Salgo del hotel tarde: el
desayuno se sirve a partir de las 9.30 y eso me ha retrasado mucho, por lo que
no sé si podre hacer toda la ruta tal como la había planeado. El propósito era
hacer un primer círculo que volviera aquí al hotel y luego un segundo círculo
más cortito que me llevaría por el sur del Convento para subir por un camino a
la carretera cerca de Sant Marçal y ya por la carretera volver al hotel. Pero
vista la hora descarto de entrada el segundo círculo y me tomo el desayuno con
calma, así como la ruta que la iré paladeando poco a poco.
Me pongo en marcha
por el carril bici hacia la oficina de información: allí hay 3 hermosas,
enormes y soberbias secuoyas que empequeñecen a cualquiera. Ayer nos contaba el
guarda lo sucio que está todo, con tanta gente y tan poca conciencia
medioambiental, este hombre no ha estado en Valencia, no solo en la ciudad, me
refiero al monte, ¡esto es el paraíso de la limpieza!
Giro a la izquierda hacia
el hotel-castillo de Santa Fe, llego hasta allí para hacer unas fotos y
recrearme en tan singular arquitectura. Retrocedo unos metros y tomo el camino
a la izquierda, cerrado con una cadena que se puede bordear. En cuatro
pedaladas me veo inmerso en un bosque infinito.
Una mezcla de hayedo y pinar impresionantes que tapizan el suelo de hojas. La sombra, la luz filtrada, el silencio, el ambiente denso y frío, el sabor rancio de la humedad, el olor a bosque mojado, a
hojas que mueren para dar vida a los árboles, un círculo vicioso sin fin que por momentos satura mis sentidos. Me tomo
mi tiempo para sumergirme en él, para recorrer este bosque junto a la riera de Santa Fé que alimenta al pequeño embalse. Tiempo para intentar encontrarme, para
interiorizar lo que me rodea, para saber a dónde voy y si de verdad quiero ir. Recojo
la calma que destilan los árboles inmutables, inalterables a pesar de las
tormentas, de los vaivenes del tiempo, de las agresiones. Ellos solo respiran y
dejan pasar el tiempo, ¿es eso lo que quiero?
Me recreo en este camino que ya
tuve oportunidad de hacer ayer por la tarde en un paseo rodeando la presa. Poco
después estoy en ella. La luz de la mañana la hace distinta, más sobria y fría,
como más distante e impersonal.
Recorro su lado este-sur hasta la presa para
tomar una nueva foto con mi destino de hoy al fondo. Luego sigo un camino a la derecha que me vuelve a
internar en el bosque y me acerca a la carretera. La tomaré casi un kilómetro
después y ya por asfalto haré una bajada impresionante, rápida, divertida y
segura entra las curvas que hace esta carretera de montaña. Al menos todo lo
segura que permiten los coches que a decenas se dirigen este fin de semana, por
la feria de la castaña de Viladrau, suben al Montseny a recoger castañas y
otros van directamente, al pueblo a disfrutar de la feria, pero esto de hoy es
una broma con lo que viviremos mañana cuando bajemos hasta Sant Celoni: la
carretera de subida es un largo rosario de coches, pero abajo en el pueblo y en
la autopista colapsada, darán el verdadero perfil de lo que es pasar un día en
el infierno, será por días para venir a disfrutar del monte. En fin. Lo dicho,
bajo por la carretera curveando con velocidad, cabreandome con algún coche que
muy espabilado recorta las curvas invadiendo mi carril y haciendo que me pegue
más a la cuneta, pensará que ya que voy en bici de montaña puedo trepar por las
paredes o comerme los árboles… no sé. Esta parte sur del Montseny se ve
cubierta de pinos y carrascas, también de alcornoques que dejan ver sus troncos
desnudos y fácilmente identificables. Paso junto a lo que parece una granja por
el olor que la acompaña junto a la carretera, poco después una curva de 180 grados
a la izquierda y a la salida de la misma un camino ancho a la derecha. Lo tomo
y cambio el sentido de la marcha, se acabó el asfalto de momento y me adentro
otra vez en el monte. Poco a poco al principio, con suave subida y un camino en
muy buenas condiciones. Las rampas irán poniendo un puntito de alegría cuanto
más me adentro en el camino.
A la izquierda podré ir viendo el valle que crece
justo antes del valle de Montseny, aquél será visible desde más arriba, pero
aún me falta mucho para ello.
Llego a un pequeño estanque de aguas claras y
tranquilas, reflejado en él el Turó de L’Home, mi destino, allá arriba. Tan
alto que parece inalcanzable, ya veo lo que me va a tocar sufrir y subir. Acabada
la bajada y en estos pocos metros de subida ya tengo un calor increíble y me
pongo otra vez de corto. La camiseta a la mochila y en manga corta. Estos
primeros instantes entre sombras tupidas y la humedad del bosque serán un poco incómodos,
pero a los pocos minutos ni la intensa sudada ni las sombras ni los pequeños
soplos de viento me harán cambiar de opinión. Busco poner más hierros de subida
pero ya hace rato que está todo puesto, sin embargo sigo buscando de cuando en
cuando a ver si hay algo más a lo que echar mano. No a no ser un poco más de
esfuerzo. Sigo subiendo, sigo viendo muchos buscadores de setas y de castañas
metidos entre los árboles.
