Nueva
ruta, de la inicialmente trilogía, por la sierra de Malacara que, al final, la
he convertido en una hexalogía, de la que esta es la 4ª ruta. Junto con las tres
anteriores: Requena-Hortunas-Montote,
Río
Juanes-Pico Nevera, Las
Moratillas-Fresnal-Río Mijares, y las dos que queda por llegar: Rebollar-Montote-Pico
Tejo, y El Oro-Aldeas-Embalse de Cortes. Creo que será una buena forma de
conocer bastante bien esta increíble zona que aún atesora preciosos bosques
mediterráneos de pinos, encinas y
fresnos en buen estado de conservación, al menos los que se libraron de
los terribles incendios del verano de 2012, tenemos ahora la responsabilidad de
esforzarnos en su conservación. En esta ruta, la última parte no tuvo la
fortuna de cara y sufrió el azote del fuego. Ahora, un año más tarde, empieza a
verdear la vegetación sobre el calcinado suelo y empieza a tocar de color el
triste y negro suelo de la montaña. Pero vamos a la ruta.
Salgo
de casa con el coche cargado con la bici hacia Yátova. Dejo el coche en la
primera calle al entrar por la carretera CV-427 y me pongo a pedalear en una
mañana soleada pero con un ligero, aunque fresquito, viento de levante. Me
muevo por el carril de servicio de la CV- 429 convertida en Av. Diputación
dentro del pueblo. Paso la rotonda de la carretera de Buñol, por la que he
venido y sigo subiendo una rampita que de entrada no está mal. Llego a otra
rotonda y enseguida al parque de san Vicente a mano derecha, una preciosa
arboleda con un quiosco de música, un bar y algunos aparatos de gimnasia
componen este bonito rincón de esparcimiento dentro del pueblo. Recorro en
perímetro y continúo camino, para salir, en la segunda calle a la derecha en
busca de la ermita de San Vicente. Serán unos 600 metros al 7% de desnivel casi
constante, con poquitos descansos; no está mal para empezar la ruta.
La ermita,
recientemente restaurada, es una pequeña pieza construida en piedra y alojada
junto a una arboleda y una vegetación que crece casi sin control y que pronto,
si no se pone remedio, se comerá la entrada al paraje y rodeará la ermita. Tras
la breve visita disfruto del rápido descenso hacia la carretera. La velocidad y
la copiosa sudada que llevo encima, me hacen notar con contundencia la fresca
brisa que me acompaña hoy. En la carretera a la derecha y sigo subiendo para
salir del pueblo en dirección a Hortunas y La Portera. Al dejar atrás las
últimas casas del pueblo se tiene una cercana perspectiva del cerro Motrotón,
la montaña símbolo del pueblo. El incendio se cebo en ella y apenas dejó algún
árbol en su base, solo los jóvenes arbustos dan un ligero toque de color al
suelo.
A su derecha las montañas van dibujando el caprichoso paso del fuego y
dejan ver grupos de árboles calcinados junto a otros apenas intactos, salvados
por un viento que empujaba el fuego en dirección contraria. A los pocos metros
de seguir pedaleando la estampa cambia por completo y ya no volveré a tener
visión del desastre hasta la bajada de la sierra Martés, en la última parte de
la ruta.
Ahora
mismo la pinada se adueña de ambas márgenes de la carretera que, metida en el
fondo del valle, sigue su viaje de subida hacia las aldeas pertenecientes a
Requena. Una inesperada bajada me alegra las piernas después de las subidas que
estaba haciendo de inicio. La bajada por asfalto es rápida y segura, lo que
unido a esta carretera sin apenas tráfico, complementa el disfrute de este
tramo sinuoso. Paso un par de fuentes con agua, las del Maestro ahora y
Callembaja un poco después, lo que se agradece bajo la solana de principio de
verano. Inicio otra subida larga y tendida. Es aquí, en las partes de subida,
donde se nota más el tedio del asfalto. El agarre de los neumáticos parece
multiplicarse y apenas avanzo a pesar del esfuerzo, además, como apenas hay
dificultad siempre tiendo a buscar un poco más de velocidad y a castigar en
exceso la musculatura, por lo que apenas puedo guardar y dosificar las fuerzas.
