Por fin las tan ansiadas, y a la vez
aplazadas, vacaciones llegaban a materializarse en el viaje a Buendía y
Entrepeñas; el llamado mar de castilla, o al menos una parte de él. En esta
primera ruta, desde Buendía, hay dos parajes fundamentales a visitar. La ruta
de las Caras, en el embalse de Buendía, y el tramo del cañón del río Guadiela a
partir de la presa hasta el final del camino. Vamos a ver la ruta.
El miércoles después del desayuno, poco antes
de las 9 de la mañana, me pongo en marcha desde el hostal, bajo hasta la fuente
junto a los restos de la puerta del convento, una de las puertas que daban
acceso a la antigua ciudad amurallada para recargar agua para la ruta. De ahí
vuelvo casi hasta el hostal, junto a otra de las puertas, la puerta nueva, y un
tramo de muralla. Ya veo la señal que indica la ruta de las Caras.
Siguiendo un
camino asfaltado y con farolas salgo del pueblo, al poco se acaba el asfalto y
sigo las indicaciones, por una pista ancha de tierra dura y reseca que hace
botar la bicicleta cuando no llego a esquivar alguno de los baches que jalonan
el camino, que me acerca hasta el paraje. El sol ya calienta lo suyo en esta
primera semana de tiempo casi veraniego, el calor ha llegado de golpe y no da
tregua desde bien temprano. Sigo el camino indicado para vehículos, hay otro
camino para senderistas que se adentra más entre los campos de cultivo que
están siendo preparados para nuevas cosechas y entre algunos ya plantados de
cereales que ya han comenzado su hipnótico vaivén al compás de la brisa. Junto
a una elevación con unas antenas giro a la derecha y sigo el camino de Santa
María de Poyos, pueblo que quedó bajo las aguas del pantano allá en 1956. Más
adelante otra vez indicaciones y giro a la izquierda para bajar definitivamente
a la entrada del sendero. Junto al lugar de aparcamiento unos paneles explican
el itinerario que de entrada se mete en una bonita pinada en la que hay mesas.
Sigo el sendero canalizado y este baja hacia unas pequeñas montañas rocosas.
Las figuras intentan escapar de las paredes de arenisca que las someten y
aprisionan. El recorrido no tiene más de 2 Km. y está perfectamente indicado y
delimitado, con fácil acceso para caminar junto a las 18 figuras que conforman
el recorrido y que se recogen en el panel interpretativo del inicio, y
disfrutar de este lugar con un gran atractivo, tanto por las esculturas
talladas en la roca como por el entorno privilegiado que las rodea. Todas ellas son una maravilla, pero evidentemente uno tiene sus preferencias.
Las vistas
sobre la azul y suave superficie del embalse cautivan e invitan a un larga y
sosegada parada, pero esta la haré en unos minutos en el mirador de la Peña de
la Virgen. Retrocedo por el camino por donde he llegado hasta las últimas
señales y allí a la izquierda, siguiendo las indicaciones en el cartel que veo
al frente, el camino principal está bien definido y no tiene pérdida. Este se
adentra poco a poco en otra gran pinada a ambos lados del firme y unos pequeños
toboganes me hacen disfrutar de una divertida y rápida bajada, y en otras
ocasiones de cortos repechos que me obligan a pedalear con fuerza. Pronto llego
a una pequeña explanada de arena donde acaba el camino. Un cartel entre los
pinos indica el mirado. No es un mirador al uso, es más bien un lugar despejado
desde donde poder observar la parte norte y este del pantano. Bajo esta agradable
sombra el bocata y la cerveza tienen que saber a gloria. La superficie del
enorme espejo líquido llega a reflejar los mástiles de los molinos eólicos al
otro lado del embalse en Villalba del Rey.
Las aves acuáticas apenas llegan a
perturbar el estado de reposo del agua. En estas estoy cuando un hidroavión
comienza a dar pasadas y a recargar agua, en realidad no sé si es uno que va
muy cerca o varios que se suceden. En todo caso no hay humo ni se huele. Me
pongo en marcha retrocediendo un poco por el camino de antes, luego giro a la
izquierda para ir en busca de la línea de “playa” que iré dejando a mi
izquierda.