Llego a la carretera y giro a la izquierda, poco
después llego a un mirador sobre el valle. Las vistas ya son muy amplias y
permiten ver el mar. También permiten intuir Barcelona, agazapada tras las
montañas pero en la línea de playa a casi 50 Km. Sigo adelante para encontrar
en la siguiente curva el desvío a la izquierda que sube hacia el Turó. La
carretera se estrecha y deja de tener un asfalto tan bueno, sin embargo esto es
como rodar por una autopista para una bici de montaña.
Las rampas se encabritan
un poco más y empiezo a trazar una serie de largos zigzags que me llevan cada
vez más arriba. La subida constante, sostenida, calculo que sobre un 8%. Sin
respiros ni descansos ni rampas más fuertes, tendida, tan larga y persistente
que deseas un rampón para romper la monotonía, eso sí, que luego de un respiro.
Pero no, ya casi arriba, además, se muestra sobre una larga curva que deja ver
todo lo que queda por subir. Así se llega a la barrera a partir de donde los
vehículos motorizados no pueden subir. Esto serán los dos últimos km. y ahora
me tomo cumplida venganza de todos los que me han adelantado en esta
interminable subida. Doy la última curva para ver al fondo las enormes antenas
que coronan la montaña.
En realidad no es así pues el Turó se corona sobre el
pico donde está el refugio junto al vértice. El camino de subida al propio Turó
no es ciclable y presenta buenos pedruscos que me obligarían a subir andando,
tan solo son unos doscientos metros pero no tengo ganas.
Me doy por satisfecho
con coronar el Puig Sesolles y permitirme creer la mentira de que he coronado
el Turó de L’Home. Hago las fotos de rigor, observo el paisaje, la gente que
sube por ambos lados de la montaña e incluso los que vienen desde Les Agudes.
La bruma que ensucia el paisaje lejano y apenas permite ver la montaña de
Montserrat. El valle de Montseny.
Y el bosque inacabable que cubre todas las
montañas que me rodean. Siento una enorme envidia sana por estas montañas tan
cuidadas a pesar del enorme impacto demográfico y la presión urbanística a que
están sometidas. Lo mismo que en Valencia. Vamos igual. Que pobreza de espíritu
y de cultura que tenemos, no tenemos nada que conservar, Les Rodanes, uno de
los pocos reductos arbolados y naturales de nuestro entorno cercano se está
muriendo por los pequeños incendios, por la falta de agua y por la plaga del
Tomicus, pero cuando alguien se ponga en marcha para hacer algo solo quedará
arrasar la montaña para hacer los chalets y la ciudad deportiva del Valencia. Más
de lo mismo.
Observo ahora el camino por el
que tengo que bajar. Un último vistazo a mí alrededor y tomo el camino, muy
roto al principio y con muchas piedras durante el primer medio Km. Luego llego
a la zona arbolada y las hojas tapizan el suelo, realmente no sé donde piso
pero las piedras grandes sobresalen entre las hojas y se dejan ver. Algunos
baches ocultos pero nada que las suspensiones, ya puestas a trabajar, no puedan
superar. Me adentro en un pasillo arbóreo que reduce la luz de forma alarmante
para la velocidad a la que bajo. Una vez acostumbrado al suelo cubierto de
hojarasca, a la poca luz y a ir frenando constantemente el paseo se convierte en
un deleite total. La presión sobre los frenos tan continua y tan fuerte hace
que me duelan las manos de frenar y voy soltando los frenos, primero uno y
luego el otro, para darme un poco de descanso. Pero al soltar frenos la bici
coge velocidad y eso es peor, así que a frenar otra vez. Hago ahora otras
curvas en zigzag como cuando subía paro ahora en la cara este de la montaña.
Sigo disfrutando mientras tatúo una sonrisa en la cara por esta experiencia que
estoy viviendo. No es solo la bajada, ni el camino, ni los arboles o las hojas.
No es por la humedad o los olores, ni por los colores. La luz, el sonido, el
silencio. La paz y la tranquilidad, la limpieza de la montaña. No es por nada
de eso y es por todo ello a la vez. Es por el aquí y ahora. Es porque esto es
lo que quiero en cada instante de mi vida. Esta plenitud casi total a la que
solo le falta una persona a mi lado. Es esta forma de sentir, de sufrir para
disfrutar, este pedir perdón sin palabras, sin pedírselo a nadie pero
elevándolo al mundo, de gritarlo sobre él desde las alturas, de bajar para oír
su eco. De sentirme en paz antes de la guerra, que sé que llegará. Sigo bajando con todos estos
sentimientos inundando mis ojos. Sigo siendo cada árbol, cada hoja, cada curso
de agua que me lleva hasta la Font de Passavets.
Junto a ella el torrente que
llena el embalse unos Km. más abajo. Enlazo con la carretera y bajo hasta el
hotel a un minuto de allí. Es como si toda Barcelona y la provincia se hubieran
vaciado para venir aquí. Es increíble la cantidad de gente que hay por todos
lados. Dejo la bici y vamos a la terraza del restaurante a tomar la más que merecida
cerveza, esta vez una lupulus, una cerveza elaborada en la zona y realmente
buena. A nuestra salud.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8330557
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