de tridimensionalidad las enormes distancias. Voy acabando de subir los zigzags de este camino, a ratos pedaleando a ratos empujando. El sol ya se ha cebado en mi piel y estoy rojo como un tomate, eso por pensar que el verano ya estaba muerto junto con el mes de agosto. El último tramo de subida es un tramo recto bastante bueno para pedalear, pero al coronar viene una bajada larga y recta, con un buen desnivel y un firme no apto para cardiacos, así que pienso que para qué arriesgar, no tengo el cuerpo para ruidos. Vuelvo a bajar de la bici y al menos esta vez no hay que empujar. Llego al cruce del camino que sube al Nevera o baja a Venta Quemada. A la izquierda en bajada por el camino del collado del Perro, el nombre le viene que ni pintado. La pendiente es considerable y la velocidad no tarda en inundar las ruedas que se ven ahogadas en esta vorágine de descanso. Les meto freno ante lo roto que está el camino y que no permite ningún tipo de descuido. Mejor llevar ya una inercia de frenado que tener que meterlo todo de golpe. Es una bajada sencilla pero no fácil, mejor no cruzar la bici y no derrapar fuera de control o tendré un problema. Así llego al cerrado desvío a la derecha que me llevará hasta Buñol. Tengo indicado en la pantalla la fuente Del Medio, pero o está más abajo o está muy escondida pues hasta las señales han desaparecido. Acabo de bajar 150 metros, pero me quedan otros 250 para arriba en los próximos 2.5Km. En fin. Me acabo de quedar sin foto de la fuente, sin descanso, sin agua fresquita y encima “toparriba”. Tras un chalet el camino se empina que da gusto girando un poco a la derecha, lo que permite ver como el camino se esconde dejando la rampa a mis pies. Encuentro en la subida una pequeña balsa a la derecha del camino que me hace pensar que pueda ser la susodicha fuente. Ni hay señalización ni se ve fuente, por lo que sigo mi particular vía crucis en esta subida que en algún tramo también pone una pequeña trampa en el firme. Ahora empieza el camino a girar a la izquierda para luego abordar la larga recta que me llevará a coronar a casi 850 metros de altitud, junto a un chalet que queda a la izquierda en el inicio del barranco que venía acompañándome por la izquierda. Último vistazo al valle de Siete Aguas y comienza el descenso. El porcentaje de bajada es interesante y la velocidad vuelve a tomar las ruedas. Aquí la recta permite visibilidad y el firme agarre, así que me agarro al manillar y dejo ir la bici. El viento en la cara me dice que ya he dejado la protección de la montaña y que todo lo que queda de ruta, o sea más de la mitad, será con el viento en contra dando por culo que no de culo. Paso algunos chalets más y una señal invita a moderar la velocidad ya que hay niños. Luego viene el asfalto y un tramo de curveo impresionantemente divertido. 

Las vistas se abren hacia el sureste y las sierras de Martés y el Ave dominan el paisaje. A lo lejos, entre la bruma que no acaba de entrar, las sierras de Corbera y Gallinera también se hacen visibles, incluso la albufera se dibuja delante del inmenso mar. Todo un espectáculo. 

A mi espalda la cima del Nevera rivaliza con las torres del tendido eléctrico que me acompaña en esta ruta. Vuelvo a la velocidad y al asfalto. Antes de lo deseado estoy enlazando con la carretera de Buñol a Yátova. La pendiente aún se agudiza a mi favor y la velocidad roza los 60. 

Llego a un pequeño mirador sobre el río Buñol. En el fondo una pequeña poza escondida entre la vegetación que se refresca a su alrededor. Al fondo la vía del tren cruza entre las montañas en una pintoresca travesía. Y a ambos lados de este cañón la carretera que serpentea subiendo o bajando. Un poco más adelante otro mirador, este perfectamente habilitado, se abre al caótico orden del pueblo. 

Buñol se desparrama como una cascada hacia el fondo del río. La arboleda de la derecha aguanta impertérrita la invasión, la violación a la que es sometida, con los troncos pintados en un mal intento de poner arte sobre uno de los escenarios más artísticamente inigualables de la naturaleza. Abajo, el Molino Galán y la antigua chimenea casi eclipsan al castillo en la parte alta del pueblo. Sigo bajando el poco trecho que queda hasta la fuente de san Luis. 

Allí tomo el sendero del parque fluvial del río Buñol que me llevará por un pintoresco pasaje hasta el molino. Escaleras abajo y me adentro en el pueblo para buscar la refrescante balsa en el parque de El Planell. Parada para comer y descansar el culo que ya no sabe como apoyarse en el sillín. Dos semanas de parón son mucho tiempo para una ruta como esta. Tras la comida queda lo peor. Teóricamente y mirando el perfil de la ruta, todo es para abajo. Pero sobre el terreno las bajadas son mínimas y aunque tampoco quedan subidas, el cansancio y la fuerza del viento en contra me castigarán de lo lindo. Sabiendo esto, me pongo en marcha por camino conocido. Además tampoco voy a hacer casi ningún tramo nuevo, al menos nada que permita una visita o un paraje que dé aliciente al recorrido. 

Tras dejar el parque inicio la senda que rodea el alto de El Planell para ahorrarme un tramo de carretera. Llego a esta para iniciar las curvas de subida hacia la urbanización Fuente de la Virgen. Por allí hay, junto a la carretera, una pequeña iglesia o algo similar que no llegue a identificar y que no había visto en la anterior ruta por la zona: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2011/10/riba-roja-cueva-turche-bunol.html Poco después tomo un camino a la izquierda que pasa por detrás de MiraValencia y me pega al barranco de la Canaleja hacia Chiva. Llego a la vía de servicio del AVE y la sigo hacia el P.I. de Cheste donde cruzaré la autovía para coger le barranco del Poyo. Antes de cruzar la autovía tengo el fallo del día. La vía de servicio se acaba en un terraplén que sube hacia el puente. Con lo cansado que estoy no tengo ganas de retroceder kilómetro y medio y volver ha hacer esos metros. Yo pensaba aquello de Mens sana in corpore sano, pero mi cuerpo me repetía: Mens sana in corpore hecho papilla. Así que escalo esos tres metros de desnivel entre los arbustos y accedo al puente. Ya al norte de la autovía nada me puede quitar la idea de que estoy en casa a pesar de que me faltan casi 20Km. de ruta. Estos los haré tanto rato de pie como sentado debido al dolor de culo que tengo. Para la próxima ruta me pensaré muy seriamente instalar un sillón en lugar del sillín. Conforme me aproximo busco indicios de lo que puede haber pasado en les Rodanes con el incendio de esta mañana. No se ve humo así que pinta bien. Porxinos será la última postal que me deje esta ruta. 

La masía entre los naranjos con la luz del atardecer y la Calderona de fondo. Y que nos quieran cambiar esto por una ciudad deportiva y una urbanización… “Lo que la crisis ha parado que no lo reinicie la mano del hombre.” 


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