Ya veo que el hidroavión está haciendo ejercicios de entrenamiento y
suelta el agua sobre el mismo embalse, a mitad de la enorme lengua este que forma
el pantano. Al frente, una enorme pinada de pinos rectos y altos crece tras una
línea de delicadas espigas cual peones de ajedrez delante de las piezas
importantes, dispuestos a recibir al ejército enemigo. Hoy ni hay tal ejército
ni es enemigo, es un amigo que se acerca a saludarlos, a inmortalizarlos en la
memoria digital y en esa memoria gris, algo caótica, que hay debajo del casco
de ciclista.
Bajo la arboleda está el camping que se indicaba junto con la ruta
de las Caras a la salida del pueblo. Lo bordeo para seguir regalándome estampas
del embalse y de la pinada antes de tomar la carreterita asfaltada que me
adentre en el pueblo. Repito el camino de esta mañana hasta la fuente y vuelvo
a rellenar la parte utilizada. Callejeo un poco hasta la puerta del cementerio,
que era el antiguo convento
francisco-alcantarino de Ntra.Sra.del Rosal, fundado en 1596. Luego salgo hacia
la carretera CM-2000 en dirección a Sacedón y la presa del embalse. La
carretera apenas tiene tráfico y además el arcén está bastante limpio y sin
vegetación que se adentre en él, por lo que los 4 siguientes Km. solo tendrán
el peligro del aburrido rodar por asfalto. Por suerte a la parte derecha crecen
las panorámicas sobre el embalse y me van dejando pinceladas de un azul que se
confunde en la distancia con el cielo.
Me acerco a la presa y primero veo una
zona de aparcamiento, junto a ella un túnel cruza la montaña; es la carretera
de servicio a la salida de la presa y para el camino que acompaña a la red de
alta tensión que corre paralela el río y sube la sierra de santa cruz. La ruta
inicialmente prevista sobre los mapas era tomar ese túnel y recorrer la parte
este del río por este camino menos transitado, cruzar por el Pontón y llegar
hasta la ermita, y luego por el Pontón continuar este camino, subir a la sierra
hasta el alto de San Cristóbal y bajar a Buendía por un camino hacia la
CM-2000. Pero los e-mails pidiendo información sobre dichos caminos al
ayuntamiento de Buendía deben de haber caído en saco roto, una respuesta
diciendo que no lo saben, o que me tengo que dirigir a… o que no me pueden
ayudar, daría una sensación de mínimo interés, pero esa actitud de “paso de
todo y no te contesto” no ayuda en nada al turista ni al pueblo que vive de
esos turistas. Por fortuna la zona ofrece mucho más y uno se busca la vida para
encontrar la información, me rio yo del anuncio de una bebida dedicado a los
políticos…que los habrá “buenos”, pero tan pocos que no repercuten en la
estadística. La información la obtuve, curiosamente, de parte del anterior
alcalde; el e-mail pidiendo esa información también fue a parar al hostal, pero
obtuve la misma respuesta que del ayuntamiento. Pero minutos antes de iniciar
la ruta le pregunté al propietario del hostal por dicho camino y me dijo que
estaba en bastante mal estado y que el puente no comunicaba los caminos a ambos
lados del río. Así que en el último momento cambié la ruta para seguir el plan
B que tenía previsto ante alguna adversidad y que al final conforman, con muy
poca variación los senderos PR-CU 46 y 47. La presa no tiene ninguna historia
que contarle a la vista, pero sí muchas cosas a favor y en contra de su
construcción a poco que se busque información.
A la salida de la presa la cosa cambia, las
vistas que promete el cañón del Guadiela me hacen buscar con ganas la bajada.
Bajo los muros de la presa la central eléctrica que alimenta las torres. El río
gira a la izquierda y solo deja ver al frente las ondulantes formas labradas en
la roca por los elementos. Bajo las lascas de piedra el camino se ciñe al río y
lo acompañará durante los próximos 5.5Km. hasta la ermita, donde acaba el
camino. Al principio el cañón es amplio y deja ver la cumbre de la montaña, con
farallones de piedra a modo de pilares inacabados que no sostienen a un Sol que
cae a plomo desde ese infinito firmamento que cambiará radicalmente su
fisonomía esta noche. Las paradas para las fotos no tardan en llegar.
Parece
que no hay nada que ver y sin embargo no hay nada que perderse. La admiración
crece por momentos en cada pedalada, ni siquiera la implacable solana y el
calor me hacen desistir de parar cada pocos metros a inmortalizar el paisaje, a
absorber sensaciones.