Los caminos de tierra dejan ver más claramente la dificultad del terreno y eso
anima a ser un poco más conservador y dejar un gramo de fuerza para el final. Paso
junto a un caserón en la ladera derecha de la montaña. Allí a media subida hay
buenas vistas del camino por el que venía transitando y tan bella estampa es
retocada con la presencia, en fila india, de cinco motos, cinco Harley que
rugen con contenido entusiasmo a medias entre lo que les gustaría y lo que les
dejan sus “domingueros” pilotos. Pasan junto a mí en plena subida con la
altivez de quien se sabe inalcanzable y dibujan la trazada que más tarde yo
mismo seguiré. Acabo de subir esta parte
del camino con un giro de herradura a la derecha, aquí, también a la derecha,
arranca un camino que sube hacia Padernillas y baja, al otro lado de la montaña,
cerca de la fuente de la Condesa. Sigo el asfalto y paso por la segunda fuente,
Callembaja.
Algunas masías y casas se dejan ver al lado del camino; la ladera,
en ciertos sitios no tiene mucho pinar, solo monte bajo, pero al otro lado del
valle la cosa es distinta, la pinada cubre las montañas que se suceden unas a
otras tras los barrancos y ramblas que surcan estas tierras de interior. Tras
la bajada llego a la casa del Peñón, varios carteles indican rutas senderistas
que se adentran en la montaña. Luego llego al puente de Siete Ojos, desde el
mismo puente y echando la vista atrás se ve una pequeña caída de agua desde una
acequia hasta el lecho del río Mijares. Es un lugar pintoresco.
El agua parece
surgir de la propia montaña, del Peñón, que bajo una escarpada forma casi
triangular se retuerce hacia el cielo. Es el estrépito del agua en su caída lo
que me advierte de la catarata, que en un principio se resguarda de miradas
indiscretas tras árboles y arbustos. Tras la preciosa estampa sigo camino,
llegando un poco después al barranco de los Pilares, el porqué del nombre lo
tengo justo enfrente, donde unos viejos pilares de ladrillo se desmoronan sin
nada que sostener. La carretera pasa bordeando las casas de La Paridera, una
zona en la que hace unos años se pretendía construir un campo de golf, y un
pueblo de chalets con su hotel de lujo y balneario, en fin, que si no estamos
locos nadie se lo cree. Al final la Consellería suspendió momentáneamente el
PAI por problemas de integración paisajística y por estar entre un LIC (lugares
de importancia comunitaria) y un ZEPA (zonas de especial conservación para las
aves), mira por donde, si no lo veo no lo creo, al final alguien voto por la
naturaleza en lugar del pelotazo (mira que si aún tienen razón estos del aquarius
con el anuncio de los políticos extraordinarios, o eso o no los habían metido
en el ajo). En fin, que cuesta mirar alrededor y pensar que esto podría estar
lleno de grúas y de camiones comiéndose la montaña o de 500 casas ya
construidas con sus más de dos coches por casa de media, más servicios, etc.
Una autentica locura que transformaría está tranquila y solitaria carretera en
una jauría de ruido y velocidad mortal para todo el entorno natural de la zona.
Adiós a las cristalinas pozas del río Mijares, a los bosques, a las águilas y
buitres que hay por la zona y surcan el cielo de forma tan majestuosa. Por
suerte todo eso, de momento, está paralizado.
Sigo avanzando para llegar al
puente sobre el Mijares, este río no es el mismo Mijares de Castellón, que nace
en la sierra de Gúdar y desemboca en Almazora tras pasar por Vila Real, este
Mijares es más modesto, con apenas unos 10Km. de recorrido desde que abandona
la rambla del Quixal y toma su nombre, hasta unir su caudal con el río Magro
poco antes del embalse de Forata.
Cruzo el puente dejando de frente el conocido
camino de subida hacia el Barrio Mijares y la casa de las Moratillas: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/05/las-moratillas-fresnal-rio-mijares.html
un poco después del puente y en medio de otra subida encuentro el
Pocico Valentín. Este será el lugar elegido para almorzar, casi 20km. recorridos
y otros 40 por delante.
La fuente está a orillas de la carretera, las pozas del
río no quedan muy lejos pero bajo la fresca protección de la inmensa arboleda
no se echan en falta las transparentes aguas en las que poder bañarse. La
fresca fuente aporta agua a todo el entorno que bulle de vegetación, de rabioso
verde y del alegre alboroto de los pajarillos que trinan en la profundidad del
bosque. El bocata y la cerveza son bien recibidos por una musculatura que, sin
haber sufrido demasiado, agradece un aporte de energía que va a necesitar a no
tardar mucho. El insolente calor evapora la cerveza casi antes de haberla
bebido, por lo que las visitas “detrás de un árbol” son casi inexistentes en
estos días de tanto calor. Tras las fotos y el almuerzo dejo la fresca sombra
para volver a la carretera y seguir subiendo. Encuentro, nada más continuar, el
desvío a la izquierda que lleva a las casas de Tabarla y al área recreativa. Tras
el desvío la carretera baja en otro de los innumerables toboganes de esta primera
parte de la ruta, 24Km. de asfalto que, entre los toboganes y los paisajes, se
han hecho más amenos de lo que esperaba, aunque mi terreno siga siendo el
camino de tierra y la pista. Y a ello voy.
Encuentro el camino a la izquierda
que cruza el río Magro junto a Hortunas de Abajo, hoy no voy a llegar a
Hortunas de Arriba que queda unos tres kilómetros y medio más allá siguiendo la
carretera. Cruzo el puente y giro a la izquierda por la señal que indica el
depósito de Hortolilla. En mi anterior ruta por aquí, hace apenas 2 semanas,
confundí el camino que sube hacia Fuen Vich con este, y así lo indico en la
crónica, un error por mi parte, una errata que rectifico en esta entrada. No sé
si será peor que este o no, el caso es que al girar la ladera que queda a mi
derecha veo un cortafuego que, subiendo un tremendo desnivel, deja ver con toda
crudeza la brutal subida que me espera a partir de aquí.
Por si fuera poco el
camino emprende una bajada que me hará comenzar la subida desde más abajo. Solo
espero que el camino haga muchas curvas de herradura y de un buen rodeo a la
montaña para quitar algo de desnivel. Aunque en realidad lo que más espero es
buen firme y alguna sombra. El primer deseo concedido, el camino no se muestra
muy cruel y el agarre es idóneo para afrontar el casi 10% sostenido que
encontraré en los próximos 4Km. entre curvas de herradura y pequeñas rectas que
esconden más desnivel tras la curva. Voy ganando altura y panorámica. Las
sombras se muestran más esquivas y apartadas del camino. El sol cae a plomo y
la sudoración es tremenda. Cada parada fotográfica es una buena excusa para dar
un trago de agua y secarse el sudor que se mete en los ojos y escuece como un
demonio.
Veo las curvas que voy dejando atrás como brazos estirados que
intentan agarrarme otra vez. Al otro lado del valle las montañas que transitaba
semanas atrás cuando comencé esta odisea de aventuras por Malacara y Las
Cabrillas, y sierra Martés al otro lado del río, ahora ya estoy “al otro lado
del río”. Allá enfrente quedan Las Moratillas, El Pintao, El Nevera, El Tejo,
El Montote, todos ellos detrás del vasto bosque que, por los pelos, aún
conservamos. En un giro a la izquierda de 180º, el camino aborda su última rampa antes de
abandonar las vistas que me permitían ver el valle del río, pero el precio a
pagar será una corta pero intensa rampa con porcentajes por encima del 15%.