Sigo pedaleando y poco después veo el Pontón, que según
información encontrada por internet, ya estaba en activo allá por 1575 uniendo
ambas orillas del Guadiela y el Tajo, pues este último se vadeaba si la
corriente lo permitía, y teniendo que salvar también las sierras de Enmedio y
Santa Cruz.
Admiro la preciosa estampa de un puente que hoy
no sirve para nada, pues en la otra orilla la vegetación se come el paso a… la
montaña, puesto que tampoco hay ningún camino o senda que se comunique con el
camino de servicio que pretendía haber recorrido. Hago algunas fotos, disfruto
de la tranquilidad que ofrece el sosegado paso de la corriente y maldigo la… no
sé cómo llamarlo, pero es cuanto menos absurdo reconstruir un puente que no
comunica nada, siendo que a escasos 30 metros hay un camino, y que este puente
y camino arreglados pueden ofrecer muchas alternativas de turismo activo a
muchos visitantes del pueblo. Con estos pensamientos me pongo otra vez en
marcha para descubrir dos pedaladas más allá que ya no estoy pensando en esto,
el soberbio paisaje engulle cualquier atisbo de preocupación.
El río sigue encañonándose
y ofreciendo postales de belleza sin par. Llego al final del camino habilitado
para vehículos, una barrera cierra el camino e incluso las bicicletas tenemos
que rodear a pie la dichosa barrera. Se presenta ahora una tremenda pendiente
asfaltada, un repecho que no tocaba en este tramo llano de río. Pero los 150
metros de esfuerzo valen completamente la pena. Llego arriba y el camino hace
un giro a la derecha, tras un pino la visión se abre a un casi anfiteatro
natural hendido en la roca por la acción del agua, la curva del río y la
sosegada corriente, aquí ya llega la acción del agua embalsada en Bolarque,
aquí ya hay agua tanto del Guadiela como del Tajo, se refleja en la superficie
rota del agua. Luego una pronunciada bajada me devuelve al nivel del río junto
a un precioso paseo entre árboles que llega hasta la ermita, la fuente, y un
merecido rato de alucinada admiración.
Enfrente el monte de la cruz, allí
arriba a la izquierda, junto a unos pinos intuyo el camino, !qué vistas debe
haber desde ahí¡ y sobre mí, sobrevolando los inmensos buitres leonados,
surcando el cielo con su vuelo lento y pausado buscando las térmicas gratuitas
que les hacen desplazarse sin gasto de energía. Disfruto del paisaje y la
tranquilidad del entorno con avidez, incapaz de creer, de procesar, tanta
belleza.
La ermita es una pequeña y coqueta construcción de piedra adosada a la
pared de la montaña, frente a la fuente y bajo un enorme plátano de sombra que,
efectivamente, ejerce su sombra hasta unos niveles casi imposibles en este día
de radiante luminosidad.
Tras unas fotos del lugar me planto frente al agua, en
una mesa a la sombra para seguir admirando el lugar donde se encajonan estas
maravillas que me rodean, así, inconsciente del tiempo me doy cuenta de que
llevo casi una hora sumergido en este espectacular paisaje. Es hora de volver
pero realmente no tengo ningunas ganas de abandonar este lugar. Me voy sabiendo
que en pocas horas volveré para mostrarle esta maravilla a Teba y ver, bajo
otra luz, los nuevos detalles y reflejos que ofrece este entorno.
Dejo este "boulevar de los sueños rotos" con la dificultad de volver a la realidad tras tanta belleza. Me toca desandar el camino y volver por donde
he venido hasta Buendía. Disfruto del recorrido de vuelta viendo ahora cosas
que antes quedaban a mi espalda, atesoro estos momentos pues en breve remontaré
hacia la presa y comenzará la parte de aburrida carretera hasta el pueblo. La
subida a la presa pone un puntito de esfuerzo en esta ruta casi llana, así que
la disfruto como si de un verdadero obstáculo se tratara. Ya en carretera no me
queda otra que tomarlo como una contrarreloj y exprimirme un poco para justificar
los dos bocatas y las cervezas que me he calzado.
Entro al pueblo para llegar a
un mirador sobre las casas-cuevas desde donde sobresale la monumental iglesia
de la Asunción en la porticada plaza mayor, al bajar del mirador llego a la
plaza donde está la oficina de información turística, pero mi premio es el
lavadero bajo la sombra de grandes plátanos y con las cuevas al fondo. Solo me
queda llegar al hostal y refrescarme a conciencia de este tórrido calor que me
ha acompañado todo el día, mañana más.
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