Luego suaviza hasta que parece que un 7% es un paseo. Encuentro un camino a la
derecha que prohíbe el paso por ser una finca particular; por suerte el camino
sigue recto y me despreocupo de este problema. Un poco más adelante el camino
de Hortolilla, que es por el que venía, se aleja hacia la izquierda, sigo
recto.
Siguiendo el camino con mi mirada puedo ver la cumbre del Ñoño por
encima de las montañas que aún tengo que acabar de subir. El siguiente tramo es
una terrible combinación de rampa brutal con un firme roto y sembrado de
piedras, se nota que el camino lleva largo tiempo en desuso.
Al final me canso
de tirar de potencia y de tropezar con los pedrolos que ya ni me esfuerzo en
esquivar, pie a tierra es la mejor solución, doscientos metros de empujar
bicicleta que se me hacen eternos bajo un sol de justicia. Arriba las vistas
vuelven a ser espectaculares. El Ñoño y toda la sierra Martés se muestra
exultante y desafiante. Hacia el sur el corte producido por la depresión del
río Júcar se intuye con la caída de las montañas, más allá la sierra del
Boquerón se reparte entre Valencia y Albacete. La distante calima no puede
disimular la grandiosidad del paisaje que se divisa desde esta cota… y el
camino sigue subiendo allá adelante. Aunque ahora toca un ligero descenso que
me llevará cerca de abordar la última subida hacia la base del Ñoño y luego
hacia aquella bajada que tan buen sabor de boca nos dejó en la ruta: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2009/06/cronica-del-pico-nono-la-ruta-mas-corta.html con Roda i Pedal. A pleno sol
el calor es sofocante, pero con tanto sudar y el maillot mojado, el viento
sigue siendo fresco y refresca la piel en cuanto gano velocidad en la bajada. Aquí
arriba no afectó este último fuego, pero parece ser que en algún momento se vio
afectada la zona con antiguos incendios, pues la pinada ha remitido y solo
queda algún pino solitario entre la vegetación de monte bajo.
Llego a la subida,
y ya metido en ella es menos agresiva de lo que parecía de lejos, no es que no
pique, pero después de los rampones y de tanta subida un poco más no me va a
desanimar, además luego tengo la bajada. Llego poco a poco hasta la cabecera
del barranco de Hortolilla, después hasta un depósito a la derecha del camino
que marca la parte más alta de la ruta de hoy; desde aquí al embalse ya es todo
bajada, aunque claro, el camino se empeñará en desmentir mi afirmación con
pequeños repechos que no harán más que empañar mi palabra, como dirían “mis
amigos” de Roda i Pedal. Me preparo para aquella bajada rápida a tumba abierta
que recordaba… pero el camino no está para muchas florituras; el paso del
tiempo, del incendio y de los equipos de extinción han hecho un flaco favor al
firme que presenta muchas piedras y casi ningún tramo limpio y apto para rodar
a la gran velocidad que demanda la pendiente.
De todas formas el dantesco
espectáculo del monte calcinado me hace parar para contemplar el horror de un
infierno negro que aún llora la montaña a través de los surcos que arrastran la
ceniza. Sin embargo la fuerza de la naturaleza se empeña en demostrarnos que es
más fuerte que nosotros, que nuestra sinrazón autodestructiva.
También aquí
empieza a verdear la corteza de la montaña y pinta motas de color entre el
férreo luto de la naturaleza muerta, demostrando que no la venceremos, solo que
moriremos intentando matarla. Transformar la naturaleza siempre nos perjudicará
a nosotros más que a ella.
Durante
la bajada tendré vistas sobre el embalse, pero el recuerdo de lo que fue este
lugar hace apenas un año y lo que es ahora ahoga toda la belleza que otorga el
pantano. Y como la velocidad tampoco pone su punto de interés a esta bajada, el
recuerdo de lo que pudo haber sido con aquella bajada soñada será el mejor de
los recuerdos. Al final de la bajada
remonto para llegar a la carretera CV-428; esta carretera lleva, a la derecha,
hacia El Oro y Cortes de Pallás, y a la izquierda, que es hacia donde voy, me
lleva a la entrada del embalse. Ya en el asfalto y en bajada, veo que la Masía
de Quinete ha ampliado su viñedo o está en ello. A la izquierda el desvío de
entrada a la presa, recto la carretera muere en la CV-425, entre Macastre y la
N-330, pasando por las aldeas de Viñuelas y Castiblanques, pendientes en otra
de las rutas por la zona. Tomo el desvío y llego a la presa. El bajo nivel del
agua deja ver laderas blanquecinas asomándose a beber a la orilla del pantano.
Mi intención era girar a la izquierda y llegar a la ermita que hay junto a las
oficinas de la presa, pero una valla cierra el camino y prohíbe el paso, así
que voy hacia la presa y busco una sombra en la parte izquierda bajo un pino.
Es el lugar elegido para la comida.
Desde aquí veo las casas al otro lado del pantano, casas que antes quedaban ocultas por una pinada ahora inexistente.
A este lado de la presa la panorámica tampoco es mejor de lo que era. El sol va acorralándome bajo la sombra que
cada vez es más cenital y menos sombra. Eso me hace avivar el ritmo de la
comida y acortar el ratito de descanso antes de afrontar la parte final de la
ruta, en clara subida hacia Yátova, subiendo primero el collado hacia el
Motrotón. Cruzo la presa y sigo el camino. El caprichoso fuego jugó con el
viento, o al revés, para crear pequeños oasis de vida en medio del arrasado
paisaje. Es difícil imaginar el caprichoso camino del fuego a lo largo de la
montaña. Un camino sale a la izquierda y bordea el embalse por el norte hasta
el arroyo Picastre, que baja las aguas desde la sierra Malacara atravesando el
valle que transitaba esta mañana por carretera. Dejo ese camino y sigo el mío,
recto. El camino crestéa y gira salvando las curvas de nivel de la montaña.
Ni siquiera
el río Magro, que queda al sur de mi posición, se libró del beso del fuego
sobre su líquida piel, y tras unos meandros del río el camino se aleja
definitivamente hacia el norte en clara subida por un firme roto y gastado, que
me hará exprimirme de lo lindo. Una bajada me dará algo de oxígeno a las
fatigadas piernas, luego un giro de 180º a la derecha para iniciar la subida al
collado del Motrotón. El fuego se cebó en el monte, los campos de olivos o no
sufrieron el envite o han sabido esconderlo muy bien bajo el trabajo de los
esforzados agricultores.
También es curioso, o dicho en castellano antiguo y moderno "tiene cojones" que el dichoso cartel se haya
salvado del fuego “larga vida a la inútil propaganda”. Tras superar el collado
una corta pero intensa bajada me pone ese punto de emoción que no había
conseguido en todo el día, un kilómetro y medio al 10% de desnivel no está nada
mal. Lo malo es que ahora me toca remontarlo casi todo hasta Yátova.
Me tomo la
subida con calma, una porque no tengo prisa, y sobre todo, porque ya no tengo
fuerzas. Entro al pueblo buscando el lavadero, callejeo un poco hasta la bonita
plaza de la iglesia y al final encuentro mi objetivo. El antiguo lavadero
público, que se encuentra junto al matadero, lo han convertido en una sala
multiusos, y cerrado a cal y canto no hay forma de saber si sigue conservando
todo o parte de, si no su uso, al menos su fisonomía. La fachada no tiene
ningún interés que merezca gastar una foto, así que sigo callejeando para
llegar hasta el coche y notar como mis fuerzas se recuperan ante la vista del
grandote, al menos los siguientes Km. hasta casa no me costarán esfuerzo. La
semana que viene más rutas por Almardá a la espera de volver a concluir esta
serie, ya solo quedan dos.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=4819753